Título original: My Mexican Bretzel
Año: 2019
Duración: 73 min.
País: España
Dirección: Nuria Giménez Lorang
Guion: Nuria Giménez Lorang
Fotografía: Frank A. Lorang, Ilse G. Ringier
Reparto: Ilse G. Ringier, Frank A. Lorang
Productora: Bretzel & Tequila Film Productions, Avalon P.C, Nuria Giménez Lorang
Género: Documental, drama, metraje encontrado
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Hace más o menos una semana fui con unos amigos a una famosa tienda de cine de Barcelona. Tras un buen rato dando vueltas por el establecimiento, observando las carátulas con el simple objetivo de que estas desencadenaran conversaciones interesantes sobre las películas que se esconden tras de sí, nos paramos en frente de Nosferatu y Fausto de Murnau. «Me encantan», digo yo. «Me dan mucho miedo», añado. «Lo que me pasa con estas películas es que me da más miedo su formato que la propia historia», me dice mi amigo dando en el clavo. «Siento que estoy viendo algo que no debería estar viendo», le contesto dándole toda la razón.
El terror clásico de directores como Murnau, Epstein o Dreyer resulta efectivo porque son generadores inconscientes de un fantástico analógico que sólo funciona en perspectiva. Estas cintas capturan en el celuloide almas que son capaces de despertar casi un siglo después en nuestras pantallas. Mirar a los protagonistas es lo más cercano que estaremos nunca de mirar a un fantasma a los ojos. Por eso nos incomodan, porque sabemos que estamos observando a la muerte (al tiempo) en movimiento a la cara.
Después de esta conversación nos vamos de la tienda. A las diez de la mañana del día siguiente me siento en una sala de cine para ver My Mexican Bretzel. Me doy cuenta a los pocos minutos de que nunca volveré a estar tan cerca de hablar con fantasmas en toda mi vida.
El maravilloso documental de Nuria Giménez Lorang consigue invocar fantasmas desde la mirada posmoderna, desde esa necesidad que siente la artista contemporánea (en general) por homenajear a la obra anterior pintando encima suyo. Al fin y al cabo la posmodernidad no es más que eso: obligar a fantasmas a contar aquello que no querían decir. Porque la artista actual ya no tiene miedo a los fantasmas, simplemente no puede crear sin ellos. Necesita la muerte para la posterior resurrección cinematográfica. Quizás por eso la película necesita hablarnos de la estética enfermedad del filmar. “Si filmas no tienes que vivir”, dice la protagonista de la cinta.
Ese es el motivo por el que resulta tan reconfortante sentarse en una oscura sala de cine a presenciar este ritual profano, por el hecho de que la pérdida de este miedo permite a estos espectros protagonizar (sus) historias fuera del contexto del terror. El found footage se entiende ahora no sólo como hijo pródigo del horror, sino como contenedor de historias de amor imposibles y reflexiones existenciales sobre la (in)felicidad. My Mexican Bretzel es un melodrama de Douglas Sirk recitado por fantasmas a través del único lenguaje que estos conocen: el silencio.
Giménez utiliza la literatura como generador del silencio más lúcido que puede haber. ¿No lleva esta al fin y al cabo siendo la voz de millones y millones de eruditos fantasmas durante siglos? El silencio esconde en la película a fin de cuentas una doble naturaleza, de regalo y castigo al mismo tiempo. Porque cede a los fantasmas la oportunidad de gritar, llorar y reir sin que sus gritos, llantos y risas puedan ser escuchados.
El documental comparte con A Ghost Story de Lowery esa capacidad de convertir el fantástico (aunque no lo sea como tal) en un viaje de desoladora impotencia cuando este solía ser lo contrario. Pero es que el silencio también esconde un regalo para nosotros: el de experimentar la literatura proyectada (compartida), la de ir al cine y encontrarte, no con ojos que miran, sino con ojos que leen. Ojos que buscan desesperados en el texto la voz de los mudos fantasmas que se mueven tras de él.
Realmente me sorprende estar escribiendo tanto sobre fantasmas cuando la película no va de eso en absoluto. My Mexican Bretzel es un relato de renuncias injustas, de una moralidad que resulta inútil en el momento en el que paraliza el placer, de un amor que tuvo que haber sido conjugado en plural. Y soy consciente de ello. Pero no puedo evitar volver a la anécdota que iniciaba esta crítica (¿está siendo esto una crítica?), a cómo el propio formato del material de archivo me remite a la idea de lo real. Esta gente existió y yo los estoy observando. En esencia, nada diferencia a esto de una poltergeist.
Al fin y al cabo que una película no diga algo no significa que no nos esté hablando de ello. Ya lo decía Borges en El jardín de senderos que se bifurcan: «En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez ¿cuál es la única palabra prohibida? // La palabra ajedrez. // Precisamente». Con esto no estoy diciendo que My Mexican Bretzel haya sido planteada como una historia de fantasmas ni mucho menos intento darme la razón (nunca hay verdad en la crítica cinematográfica, al igual que no la hay en esta película). Lo único que digo es que, al igual que el cuento de Borges, el documental de Giménez esconde mucho más bajo sus fotogramas de 16mm.
Por eso esta crítica es tan abstracta, por eso he querido hablar de fantasmas y no de Vivian Barret, León Barret o Paravadin Kanvar Kharjappali. Porque tras esta propuesta se esconde mucho más que fantasmas y amor, y el único lugar donde estos secretos pueden ser desenterrados es en la sala de cine.
No quiero hablaros de My Mexican Bretzel. Porque el precioso documental de Giménez necesita vuestro ojos, no mis manos. Esta película, según Arthur C. Danto, sería capaz de matar el cine. “La mentira es otra forma de contar la verdad”, dice Kharjappali al empezar la película… ¿Puede el arte no mentir? ¿Os estaré mintiendo?
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Lo mejor: Que no quiera hablaros de la película
Lo peor: Que no pueda comentarla como se merece
Nota: 8/10