La miniserie de Mamen Mayo viene a ser como una pequeña colección de casos prácticos, algo extravagantes, sobre derecho sucesorio. Y es que la complejidad para resolver conflictos familiares para la repartición de herencias, es tarea nada fácil. En el cine se han visto trifulcas y tramas de todos los colores a causa de viñedos, empresas familiares o posesiones sentimentales. Así que por pequeño y divisible que sea el legado, si no existe voluntad de las partes, el acuerdo de distribución puede ser una verdadera pesadilla.
A eso se dedica Mamen Mayo (Silvia Abril), en su día a día. A resolver entuertos familiares para promover acuerdos prejudiciales, sin necesidad de terminar en un costoso e interminable proceso legal que igualmente no iba a contentar a nadie. A excepción de los abogados, vía generosas minutas. Sus capítulos resuelven un caso práctico, a cada cual más pintoresco, como lo es el equipo de trabajo de este departamento especial del bufete. El hijo subestimado del jefe (un antienchufado), una estudiosa y aplicada becaria, una tasadora con mente de calculadora humana que haría las delicias en el programa ‘Empeños a lo bestia’, y la propia detective Mamen Mayo.
Efectivamente, Mamen Mayo más que una abogada especializada en mediaciones, es una detective de herencias y convenios patrimoniales, con muchas más dotes y conocimientos de psicología e inteligencia emocional, que de ordenamiento jurídico.

Para evitar que cada una de las historietas termine como el Rosario de la Aurora, antes de que haya un crimen económico y/o pasional, se las ingenia con todo tipo de artimañas. Unos métodos poco ortodoxos pero originales, con mucho trabajo de campo, detectivescos, con entretenidas visualizaciones terapéuticas del problema. Todo con tal de evitar juicios y conseguir el acuerdo entre las partes. La conciliación es la única posibilidad. Por tanto, todo el equipo se esmera forzando situaciones rocambolescas con el fin de lograr ese cometido.
«Ser mediador es como es ser intérprete, hay que saber traducir los deseos de un heredero al idioma del otro, y para eso hay que hablarle a cada uno en su lengua». Como Ted Lasso, se sirve de mucha gestión emocional y pericia en el trato con personas, para apaciguar los ánimos y reconducir a las partes a un entendimiento.
Sin duda, el valor diferencial de Mamen Bayo es el de cambiar la predisposición de los clientes por el juego de suma cero. No habrá vencedores o perdedores. Para la protagonista, que tiene más que aprendidas las reglas de la teoría de juegos, una cooperación mutua siempre llevará al mejor resultado. El ‘win-win’. Por ello, se muestra entusiasta y optimista para que ambas partes crean de manera inconsciente que es la única solución ante el conflicto negociador. Evidentemente, no tiene tiempo para hacer pedagogía con ellos, por consiguiente utiliza a la perfección la emocionalidad y la candidez para presentar la solución a los clientes.
No va a resultar un humor desternillante, pero los personajes rezuman gracia por peculiares e ingenuos, a pesar de que en algunos momentos sea todo excesivamente sensiblero. Mamen Mayo y sus compañeros se expresan conversando con la cámara, un efecto teatral efectivo a modo de falso documental típico en otras comedias como The Office. Sin embargo, gracias al enfoque emocional y positivista, los casos suelen caer por su propio peso y los clientes convencidos de hacer lo correcto.
En definitiva, hay moraleja en la miniserie. Enfatizar que siempre será mejor evitar juicios y abogados. Mamen Mayo ha encontrado la fórmula para que la división de riqueza entre consanguíneos mal avenidos y su problemática deje de ser un asunto de tradición milenaria en la humanidad. Con un poco de sentido común, buena voluntad, reflexión y evitando la visceralidad se puede superar la vía legal, con el nada actual método del Rey Salomón.