Hace unas semanas Diamantes en bruto, la nueva película de Josh y Benny Safdie protagonizada por Adam Sandler, se estrenó en España a través de Netflix. La vi a los pocos días, y me encantó: la fotografía asfixiante de Darius Khondji, la hipnotizante banda sonora de Daniel Lopatin, Adam Sandler en todo su esplendor… es increíble. Jamás me lo había pasado tan bien durante un ataque de ansiedad de dos horas.
Desde entonces he visto muchas películas. Muchísimas. Pero sigo pensando en Diamantes en bruto, en Kevin Garnett y ese diamante sin cortar y en Julia Fox e Idina Menzel, en Lakeith Stanfield, en The Weeknd pero más que nada, sobre todo, sin duda, pienso en una frase en concreto de la película que no me ha dejado en paz en más de un mes: la escucho a todas horas rebotando por mi cabeza, la veo escrita dentro de mis párpados, estoy tranquilamente escribiendo y, ¡pam!, un flashback de la escena entera.
La frase no puede parecer más anodina: “We’ll be morons in Cancún” (“Seremos idiotas en Cancún”). ¿Me entendéis? Es muy frustrante obsesionarse por una frase que… no tiene más. Es una frase dicha de pasada en una conversación casi de fondo en una escena casi irrelevante que precede a una secuencia verdaderamente memorable. Os pongo en situación.
Diamantes en bruto trata sobre Howard Ratner, un vendedor de joyas judío en el distrito del diamante de Manhattan, adicto al juego, misógino… una mala persona en todo momento, vaya. Y, sin embargo, los Safdie nos llevan de la mano por su infierno personal: empezamos la historia con un viaje astral a través de una piedra muy especial que Howard ha pedido de Etiopía, salimos de este por una colonoscopia de Ratner y… allá vamos.
Conoceremos a Kevin Garnett (el de verdad) interpretándose a sí mismo, que se obsesiona con la piedra. Howard se la presta a cambio de un anillo, Howard empeña el anillo, todo el dinero que pasa por las manos de Howard termina apostado. La película es frenética, pero hay un par de escenas que sirven para recuperar el aliento.
Una de ellas parece ser la del recital de la hija de Howard: clásica obra de teatro del colegio; a Howard no le interesa, pero es su hija, claro que va a estar ahí. Mientras se pasa la previa del show usando el móvil, su mujer habla con la pareja sentada delante. Y entonces ocurre. Él le pregunta a Howard si no van de vacaciones, Howard (en proceso de separarse de su mujer) responde que no, que están ahorrando para el año siguiente, que quieren ir a Europa para culturizarse porque estos niños se están volviendo idiotas.
“We’ll be morons in Cancún”
¡¡“We’ll be morons in Cancún”!!
¡¡¡¡“We’ll be morons in Cancún”!!!!
Howard no está prestando atención, pero obviamente lo que dice cree que es verdad (no le culpo, cada escena con su hijo me da ganas de arrancarme las retinas). Pero esa respuesta, esa respuesta se me clavó en la cabeza. Por todo lo que implica en la película, por la forma de soltarla casi sin preocuparse de dónde caiga… wow. Simplemente. Wow.
Paré la película, bebí agua, volví atrás y ahí seguía. En una película que ya es una obra maestra de por sí… esa frase. Ese pequeño trocito de perfección. “We’ll be morons in Cancún”.
Me gusta porque es una frase que encapsula la película entera. En un largometraje tan centrado en un personaje, que está completa y ciegamente obsesionado con el dinero, esta frase es una proyección astral a un plano más cercano a la realidad: todo el mundo está obsesionado con el dinero; Howard es peor en disimularlo, o simplemente le interesa demasiado el dinero como para preocuparse de los demás.
Como fábula del capitalismo, Diamantes en bruto es a la vez un monumento a la forma más pura (y desagradable) de este, y una crítica ácida y divertidísima que abraza los aspectos más ridículos del mismo y se ríe en la cara de los que creen que son sus protagonistas, pero no dejan de ser los que le venden el diamante a la gente verdaderamente importante.