Título original: Oh, Canada
Año: 2024
País: Estados Unidos
Dirección: Paul Schrader
Guion: Paul Schrader
Fotografía: Andrew Wonder
Música: Phosphorescent
Reparto: Richard Gere, Jacob Elordi, Uma Thurman, Michael Imperoli, Victoria Hill, Caroline Dhavernas, Penelope Mitchell, Kristine Froseth
Productora: Foregone Film PSC, CaliWood Pictures, Fit Via Vi Film Productions, Lucky 13 Productions, Ottocento Films
Género: Drama
—
Que gran curso se han marcando las «viejas glorias» de la dirección. A las últimas películas (algunas ya de manera casi definitiva) de George Miller, Clint Eastwood o Francis Ford Coppola ahora se les suma para clausurar el año Paul Schrader.
Que si bien su bautizada como trilogía del ‘hombre en la habitación’ ya destilaba un poso crepuscular en cuanto a la depuración de su estilo y sus protagónicos en sempiterna culpa, ahora con Oh, Canadá parece ir un paso más allá y, con ese sentimiento de ocaso, pretende abarcar su filmografía en general y hasta algún retazo de la propia persona biográfica.
La película, comandada por un magnífico Richard Gere, bien podría ser no solo una evolución más en la carrera de Schrader sino una rara avis en su obra. De tono eminentemente testamentario, el director coge la novela de su gran amigo Russell Banks (a quién ya adaptó con esa obra poderosísima llamada Aflicción) donde un prestigioso y veterano documentalista se confiesa ante la cámara de dos de sus otroras alumnos para relatar como comenzó su carrera en el momento en el que huyo al país vecino para evitar el reclutamiento de la guerra de Vietnam.
Bajo la atenta y requerida atención de su mujer (Uma Thurman siempre está bien), vamos navegando por la maltrecha memoria del anciano, que se desdobla por completo en cada recoveco de su versión juvenil (Jacob Elordi como perfecto intérprete en el metatexto de la popularidad que Richard Gere adquirió hace ya 40 años).
La avanzada edad del protagonista, unida a las experiencias personales del propio Schrader (los problemas médicos de su mujer, la propia muerte del autor de la novela el año pasado, etc.), apoyan si cabe el cariz meditativo, inclemente y poético de Oh, Canada.
Sin duda una película que demuestra las ganas de seguir experimentado por parte del director en su forma fílmica, construyendo un puzle trucado en el que Richard Gere se pierde entre los efectos de la medicación, la vejez y la siempre engañosa memoria. Porque, ¿acaso los recuerdos no son más bien construcciones ficcionadas de lo que en su momento fue la realidad? Esta pregunta sobrevuela la mayoría del relato mientras vemos como este no para de fracturase. Casi como si se desbordara por los márgenes del encuadre. Como si de sus últimos estertores vitales se tratasen.
Es por ello que al fin al cabo Schrader lo único que ha compuesto es un apéndice a sus 3 últimas y maravillosas películas. Un canto de cisne tan cerebral (el juego formal que propone se ve a la legua) como pasional, haciendo de la pirueta narrativa que mezcla tiempos y actores un artefacto tan imperfecto y por ello real.
En el que ya no tenemos al torturado protagonista frente al papel y boli sino ante la lente cinematográfica que captura lo indecible (tanto por crudamente veraz como por inventado), en busca del legado que realmente perdure: el de las imágenes con significado. Aquellas que mirando al pasado avancen hacia el futuro, mientras no dejan de preguntarse sobre el presente antes de que puedan cruzar la frontera entre lo inane y lo esencial y susurrar por fin: ¡Oh, libertad!