Hace una semana, coincidiendo con el estreno de El Escuadrón Suicida (Gunn, 2021), un conocido publicó en redes su opinión favorable hacia la cinta, sobre todo, por no meterse en política como otras cintas de superhéroes. Cuando fui al cine a verla, observé que no podía estar más equivocado y que precisamente tenía mucho de geopolítica, con claras reminiscencias a muchas de las intervenciones que Estados Unidos ha hecho desde mediados del siglo pasado en países latinoamericanos que no estaban en su órbita. Sin embargo, pensé en el perfil del conocido, una persona que entraría muy bien en la definición del personaje de José Sazatornil en La Escopeta Nacional (Berlanga, 1978): “apolítico total, de derechas, como mi padre”. También conocía que su crítica a las otras películas de superhéroes era por ser feministas. Obviamente, todo encaja.
Existe hoy en día una tendencia en ciertas ideologías de intentar despolitizar ciertos asuntos –los que no les convienen-. Como es normal, el cine no iba a ser menos. Existe un género específico preocupado de estos asuntos, pero ¿están exentas las demás películas de un ideario? Según varios filósofos, no.
Sigmund Freud, el máximo exponente y creador del psicoanálisis, nos habla que, entre el inconsciente y el consciente, existe otro aparato psíquico llamado el preconsciente. Este está regido por las leyes lógicas y el principio de realidad, dos términos que pueden variar mucho dependiendo de nuestro contexto. Esto no quiere más que decir que lo socialmente aceptado, los valores enseñados y el ambiente social en el que se vive influencian nuestras acciones, por lo que cualquier proceso creativo estaría regido de cierta manera por estos.
También Slavoj Zizek, seguidor de Freud, basa la tesis de su filosofía en que todo es ideología –llegando a puntos realmente graciosos, por ejemplo, defendiendo las ideologías de los diferentes váteres europeos-. Su gusto por el cine ha llevado a que analice las películas desde la ideología en varias cintas como Manual de Cine para Pervertidos (Fiennes, 2006) o Guía Ideológica para Pervertidos (Fiennes, 2012).
Pero hay que poner ejemplos para entender esto. Tiburón (Spielberg, 1975), vista desde una perspectiva ideológica, es una lucha entre el bienestar social –cazar al escualo que atemoriza a los bañistas- y el beneficio económico –dejar la playa abierta para que el comercio de la ciudad siga obteniendo ingresos-.
También las películas de ciencia ficción y terror atacan a una inquietud del momento. No es casual que Godzilla, Japón bajo el Terror del Monstruo (Honda, 1954) naciese en Japón justo después del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.; tampoco que Robocop (Verhoeven, 1987) se concibiese en pleno auge de las ideas neoliberales de Ronald Reagan.
Las cintas dirigidas a un público más juvenil tienen un mensaje –ideológico- siempre muy claro, normalmente fomentando valores considerados positivos como la tolerancia, el respeto, el valor de la familia –o la revolución socialista que defiende Bichos, una aventura en miniatura (Lasseter/Stanton, 1999)-.
Incluso, hay películas que explican muy bien el presente, sin que fuese su intención inicial. Me estoy refiriendo, concretamente, a Rambo III (MacDonald, 1988) y su censurada dedicatoria elogiando a los muyahidines afganos –no son el mismo grupo que los actuales talibanes, sino anteriores, pero eran también fundamentalistas islámicos y muchos de los que integraban el grupo primigenio se pasaron posteriormente al otro-.
Por lo tanto, ¿hablar de desideologización o despolitización es posible? Obviamente, no, pero lo que se intenta desde estos sectores es que pensamientos e ideologías que no son las suyas dejen de estar presentes en el cine y las suyas –apolíticas totales- sean las únicas existentes. Es parte de una estrategia de guerra cultural.