Título original: Los destellos
Año: 2024
Género: Drama. Familia – Enfermedad
Duración: 101 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Pilar Palomero
Guion: Pilar Palomero Relato: Eider Rodríguez
Reparto: Patricia López Arnaiz, Antonio de la Torre, Marina Guerola, Julián López, Ramón Fontserre…
Fotografía: Daniel Cajías
Música: Vicente Ortiz Gimeno
Es un día cansado. Tedioso. Melancólico —como siempre—. Y me encuentro en la proyección de la última película de Pilar Palomero, la directora de las fabulosas Las niñas y La maternal —esta primera muy merecidamente premiada—. Tengo su presencia para la presentación de la película y un coloquio después. Y yo, en primera fila, en el medio, rodeado de ancianas y enfrente suya, a dos metros, por alguna razón —que será la de “sorprendente” por bajar la media de edad de la sala (18 asquerosos años)— me dirige la mirada numerosas veces. Repito el visionado más tarde, junto con mi padre para que la vea y así aprovecho para asegurar mi capacidad de recuerdo y mi opinión absoluta —nunca la consigo—. <<¿Otra vez la vas ver?>>, me pregunta Pilar en la segunda presentación, sorprendida. Le respondo asintiendo con la cabeza (en la primera fila otra vez).
Y qué perfección que en un día tan malo como este se halle por Horta de Sant Joan (el pueblo de su familia y donde ha rodado) una cineasta como Pilar que, con un sentido cinematográfico único, nos trae unos personajes hipnóticos, que transmiten, entre muchos otros sentimientos, misterio, preocupación, melancolía, esperanza, poesía, filosofía… Pero que da la gratísima sensación de ya conocerlos profunda y anteriormente. Y entonces ya no te sientes solo, ignorado o incomprendido. Contiene la justa sanación que provoca reflexión y acompañamiento cálidos y tenues pero fuertes en los mejores o más oscuros momentos/sentimientos.
Y son infinitamente incalificables los sentimientos que emiten estos intérpretes. Patricia (ganadora a ‘mejor interpretación protagonista’ en San Sebastián) meramente contenida e intensa que solo transmitirá a los que saben sentirla/valorarla (eso la hace especial). Antonio de la Torre en su mejor interpretación hasta la fecha, que la convierte tan real. Y los hallazgos de Marina Guerola y Julián López, de lo más sorprendente todavía: ella, debutando en la actuación y, sin embargo, protagoniza la mejor escena, que ocurre en la cocina bailando ‘A Tu Vera’ con Antonio (el momento más emotivo); y Julián, siempre cómico, nunca había hecho un papel dramático antes, me recuerda a la sorpresa interpretativa que (me) dio Adam Sandler en Algún lugar de la memoria y/o Jim Carrey en ¡Olvídate de mí!, que felicidad ver a Julián no estando pero estando en Los destellos dando una naturalidad y un amor (cuando se da la vuelta en la cama y cuando llega a casa de Ramón para comer todos juntos que se queda en el pasillo) tan conmovedor como las miradas de Marina.
Quiero que mis progenitores conozcan esta historia, adaptada del relato de Eider Rodríguez (no la conocía): Un corazón demasiado grande (lo leeré). Tan destellante, llena de profunda verdad (el equipo de paliativos son profesionales de verdad y no actores, por ejemplo, o toda la interpretación de Antonio, perdió 20 o 30 kilos para el personaje…) y humanidad. Repleta de desgracia que, con bondad y empatía, regenera felicidad y fortaleza. Y de la lucha contra la angustiante enfermedad del ex-marido, desde hace años, de Isabel (Patricia Lopez Arnaiz), Ramón (Antonio de la Torre), de quien Madalen (Marina Guerola), hija adolescente de los dos, pide que cuide en sus últimos tristes pero destellantes y a la vez alegres días después de estar alejada de él durante años.
Porque la nueva (y desgarradora) historia de Pilar Palomero, llevada, por lo que tengo entendido, a su territorio, quedándose con la premisa inicial del relato de la escritora vasca, proporciona una obra de completa madurez y un escalón enormemente positivo en su filmografía. Los destellos se crea con sencillez pero se realiza con una sensibilidad abrumadoramente bella, sin ruido y con lucidez, en todos los ámbitos. No pretende justificarse sobre nada, ni de manera discursiva ni sermoneada, no insiste ni termina en ser sensiblera ni lagrimosa (aunque lo parezca). Pilar sabe contar toda una historia puramente corriente que se convierte compleja con su sentido y poesía visual; su luz, su fotografía, su cámara. Sin exhibicionismo ni diálogo innecesario. Solo hay que saber ver y sentir.
Todo eso es realizado con sutileza y precisión, con sigilo. Solo se necesitan unas imágenes que, con éxito, expresan todo lo que Pilar, un tiempo después de la muerte de su padre, que en paz descanse, quería transmitir: “la belleza del duelo”, la vida y el contacto (¿curativo?) con el prójimo en sus últimos días mientras los destellos los rodean. Es una de las mejores películas del año. Y aunque hay algo muy diminuto en ella que se siente con fuerzas para entristecerme y no sé lo que es. Como si todo lo que ocurriera fuera pasajero, que lo encuentro todo en ella, pero no consigo entender ni por qué ni cómo, creo que ni sentirlo, al menos, profundamente. Quizá es mi cortedad mental, o es que es así y no me estoy dando cuenta. De todas maneras, por culpa de esto, la quiero ver, y ver, y ver, y en eso hay algo que me cautiva…