A principios de este año leí la que para mí es la obra maestra de la literatura contemporánea. Una novela gráfica que relataba cómo encontrar un pin de un smiley ensangrentado acabaría por descubrir toda una trama por frenar la escalada nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Detrás de todo, además, se encontraba una disección psicológica y antropológica del ser humano y de la figura del superhéroe. Cómo una máscara escondía personalidades sádicas, débiles, manipulables, nihilistas o fascistas. Efectivamente, estoy hablando de Watchmen, escrita por Alan Moore y dibujada por Dave Gibbons.
Una obra catalogada como el cúlmen del cómic y la novela gráfica más influyente y adulta de todos los tiempos, no estaba exenta de la mano de Hollywood. Los derechos del libro pertenecen a DC. A finales de los ’90, Terry Gilliam intentó adaptar Watchmen a un guión. El resultado fue nulo, argumentando que era imposible de adaptar. La negativa y repulsa de Moore ante la idea de ver su historia despedazada por su traslación al cine nunca facilitó las cosas. Pero un día llegó Zack Snyder, con su decente remake de El Amanecer de los Muertos y su asombrosa adaptación de 300. La posibilidad de ver a Rorschach, al Dr. Manhattan y al Comediante en la gran pantalla volvía a estar en el aire. Y un día, simplemente, sucedió. En 2009 se estrenó la adaptación al cine de Watchmen, la mejor novela gráfica jamás escrita, de la mano de Zack Snyder.
Como lector de la novela, lógicamente me entusiasmaba sobremanera ver cómo tomaban forma real los personajes y la historia. Escuchar la voz de Rorschach, el contoneo de Espectro de Seda, ver a Archie volar. Al día siguiente de acabar Watchmen, visioné su adaptación.
La odié. Con ferocidad. Con real inquina. Estuve días, semanas y meses maldiciendo aquella película que parecía perfectamente diseñada para enfadarme. Hablaba más de lo mala que era la adaptación que de lo buena que era la novela. Y no era que me hubiera vuelto loco u obseso: simplemente toda la pasión y adoración que profesaba por la obra original se transformó en ira y decepción contra el film.
Pese a todo, no dejaba de revisionar escenas sueltas de vez en cuando. La emboscada a Rorschach en la casa de Moloch o el origen del Dr. Manhattan (probablemente la mejor escena de la película y del género superhéroe). Me preguntaba a mí mismo cómo era posible que, si odiaba tanto la película, esporádicamente revisitara ciertos momentos de la misma y me gustaran. Como el Comediante, crees entender lo que sucede, asumes un papel y sigues adelante. Mi personaje aquí era el purista que renegaba de Watchmen película porque no era exactamente todo lo que contenía Watchmen novela. Y entonces un día, sucedió.
Mi pasión por la historia de Gibbons y Moore provocó que infectara a mi entorno con el virus de la curiosidad: mi primo y dos amigos míos se embarcaron en el viaje y decidieron leer Watchmen. Con diferencias, podríamos concluir que admitieron la calidad abrumadora de los personajes y trama. Así que decidimos reunirnos para sentarnos a ver aquella terrible adaptación que yo les había vendido como nefasta a niveles casi irrisorios.
Me gustó. Me gustó mucho. Me encantó. Me pareció una obra maestra. Y no hace falta que sea perfecta (que no lo es) para admirarla. Casi todos los defectos ahora, como si el oxígeno se transformara en oro, eran aciertos. Los cambios pequeños, nimios, por los que tanto vociferaba en el pasado se convertían en comprensión. La banda sonora me fascinó (llevo cinco días escuchando Unforgettable, la canción de Nat King Cole que suena durante el intento de asesinato al Comediante) y me pareció adecuada a cada escena, en una unión perfecta, como el tabaco y el papel de fumar.
Acabó la película y resultaba que, al final, me había convertido en el monstruo que siempre batallaba: nunca había sido objetivo. Que en lo que me había basado en el pasado era la mirada de un joven inexperimentado (aún lo soy) que sólo concebía una adaptación como un espejo perfecto e inquebrentable de la obra original. Sabía, pero no quería pensar, que el cine y el cómic son dos artes amigas pero no paralelas y que hay ciertos elementos básicos que hay que traducir en un idioma en el que la cámara comprenda. Zack Snyder, con sus más y sus menos, lo consiguió. Y por ello hay que aplaudirle.
Todo esto no quita que ciertos detalles me sigan sin gustar (la innecesaria diferencia en los trajes de Ozymandias y Búho Nocturno II, las interpretaciones de Malin Åkerman o Matthew Goode, el cambio de la catástrofe final o la macrosomía genital del Dr. Manhattan), pero que te pinchen y sangres no es malo: significa que eres humano. Watchmen, en cualquiera de sus formatos es muy humana, por lo que la esencia de la película, en sí misma, es la del cómic. Lo que significa que su objetivo como adaptación ha sido logrado.
Fue ahí, sentado en casa de mi amigo, habiendo acabado la película, cuando tiraron la puerta abajo y la realidad me propinó una paliza de verdad. Me desmantelé a mí mismo y, cuando sangrando tras la pelea, como el Comediante al inicio de Watchmen, comprendí que no sabía nada. Que era una broma. Que todo era una maldita broma.