Otra vez los surcoreanos dejando a los productores de programas de telerrealidad a la altura del betún.
Salta a la vista por el título (The 8 Show ), por los primeros minutos y episodios, que estamos ante otra original serie de drama coreano (‘k-drama’). A medida que avanza vemos muchas similitudes con El juego del Calamar. Tantas que incluso valdría utilizar un chascarrillo como sinopsis: “va sobre ocho calamares metidos en El hoyo, jugando a La Naranja Mecánica mientras son vigilados por el Gran Hermano”.
Tan es así, que se puede considerar como un popurrí de películas y series que desgranan la miseria humana y las grandes desigualdades socioeconómicas. Una especie de parábola sobre la condición humana y su comportamiento alienado por el ansia y la necesidad que genera la falta de dinero o el exceso de deseo de tenerlo.
Más allá del resultado final que es cuanto menos discutible por un desarrollo y desenlace algo caótico, hay diferentes fases por las que atraviesa la miniserie que nos llevan a muchas reflexiones. Es quizá algo más filosófica que su análoga del Calamar, pero con unos giros violentos y psicológicos finales que terminan por exasperar tanto a los concursantes como a los telespectadores reales. La audiencia en la ficción parece estar de lo más entregada y entretenida. La ingenuidad y el humor asiático tampoco resulta efectivo para todo el mundo.
Obviaremos comentar la fase final de la miniserie. En la que se destapa más la crueldad de la esencia humana. Hay provocación, extorsión y abuso. Engaño, daño físico y psíquico. Hasta con tortura psicológica y experimentación propia de La naranja mecánica. Emoción, diversión, traición entre los vecinos. Es una buena reflexión el mostrar esa cruda realidad de la sociedad moderna. Con actitudes, acciones y pensamientos algo perversos para acosar, someter y dominar a otros mediante las dinámicas y roles de los juegos que se plantean.
Funciona principalmente, como decíamos al inicio en su fase de introducción de la historia. Por ser una pura lección de economía básica. El prólogo parte de una crónica de la desesperada situación, de la precariedad laboral, una vida de esclavitud para pagar intereses y devolver préstamos. Jóvenes sin futuro laboral ni perspectivas de progresar. Como ya les ocurría a los participantes de los juegos de la serie del Calamar.
En el inicio de cada uno de sus ocho episodios, se nos muestran ocho realidades diferentes de los concursantes. Drama socioeconómico, la solución no puede ser otra que jugársela toda a la desesperada. Participar en un misterioso juego-concurso televisivo como forma de generar ingresos elevados y rápidos. El que cuente con algo de sentido común y educación financiera, aquí ya habrá reparado que hay trampa oculta. «Nadie regala duros a cuatro pesetas».
Así pues, el escenario de la acción se convierte en una mini economía dentro de un estudio de televisión que emula una plaza comercial y el edificio con cada uno de los ocho pisos de los concursantes. Y por supuesto, con un gran marcador central en el que se registra el tiempo que van generando, y que les permite acumular el dinero de su premio. El tiempo es una unidad esencial, como le sucedía a Justin Timberlake en In Time.
Hay mucho de ludificación también en este juego-concurso económico. Repleto de dilemas propios de la teoría de juegos donde habrá que plantearse muchas situaciones y tomar decisiones controvertidas.
Dinero a cambio de cumplir con unas reglas precisas. Un constructo social y económico que recuerda en parte a la pura realidad. Siempre hay truco, ofreciendo tu tiempo y obediencia a cambio de dinero que te permita avanzar y tomar un leve respiro. Una especie de desperdicio vital, por ello muestra a estos personajes tan desazonados.
A menor gasto, mayor posibilidad de conseguir el ahorro necesario para liquidar deudas. Y más teniendo en cuenta la hiperinflación en ese decorado ficticio. Con unos niveles de precios 100 veces más caros que en la vida real exterior. Más o menos como si vivieran en Argentina o Venezuela… Así que, ante unos recursos escasos, mucha austeridad, y buena planificación financiera de los concursantes. Igual que el ingenio para salir adelante, del que hacía gala Matt Damon en su modo habitante marciano.
Inicialmente, el grupo de ocho se plantea decidir de manera consensuada qué cosas comprar y cómo organizarse. Tal cual comienzan todos estos experimentos sociológicos. Surge la necesidad de la división del trabajo y la asignación de roles y tareas. En cuanto cada uno cumpla con su papel, esa mini sociedad acabará encontrando una forma de organizarse eficientemente para evolucionar. Los que no tienen hambre, comparten comida. Los que tienen fuerza, se esfuerzan por los otros….
Ahí comienzan las primeras disyuntivas: colectivismo o individualismo. Cada uno tendrá diferentes necesidades, prioridades, percepciones y personalidades. Ocho esquemas de preferencias intentando organizar una misma economía. Cómo llegar a acuerdos de cuándo terminar con el concurso, con cuánto dinero plantarse, decisiones colectivas que hay que convenir.
Todo se termina torciendo cuando queda en evidencia la existencia de una jerarquía social conformada en torno a ocho pisos. Como sucedía en El Hoyo, se desenmascaran las miserias de la ingeniería social de nuestro mundo. Como metáfora de los estratos sociales y las desigualdades, observamos que ni los pisos ni los marcadores son idénticos: “siempre ha habido clases y clases”.
El dilema de la cooperación/no cooperación surge pronto, ya que no todos pueden o quieren hacerlo ya que perciben más beneficio en la otra alternativa. Los conflictos internos siempre incitan a un mayor egoísmo e individualismo. Si las crisis son externas, más cooperación y perseverancia. El fin de los productores del programa es claro, la división genera morbo y más entretenimiento a la audiencia.
Hay otras ideas como el coste de oportunidad. Hasta cuánto tiempo de su libertad están dispuestos a renunciar para obtener un poco más de dinero en forma de premio. O la figura del líder y el seguidor, con esos dos grupos bien diferenciados dominantes y sometidos.
En definitiva, no es una propuesta excesivamente novedosa ya que TeleCinco se ha encargado de explotar el formato con todo tipo de programas diferentes en el que se han puesto de manifiesto muchas de estas dinámicas. Pero sí es cierto que vemos reflejados muchos conceptos básicos para entender el funcionamiento de la economía. Aquí al menos “hay vida inteligente” y permite reflexionar con mayor claridad sobre las fuerzas y equilibrios que regulan la forma en la que nos relacionamos y tomamos las decisiones que están a nuestro alcance. Lo que nos permiten esos grandes productores de este programa llamado vida.