Podría ser otro de esos casos de estudio de una empresa con una asombrosa historia de éxito (y debacle), WeCrashed nos aporta una visión interesante y perspicaz del fenómeno de las llamadas empresas unicornio.
Si bien toda esta temática de los unicornios digitales y las ‘startups’ está más que explotada con recientes y buenas miniseries. Para esos menesteres ya contamos con una buena retahíla de series y películas sobre el universo Sillicon Valley o las empresas emergentes e innovadoras de la Nueva Economía.
Wecrashed en este caso aporta otra perspectiva atractiva como para que resulte recomendable. Aun cuando no sea tan novedosa como otras predecesoras que retratan mejor por ejemplo las vicisitudes y fases de creación, desarrollo, crecimiento y/o debacle de estas iniciativas rompedoras de la actividad empresarial. En particular, tanto La batalla por Über o la propia Manual de la vida salvaje son probablemente mucho más didácticas, y cronológicas en la evolución del animalito en cuestión.
Ahora bien, de lo que no cabe duda es que la historia de WeWork refleja ciertos aspectos inquietantes de ese panorama de las grandes ideas inspiracionales, los nuevos inventores de negocios y vendedores de humo de todo tipo. Hasta qué punto los grandes inversores, el gran capital, y en última instancia minoristas pueden ser seducidos, e incluso engañados y estafados por auténticos charlatanes. Una buena exposición de la idea, conferencias tipo TedTalk, o argumentación de ventas correcta; puede ser considerada como una idea de negocio brillante. Capaz de amasar ingentes fondos para su puesta en práctica.
De eso trata básicamente esta miniserie. Jared Leto y Anne Hathaway son los protagonistas de una historia de amor algo especial. El matrimonio que conforman Adam y Rebekka Neumann se basa supuestamente en la pura inspiración por disfrutar de la vida y emprender de manera espiritual. Todo muy Zen, ecológico y consciente.
Intentar hacer de lo que más te gusta, un negocio y con sentimiento no es algo descabellado. Pero esta pareja destila un influjo de pensamiento pij-hippie que desconcierta desde el principio, y sorprendentemente no espanta a ninguno de los próceres de las Altas Finanzas neoyorquinas que les abren las puertas doradas del maná de la financiación, casi sin límites. Sin obviar, contactos familiares de la esposa y una posición social más que aceptable. Todo ello, siempre estimula más para emprender con ese sentimiento e ilusión desbordada.

A pesar de todo ello, esta es la intrahistoria de un fundador realmente obcecado por el éxito emprendedor sea cual sea la manera. Inicial y aparentemente no tanto por convertirse en multimillonario, aunque en la cultura estadounidense seguramente sea algo demasiado intrínseco. Sea como fuere, en esta enésima historia basada en hechos reales, caso de estudio sobre tantos y tantos buscavidas o emprendedores con buenas ideas, descubrimos a uno de esos inventores de aplicaciones o negocios disruptores. Aunque sea una disrupción poco comparable a otras como Spotify.
Pero, ¿qué negocio disruptor crearon los de WeWork? Posiblemente era una de las mayores vendidas de humo. Eso sí, de mucho color. De consumo preferente para un público hipster. Adam Neumann es mostrado como un auténtico seductor del ámbito comercial, capaz de convencer, persuadir y sugestionar a cualquier tipo de interlocutor para llevarlo a un estado entusiasmo y embarcarlo en su proyecto ilusionante de WeWork.
Espacios de ‘coworking’, es decir, ni siquiera era compartir oficina. Era sentarse en una sillita al lado y/o en medio de varias personas que ni conoces y que a saber qué hacen todo el día…Como estar en la Biblioteca Universitaria estudiando para los exámenes, rodeado de estudiantes de Medicina, Derecho o Educación Física, mientras se estudia la apasionante teoría de la Macroeconomía. Inventazo… Los propios empleados estaban asombrados: «alquilamos mesas de escritorio bajo lamparitas de diseño, y lucecitas de neón en las paredes, y barra libre de té kombucha…». Una aplicación a los negocios de su experiencia vital en una comuna israelita (un ‘kibutz’).
¿La clave de su éxito? La forma en la que transmitió la idea, no sólo con pasión, sino convencimiento, y revestido de lo que todo el mundo necesita: emocionalidad, ilusión, fantasía. Lo que hacen los políticos, y el marketing en general, jugar con las emociones para atraer al usuario/consumidor/votante. Presentando a WeWork como un movimiento sociocultural. La forma de trabajar que iba a cambiar el futuro: «la nueva generación ni viste, ni piensa, ni trabaja como sus padres, ¿por qué iban a querer trabajar en unas oficinas como la de sus padres? Quieren un sitio que les entusiasme, que les divierta,…». Un movimiento, más que una empresa. No era limitarse a ganarse la vida, era construirse una.
Por supuesto, ni la Economía ni la Estadística sostuvieron la aventura espiritual de los Neumann. Sin una adecuada relación coste-beneficio no hay negocio. Múltiples gastos superfluos y poca generación de ingresos. Si la tasa de fracaso de una startup ya de por si es altísima, la presión para generar altos ingresos para WeWork fue el detonante de su caída. Una expansión inmobiliaria increíblemente agresiva y arriesgada, puso en solfa la viabilidad del proyecto, y sobre todo el respaldo de los fondos inversores. La salida a Bolsa fue inevitable, pero las extravagancias, pretenciosidad y vanidad de los Neumann, así como su negativa a recibir asesorías y mentorías, dieron al traste con esta experiencia chupiguay.
En definitiva, esta es una clara historia de que en la inversión en emprendimiento muchas veces hay “más cuentos que cuentas”. Por causa de la avaricia por subirse a uno de esos unicornios (pelotazo multimillonario para todos los involucrados), muchos se cuelan entre los filtros de las entidades más experimentadas y especializadas. ¿Lo mejor de todo? Todavía muchos de los gurús de las inversiones no saben aún si el ya convertido en multimillonario Adam Neumann era el más listo o el más loco…