Título original: The Lord of the Rings: Rings of Power
Año: 2024
Duración: 60 min. (8 episodios)
País: Estados Unidos
Dirección: Charlotte Brändström, Louise Hooper, Sanaa Hamri
Guion: John D. Payne, Patrick McKay, Justin Doble, Jason Cahill, Gennifer Hutchison, Glenise Mullins, Bryan Cogman, Helen Shang, Nicholas Adams. Libros: J.R.R. Tolkien
Música: Bear McCreary
Fotografía: Aaron Morton, Óscar Faura, Alex Disenhof
Reparto: Morfydd Clark, Robert Aramayo, Markella Kavenagh, Ismael Cruz Cordova, Charles Edwards, Charlie Vickers, Daniel Weyman, Lloyd Owen, Maxim Baldry, Owain Arthur, Tyroe Muhafidin, Megan Richards
Productora: New Line Cinema, Warner Bros. Television, Amazon Studios, Harper Collins Publishers
Distribuidora: Amazon Studios
Género: Serie de TV. Fantástico. Aventuras
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Cuando escribí por primera vez sobre Los Anillos de Poder, hace dos años, llegué a la conclusión de que, pese a que la primera temporada ya estaba repleta de fallos, el conjunto, si se considera el potencial que se le atisbaba, prometía. Daba, la gran propuesta de Amazon, si se analizaba con la mejor de las predisposiciones y cierta indulgencia, con las teclas justas como para esperar buenas noticias de esta recién terminada segunda tanda de episodios. Una nueva entrega, en cualquier caso, de pésima calidad, que ha terminado por liquidar con toda esperanza hacia la macro adaptación de los escritos de Tolkien.
La serie retoma la narración prácticamente donde la había dejado, tras la creación de Mordor y de los tres anillos élficos al final de la primera temporada y la revelación, para nada esperada, de que Halbrand, interpretado por Charlie Vickers, era Sauron. Será este último, precisamente, quien asuma ahora los mandos, tratando de corromper al maestro herrero Celebrimbror (Charles Edwards) para que cree más de estas mágicas joyas, mientras que Elrond (Robert Aramayo) y Galadriel (Morfydd Clark) tratan de encontrarle.
No obstante, Los Anillos de Poder no solo continúa allá donde lo dejó en cuanto a la trama, sino también en cuanto a su propia calidad. Es decir: tiene exactamente los mismos problemas, potenciados ahora porque no es que solo no se perciba un mínimo grado de mejora, si no que además la pesadez con la que parece sumergirse en ellos acaba por desesperar al espectador.
Sigue siendo notoria la dispersión de sus arcos narrativos, con distintos rangos de calidad e interés entre ellos, así como la ausencia de figuras lo suficientemente carismáticas como para sostener una obra que, en la gran mayoría de su metraje, al menos a mí me aburre. Un verbo, aburrir, que jamás deberíamos conjugar para hablar de esta clase de producciones, pero que se me antoja como el más indicado para definir a la insulsa y descentrada Los Anillos de Poder.
Peor en la narrativa y en el apartado visual
A su vez, y pese a que es muy pronto para hablar con spoilers, asombra la obstinada decisión de la serie en arrojarse hacia el despropósito. Evidenciando el hecho de que los eventos que se narran no son canónicos, cosa que ya se sabía en la primera temporada y que no debería ser un obstáculo para la calidad intrínseca de la obra, lo cierto es que nada de lo mostrado tiene sentido. La serie toma decisiones más que cuestionables una detrás de otra, sin parar, causando una inmensa sensación de estupor ante la sucesiva cascada de sinsentidos que se suceden en pantalla.
Por no hablar de la sobreexposición, de los diálogos absurdos, de cómo lanza guiños hacia las películas de Peter Jackson de la manera más forzada e inorgánica posible, del dramatismo que se pretende épico pero resulta patético, del tratamiento del paso del tiempo confuso o de un guion incapaz de desarrollar arcos dramáticos con un mínimo de profundidad o carga emocional. Es cierto que algunos de estos aspectos podrían pasarse por alto si al menos sus personajes funcionasen. Y la primera temporada, con la amistad de Elrond y Durin (Lloyd Owen), parecía indicar que tenía tomada la temperatura al espíritu más afable de la Tierra Media. Pero me temo que, en esta ocasión, no hallo nada que pueda distraer de lo negativo.
Al largo etcétera de disgustos podemos añadir, incluso, la factura técnica. Si dejamos a un lado la música de Bear McCreary, de indiscutida valía, no encuentro muchos más apartados bien trabajados en la serie. Como en buena parte de las grandes producciones actuales, no existe tal cosa como la profundidad de campo, ni inventiva con la cámara, ni ideas que destaquen a nivel de puesta en escena, ni sangre en las venas, ni, en fin, nada.
Ambas flaquezas, insensato guion y descafeinada caligrafía visual, se abrazan en el séptimo capítulo, Condenados a morir, una de las batallas más estúpidas y peor rodadas que yo recuerde, por resumir y por no vomitar ya mucha más bilis. Un clímax negativo, de pura vergüenza seriéfila, que a mí me hizo volver a grandes hits del desastre como la batalla contra los caminantes blancos en Juego de Tronos o, por mencionar otras sagas queridas como Star Wars, series enteras a lo Obi-Wan Kenobi y The Acolyte.
La condenada a morir, me temo, es la propia Los Anillos de Poder. No imagino cómo, de cara a las futuras temporadas, podría salir del agujero negro en que se ha introducido. Y tampoco me parece, ya puestos, que tengan muy buena pinta las anunciadas La guerra de los Rohirrim o La caza de Gollum, que sumirán de lleno al universo de Tolkien en el festival necrótico en que se han convertido las grandes sagas y franquicias cinematográficas, a vueltas siempre con la puta nostalgia y la creación de universos y con unos resultados artísticos ruinosos. Pero, en fin, solo el tiempo lo dirá. Hasta entonces, siempre nos quedará acudir a confortarnos a la trilogía original de películas, que resulta hoy aún más grande si cabe, como quien acude a los brazos de un amigo.