Viktor Kossakovsky decidió impedir que su hija pequeña viera su reflejo en ningún espejo. Cuando esta cumplió 2 años levantó la prohibición y grabó el primer contacto de la joven con ella misma. Puede parecer algo puramente anecdótico, pero esconde un concepto más trascendental que un simple capricho parterno. El documentalista filma el momento exacto en el que un individuo toma constancia de su propia existencia. La niña sufre durante los 30 minutos de Svyato (2005) un viaje catártico que le conduce de la felicidad a la tristeza, de la curiosidad a la desesperación, y viceversa.
El corto de Kossakovsky retrata el nacimiento de la conciencia y, con ella, de todos los demonios (y ángeles) que eso esconde. Al fin y al cabo ya advertía Platón de los peligros que conllevaba salir de la cueva, por muy placentera que pudiera resultar esa salida. De ahí que el prisionero deba (…) acostumbrarse poco a poco a la luz de fuera, hasta alcanzar el conocimiento de lo auténticamente real, lo eterno, inmaterial e inmutable, escribía el filósofo clásico.
Svyatoslav, la hija del cineasta, muestra esta sensación de dualidad entre la satisfacción del descubrimiento de una nueva luz y el dolor por lo cegadora que puede llegar a ser. Ser consciente de la existencia de uno mismo implica empezar a asimilar todas nuestras responsabilidades como ser humano. Vernos significa aceptar que hay dudas que tenemos que plantearnos por mucho que parezcan indescifrables.
Algo muy parecido ocurre con Par desmit minutem vecaks (1978) de Herz Frank. El documentalista filma las reacciones de un niño en una sala de cine que, al igual que la hija de Kossakovsky, dibuja en su rostro una montaña rusa de emociones. La obra se deja de lado y se sitúa el foco del relato en el destinatario de esta, gracias al cual podemos hacer una radiografía de la obra omitida. En este caso, el propio corto funciona como espejo para el espectador que se ve forzado durante 10 minutos a reflexionar sobre su papel en una película. Este niño es, al fin y al cabo, nuestro reflejo.
Al igual que Svyatoslav empieza a ser conciente de su condición humana, nosotros lo empezamos a ser de nuestra condición de espectador. Aunque pueda parecer una tontería, aceptar que nosotros somos una parte fundamental de cualquier producto artístico es un paso para salir de la caverna. ¿Si sé que las películas están hechas para mí me será más fácil identificar los mecanismos que esta utiliza para emocionarme? El corto de Herz Frank nos habla de cómo la aparente espontaniedad de las reacciones del niño no es más que el resultado de una cualculadora ecuación realizada desde el guión.
De hecho, siempre recordaré lo que nos dijo mi profesor de guión el primer día de clase: «Cuando acabe la asignatura seréis capaces de saber el final de muchas películas desde la primera escena». Y aunque era obvio que estaba bromeando, algo de razón tenía. Nada en un guión es casual, todo pasa para que las consecuencias de aquello permitan a la película avanzar. Se viste a la causalidad de azar para que el espectador crea que todo está por decidir, que no hay una lógica en todo aquello que ocurre en pantalla.
Mirarnos al espejo y aceptar que hay una verdad que hasta el momento obviábamos es complicado. Que se lo digan sino a Platón o a la hija de Kossakovski. Quizás algo de magia se pierda cuando nos empezamos a plantear estas preguntas. Quizás tanta luz pueda ser demasiado molesta. ¿Y si todo era mejor antes de quitar las sábanas de los espejos?