El oro blanco, ese plástico (PVC) que recubre las ventanas, simboliza más que un material económico y sustitutivo perfecto de la madera. De manera metafórica, la serie White Gold (2017) nos abre una ventana a la era ochentera británica. Una época donde la expansión económica en el Reino Unido era fuente de oportunidad para los más ambiciosos.
En un escenario económico del dominio de la Dama de Hierro, la era de la conservadora y neoliberal Margaret Thatcher. Privatizaciones, desregulación económica, reducción del gasto público y mucho libre mercado e individualismo. Urticaria para los amantes de compartir lo ajeno y fomentar lo público.
Es precisamente eso, una comedia que retrata muy bien la ambición y esa ansia por progresar económicamente. No es sino coetánea en la ficción de las historias de Black Monday o las altas finanzas de Wall Street. Aunque estos personajes aún están lejos de alcanzar el nivel de ‘yuppies’, son unos aspirantes de tercera. Más de andar por casa, del oeste de Essex para ser más precisos.
La serie se centra en las peripecias del carismático Vincent Swan (Ed Westwick) y su pandilla de vendedores en busca de cualquier subterfugio para cerrar contratos de venta. A pesar de interpretar a un desenfrenado vendedor narcisista, se muestra con tanto descaro y desfachatez que rezuma hasta gracia y simpatía.
Es amena por su estilo coloquial y ágil, que el propio protagonista se encarga de encaminar rompiendo la llamada cuarta pared. Son una panda de lunáticos y burlones. Ese lenguaje políticamente incorrecto y su moralidad cuestionable, dan un tono genial de irreverencia al argumento.
Sin ir más lejos, podemos considerar a esta serie como un buen ejemplo de muchas de las indicaciones que repasamos al perfilar profesionales filmeconómicos de la venta. También aquí nos aguardan varias lecciones para ejecutar una venta. Aun cuando Swan y sus compañeros de fatigas sean el prototipo de comercial del que todo cliente desearía escapar por sus dudosos métodos de engaño y estafa. Por contra, es el tipo de comercial de batalla que toda pyme necesita para aumentar sus ingresos.
Las solapas anchas y la raya diplomática, la música británica de los 80, ambientan el aura de estos vendedores de cerramientos y ventanas. Una comedia que no escatima en diálogos cargados de insultos ingeniosos y una dosis saludable de franqueza radical. Swan carece de escrúpulos y de pelos en la lengua. Personifica al encantador, adulador y audaz comercial que te vende lo que sea. «Soy el puto amo y lo sabes». El objetivo es ser el vendedor del mes, del año,…. Tener autoconfianza es primordial en un tipo de profesión en la que «ser un pedante de cojones, se valora». Así empieza el día Swan, reafirmando su ego.
Otra de sus lecciones comerciales es la de no marcharse sin cerrar un trato. Vender arena en el desierto si es necesario. Convencer a un esquimal para comprar hielo. No aceptar un no por respuesta.
¿Triunfadores o timadores? A partir de todas las motivaciones de estos personajes, la serie nos plantea la intriga de si los vendedores nacen con un instinto asesino o se hacen en el fragor de la batalla por la venta. De cualquier modo, parece que hay cierta extramotivación por la típica carga psicológica de ser catalogados como triunfadores o perdedores, algo tan anglosajón y ochentero.
Tampoco hay que olvidar, el gran secreto del vendedor: creer en lo que vendes. U otra como conocer al enemigo. Extraído de ‘El arte de la guerra’ de Sun-Tzu, de lectura predilecta para el tiburón Gordon Gekko (Michael Douglas).
La verborrea y la ambición por aumentar sus estadísticas de venta no tienen límites. Las malas artes sirven para cerrar cualquier trato. Atacar la venta en el instante como vampiros de la negociación a puerta fría es la consigna. No dejar ni un respiro para que se replanteen la compra, asediar al cliente para que no dude ni un segundo.
Vincent Swan, junto a estos colegas son la caricatura perfecta de los vendedores. Más parodia todavía que la recurrente filmografía sobre las ventas en automoción. Su desprecio por la moralidad, no causa rechazo gracias al genial humor británico de todos los personajes.
No puede faltar además de la picardía de estos comerciales, el elemento del sueño aspiracional de todo vendedor. Tener un coche de empresa, seguir ascendiendo en la pirámide del departamento de ventas, y otros privilegios como acicate. Jefe de equipo, director comercial, ¿y por qué no algo más grande? La cultura del pelotazo, nuevas y jugosas oportunidades.
Sin embargo, no todo es gloria en este mundo. Swan se complica la vida. Mujeres, objetivos, e impuestos. Unas implicaciones fiscales que son su dolor de cabeza constante. A la mínima que empieces a prosperar o ganar un poquito más de dinero, zas, ahí aparece el fisco.
White Gold es una comedia que aparenta ser un mero y simple entretenimiento, pero que en realidad perfila paródicamente la figura de ese vendedor sin escrúpulos ni miramientos. Con una filosofía de vida muy acorde con el constructo social de esa época ochentera, de indudable transformación socioeconómica y vorágine empresarial. Un humor deslenguado que se disfruta, y sin obviar el entorno socioeconómico anglosajón de la época.
Es más que probable que antes de acabar la serie, ya te hayan convencido de cambiar los ventanales de casa…