Un poquito de educación (financiera), por favor

Una de esas películas que suelen contar es la de que saber de economía es algo reservado para empresarios, políticos o incluso sólo para ricos…

Nada más lejos de la realidad, y de la ficción. No hay que llevarse a engaños. Tener educación financiera no es elitista ni es materia exclusiva para alumnos de escuelas de negocios o inaccesibles colegios privados. Es necesario y deseable para cualquier mortal. No hace falta pertenecer a las hermandades o sociedades secretas de The Skulls: sociedad secreta (Rob Cohen, 2000), ni a otros círculos sociales similares como El club de los jóvenes multimillonarios (James Cox, 2018).

Ni siquiera va a servir para aparentar, para mostrarlo como un símbolo de estatus o prestigio social. Lo de la titulitis de toda la vida queda ya de lo más rancio. Algo que disgustaba tanto a Dustin Hoffmann en El graduado (Mike Nichols, 1967) como a cualquiera con dos dedos de frente. Sin embargo, puede protegerte de esos gurús de las inversiones, las finanzas o el ‘coaching. Perfiles fantasmagóricos de supuestos expertos que tanto se prodigan por las redes sociales de YouTube, Twitter o LinkedIn.

Asimismo va a resultar muy útil para desenmascarar ese lenguaje encriptado (esnob) que se utiliza en finanzas. Tecnicismos como subterfugio para engaños mayúsculos o simplemente para hacerte sentir un ignorante de la vida. Ya sean bancos, gobiernos o mercachifles que intentan mercadear con dinero y ahorros ajenos.

Gordon Gekko (Michael Douglas) en su versión lúcida de Wall Street II: El dinero nunca duerme (Oliver Stone, 2010), puede ser un buen profesor de educación financiera por sus buenas advertencias. Tan imprescindible como las lecciones que ofrece La gran apuesta (Adam McKay, 2015), descifrando jerga, tecnicismos y origen de uno de esos grandes engaños.

 

Los detractores de fomentar e impartir la llamada educación financiera entre la ciudadanía alegan que sirve para adoctrinar en base a criterios mercantilistas de las entidades de crédito y financieras. Lo más curioso es que sí defienden una educación fiscal. Así que el adoctrinamiento para ser algo así como dóciles siervos de un régimen fiscal algo feudal, sí sería por el contrario algo positivo y deseable… «¿Quién iba a pagar la educación, la sanidad?», dicen. Pero ocultan cínicamente otra cuestión: ¿de qué iban a vivir políticos, asesores, activistas y vividores de lo público?

Además de todo ello, tampoco sigamos engañándonos, ¿de dónde iban a salir los rescates bancarios, a las autopistas o proyectos privados varios? El banco malo ha sido otro invento más de la ingeniería financiera, en una colaboración público-privada enternecedora. Que lo paguen los (pasivos) contribuyentes ya que «sino se apaga la música y se acabó el baile» como en la famosa escena de Bretton James (Josh Brolin) en Wall Street II. Ese máximo exponente de la doctrina del ‘Too big to fail’ de Malas noticias (Curtis Hanson, 2011), «demasiado grande para caer»…

 

La educación financiera va mucho más allá y es algo que debiera ser tremendamente positivo para el desarrollo de una sociedad avanzada como la española. Aun cuando haya quien considere curiosamente progresista que esto de la educación financiera es algo peligroso o dañino para las personas. ¿A quiénes puede interesar que la gente carezca de la más mínima cultura financiera? A los que viven de los analphabetus economicus, de su temeridad e inconsciencia fiscal (los queridos políticos) y financiera (tu amigo el del banco).

Como siempre en la vida, lo más razonable es evitar extremismos. Evitemos ser adoctrinados en lo financiero y también en lo fiscal. Si se recortan los programas educativos públicos relacionados con todo ello, o cuando por el contrario entidades financieras se muestran muy interesadas en promocionarlos; echémonos a temblar.

Nada podemos esperar de políticos que piensan que “el dinero no es de nadie”, que “lo público es gratis”, o llanamente dicen ‘inflaCCión’ cuando no la consideran como “buena noticia”. Ni de los banqueros que se apropian de tu dinero al mínimo descuido.

La educación financiera va a permitir a su conocedor ser libre, poder tomar las mejores decisiones económicas posibles a su alcance. Y sobre todo no ser embaucado ni engañado por instituciones financieras, estafadores de mucha o poca monta, e incluso por el propio sistema público vía impuestos y vía mal-gasto público.

Como no siempre vamos a poder luchar contra algunos abusos bancarios como Chris Pine y Ben Foster a lo Comanchería (David Mackenzie, 2016), conformémonos con no caer antes en sus garras.

Con educación financiera, la filosofía de vida puede ser bien distinta a la que se promueve desde las instituciones públicas y privadas, replantearse el sistema en base a tus propios valores.

 

John Goodman es todavía más directo que Gordon Gekko, lo tiene bastante claro y se lo expone meridianamente a un despistado Mark Wahlberg en El jugador (Rupert Wyatt, 2014). Puro sentido común y cierta experiencia vital, que puede ser muy útil para los jóvenes y no tan jóvenes con la ayuda de este tipo de formación para la vida real. El concepto de la libertad o independencia financiera.

 

Ya vimos como Bernie Madoff (Robert DeNiro) fue capaz de estafar a toda la élite neoyorquina con sus planes de inversiones. Imaginemos lo que se puede hacer con personas menos instruidas en conocimientos financieros. Como las víctimas cercanas de José Coronado en La vida de nadie (Eduard Cortés, 2002) o de Luis Tosar en El desconocido (Daniel de la Torre, 2015).

Peor es el caso de Ricardo Darín y otros tantos millones de compatriotas, atracados y atrapados en el corralito financiero de la Argentina de 2011 con el que arranca la historia de La odisea de los giles (Sebastián Borensztein, 2019). Y todo por confiar en políticos que se desentienden de lo concerniente a la economía, por atrevida ignorancia o puro desdén hacia el ciudadano contribuyente.

Por supuesto, no olvidemos a los medios de comunicación. Por desidia, desconocimiento, o intereses comerciales ocultos pueden difundir mensajes que están fuera de toda lógica financiera. George Clooney forma parte de esa frivolidad y espectáculo en Money monster (Jodie Foster, 2016), programas que se emiten en la vida real con una enorme similitud al caracterizado.

Es por todo ello que, para justificar esa adquisición de cultura y educación financiera, Concursante (Rodrigo Cortés, 2007) es de obligado visionado. Esta película es increíblemente útil para desenmascarar tanto el ámbito público y fiscal, como el privado en lo relativo al codicioso sector financiero. Una auténtica joya por instructiva y por su carácter crítico y ácido de todo lo que envuelve a lo pecuniario.

Leonardo Sbaraglia pasa de ingenuo profesor de historia de la economía, a cínico economista en contra del sistema bancario y el tributario. Noventa y pico minutos para visualizarse como un buen curso introductorio de educación financiera.

 

En definitiva, eres carne de cañón si no cuentas con un mínimo de conocimientos financieros. Son las reglas del juego y hay que conocerlas muy bien. El pensamiento crítico y el sentido común es lo importante y no debería dejar de fomentarse.

Haz caso a las advertencias de Gordon Gekko e intenta que no te pase como a Mark Wahlberg o Leonardo Sbaraglia, que no te pillen desprevenido.

Por lo que tengamos un poquito de educación (financiera), por favor. Y sobre todo, dejen que la tengamos.