La miniserie Legado se ha promocionado o catalogado muy exageradamente por algunos como la Sucession española. Quizá otro argumento más del marketing audiovisual de Netflix. Aunque sea cierto que contiene bastantes trazos de lo que supone esa dura transición para los negocios de segunda o tercera generación. La sucesión en la empresa familiar, con todas las luchas internas y cainitas a veces tan habituales, son una fuente de enfrentamientos y un indicio de declive.
En esta miniserie en particular, José Coronado (Federico Seligman) es el patriarca familiar y el fundador del grupo de comunicación más relevante del País, que regresa a toda Prisa de Estados Unidos. Donde, por cierto, se ha sometido a un costoso tratamiento contra el cáncer (en la sanidad privada). Para su sorpresa, múltiples entuertos originados por la gestión de sus hijos al comando de los negocios en su ausencia, han puesto en riesgo su proyecto empresarial.
Con esta premisa, se inicia la historia. Aunque lejos de ser exclusivamente un aparente drama familiar sobre la herencia o el control de esa gran empresa, va creciendo con subtramas hasta llegar a un fin más allá. Hasta centrarse en destripar el funcionamiento de los grandes medios de comunicación.
A pesar de tratar de abordar tan peliagudo asunto a grandes trazos y de manera algo superficial, permite dejar evidencia de su visión crítica de cómo confluyen intereses de Estado y relaciones de poder y corruptelas entre el mundo de la política y el mayor grupo editorial del país.

Importa la nuda propiedad del conglomerado de comunicación, existe el riesgo ineludible de la disolución en participaciones minoritarias por el ansia devoradora de los grandes fondos de inversión. De ahí que se enfoque en los entresijos del llamado ‘cuarto poder’. Esas fuentes oficiales y verificadas que algunos tanto intentan volver a poner de relieve ante el auge de lo digital, y de lo supuestamente independiente. Todas ellas, claro objeto de deseo y de inusitada voluntad de control de los gobiernos de turno y grandes grupos de presión.
Dejando de lado los enredos y confabulaciones entre los miembros de la disfuncional familia Seligman, lo más relevante es la exposición de las conspiraciones que se urden en el seno del poder. En las que los grupos de comunicación son participantes esenciales y cooperantes necesarios para la maquinaria del marketing político y el maquiavelismo estratégico de partidos y gobiernos.
Legado actúa como un popurrí con retazos de años y años de casos de corrupción política y económica. Horas y horas de densas tertulias radiofónicas y televisivas con todólogos y opinólogos a sueldo de sus respectivas facciones de las tribus ideológicas. En las que la sociología política y su marketing pretende etiquetar a los ciudadanos para que se adhieran a su tan beneficiosa causa.
Ver la miniserie, donde cualquier parecido con la realidad sociopolítica española más que una casualidad es una causalidad, ahorrará al espectador el tedio y la propaganda de los periodistas políticos en los medios convencionales, claramente dependientes de sus patrocinadores. La serie en ese aspecto funciona bien, aun cuando no llegue a entrar en demasiada profundidad. Pero consigue resumir la actualidad política española desgranando casos de las tan consabidas ‘cloacas’ del Estado. Tejemanejes políticos con chantajes, sobornos y escándalos varios. Un corrupto e inmoral número dos del gobierno, un comisario de policía muy desenvuelto en los bajos fondos, o los propios magnates de la comunicación como Seligman. Convertido en multimillonario, merced a favores de antaño con preciadas licencias radiofónicas y televisivas, e ingentes cantidades en publicidad institucional. De ideología ‘progresista’ pero entregado al lujo, al negocio y al poder. Al estilo de la ‘gauche divine’, pervirtiendo los ideales.

Seligman, con su grupo Progresa, y su diario de referencia de El Báltico, se ha inmiscuido en demasía en los asuntos de Estado, y otros pormenores relacionados con sus integrantes (políticos, allegados y familiares). El proceso de mercantilización de favores, intercambio de puñaladas traperas con el fin de mantenerse en primera línea editorial. Un grupo de comunicación líder que participa de la ‘causa’. Como hacen otros grandes grupos, sean ‘liberales’ o ‘conservadores’ o como ellos mismos se quieran autodefinir. Sicarios de la información, dinero y poder.
Con el constante vaivén, y los giros de guión de Legado, hallamos esa típica manera de proceder en la negociación de lo político. Generando ventajas mediante el uso del juego sucio, aireando las miserias del oponente. Ni valores morales, ni ideales.
Más allá de las complejidades de la familia Seligman, y sus extravagancias relacionales, se observa como el propio Coronado está obsesionado con no quedar en segundo plano en la gestión del grupo empresarial, incluso tomando decisiones drásticas en contra de sus propios hijos. Son muchos años de peajes y favores, con una clara vinculación con un determinado partido político, el actual Gobierno. En algún momento, Seligman termina por replantearse todo ello, y con todas sus consecuencias.
La reflexión más importante que se puede extraer de esta entretenida serie, es esa visión crítica del panorama desolador de los medios de comunicación. Donde «la verdad nunca es tan importante como el relato». «No se trata sólo de dinero, sino de poder e influencia». Y demostrar quién manda. «Para dar puñaladas, no hace falta tener talento».
En definitiva, no es un alegato grandilocuente ni mucho menos, pero pone de manifiesto los juegos de poder que hay entre bambalinas, desnudando el servilismo periodístico con la política, y que todo el mundo ya debía imaginar. Coronado y su saga familiar, dejan claro que con el dinero no se juega, y con los políticos mucho menos.