Últimamente me he sentido algo desconectado del cine. El verano, el calor, poder salir a la calle después de meses de confinamiento… sea lo que sea, encerrarme en mi habitación para ver una película no me ha llamado demasiado, e ir al cine implica enfrentarme a una oferta poco atractiva (con notables excepciones) en un ambiente en el que, como muchos, no me siento aún del todo cómodo. Sin embargo, con lo que sí me siento cómodo es recomendando películas, y en este artículo voy a dar un paso más allá: voy a explicar qué tiene que tener una película para ser verdaderamente buena, cómo identificar una obra maestra.
El ejercicio de la crítica de cine es algo complejo, se han escrito multitud de libros e incluso ha habido películas sobre críticos de cine. Es una profesión de la que la gente se ha reído, y la cual, más que caer, se ha despeñado en términos de popularidad con el paso de los años. Así que no hagáis caso a los críticos, porque no tienen ni idea. Hacedme caso a mí.
Entonces, ¿cuál es el elemento clave para que una película sea buena y, más importante, para que sea disfrutable? El título. Ya está. Cómo se llama una película definirá su valor, y si alguien se atreve a poner eso en duda, yo no he venido aquí a discutir con gente que no sabe de cine.
Poner nombre a una obra de arte es un acto que nos ha privado de multitud de obras maestras. Cuántos adolescentes se habrán sentado a escribir la nueva gran novela americana después de leer El guardián entre el centeno (J.D. Salinger), solo para verse superados por la simple tarea de poner un título a su obra. Y es que, como todos sabemos, empezar a escribir sin un título es como empezar nadar sin agua: no solo es difícil, sino que además es imposible.
Pero, ¿qué necesita un título para ser brillante? Os lo diré de forma clara y concisa: palabras. En plural. Ni una sola película que merezca la pena ha tenido un título compuesto por una única palabra. Pensad en vuestras películas favoritas: seguro que, o bien el título tiene muchas palabras, o bien tenéis mal gusto; esto no es casualidad, el cine es una ciencia y este artículo es vuestra primera clase teórica.
Así, una película terrible es, por ejemplo, Birdman, ¿no? ¡Pues no! El título completo de la película la convierte en una de las grandes obras del cine de la pasada década: Birdman, o la inesperada virtud de la ignorancia. Por desgracia, es solo un pequeño rayo de esperanza en la filmografía del director de largometrajes soporíferos como Babel o El renacido (pista: añadir “el/la” al título de tu película canta a desesperación, nadie se cree que de verdad ese título tenga dos palabras). A pesar de esto, como ya he dicho, la película pasa al panteón de la fama de la década de 2010, junto a Tres anuncios a las afueras de Ebbing, Missouri o Tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas.
Como podéis ver, elaborar un título largo es un auténtico arte; pero esto, a solas, no basta para categorizar una película como obra maestra. Cuanto más largo sea el título, mejor será la película: esto es un hecho. Pero para destacar, verdaderamente, un guionista debe tomar una decisión consciente, arriesgada y definitiva.
El título debe decirse, de forma explícita y completa en la película. No: casi entero, pero falta un “la”. No: se dice entero pero a trozos. No: está implícito. Tiene que decirse al completo. Preferiblemente al principio o al final de la película. Ejemplos sublimes de esto los encontramos en El inglés que subió una colina pero bajó una montaña y Retrato de una mujer en llamas, dos de las mejores películas de la historia del cine.
Podríais pensar que los títulos que he mencionado hasta ahora son todos demasiado recientes, e ignoran casi un siglo de cine, a lo que yo os respondo: no es mi culpa que pusiesen títulos terribles a sus películas. Sin embargo, picaré, y voy a mostrar que en todo momento se han creado películas maravillosas acompañadas por lustrosos y larguísimos títulos.
Una de mis favoritas pertenece a Stanley Kubrick, director de las terribles Lolita y Espartaco, pero principalmente de la sublime ¿Telefono rojo? Volamos hacia Moscú. Woody Allen estrenó una de sus mejores películas con Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar, pero sigue en buena forma con la reciente Día de lluvia en Nueva York. El mismo Alfred Hitchcock y su El hombre que sabía demasiado pueden aparecer en esta lista.
Pero a la hora de escribir títulos hay un problema: la traducción. En España, la mayoría de títulos terminan por traducirse, dando lugar a verdaderos asesinatos. I am fugitive from a chain gang, una fantástica película de 1932, se convierte en la insulsa Soy un fugitivo. Sin embargo, existen casos verdaderamente destacables: este verano llegará a salas Babyteeth, pero su versión en español será indudablemente mejor, habiendo recibido el nombre de El glorioso caos de la vida. Otros títulos no aumentan el número de palabras, pero sí la calidad: There will be blood¸ la película sobre la búsqueda del petróleo en los Estados Unidos de finales del s. XIX, pasó a llamarse Pozos de ambición. Walk hard: the Dewey Cox story, un autentica obra maestra del cine, se convirtió en Dewey Cox: una vida larga y dura; misma longitud, mucho mejor título.
Pero los títulos de los que aquí hablo no pueden limitarse al mercado estadounidense. En España, películas como Un otoño sin Berlín prolongan la estela del Almodóvar de sus inicios, que ya asombró con obras como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Mujeres al borde de un ataque de nervios o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? El cine coreano, que ha conseguido aumentar su popularidad gracias a la mediocre Parásitos, alcanzó su cima con títulos como Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera o Salvar el planeta Tierra; en Irán, Abbas Kiarostami estrenó hace décadas ¿Dónde está la casa de mi amigo?; en Japón, Sion Sono seguía, en Why don’t you play in hell? los pasos del Kurosawa de Los canallas duermen en paz.
Y el cine de autor europeo también puede estar orgulloso a este respecto: el cineasta lituano Jonas Mekas mostró al mundo su obra maestra, En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza, unos años antes de que el sueco Roy Andersson estrenase Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia.
Estas son solo algunas de las muestras sobre las verdaderas grandes películas de la historia. Las instrucciones para identificar una obra maestra son claras: un título largo es mejor que uno corto; un título dicho de forma completa y explícita, mejor que uno que no se dice o está implícito. Con esto y poco más, os dejo ir, ahora que sabéis disfrutar películas. Si en los próximos Oscar Aves de presa (o la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) termina llevándose algún premio, ya sabéis que será más que merecido.