El pasado 21 de agosto dio el pistoletazo de salida el 23 Festival de Málaga, una de las citas más importantes para la industria del cine español. Lo hacía en la capital andaluza apenas cinco meses después de su fecha inicial de marzo, reinventándose después de la pandemia de COVID-19.
El ambiente en el festival, sin embargo, es relativamente distendido: las proyecciones continúan sin problemas, los espectadores acatan, con mayor o menor diligencia, las normativas de higiene establecidas, y las ruedas de prensa siguen siendo fuente de anécdotas y la comidilla de los asistentes.
Estamos viendo reivindicar de forma constante el papel de los cines en nuestra sociedad; entre halagos al festival y su valentía por realizarse, incluso en unas circunstancias como en las que nos encontramos, y a los propios asistentes a las proyecciones, parece que ir al cine se ha convertido en un acto de heroísmo. No lo es, pero el ambiente que se respira es mucho más de alivio que de nerviosismo: volver al festival es volver a lo que era normal, y la pantalla brillando en una sala oscura es la misma, aunque nosotros no lo seamos.
- La boda de Rosa (Icíar Bollaín):
Icíar Bollaín es una de las directoras españolas más relevantes de las últimas dos décadas. Películas como Te doy mis ojos, El olivo o También la lluvia la identifican como una cineasta versátil y capaz, pero sobre todo comprometida: con la naturaleza, los más desfavorecidos y los personajes (y las personas) vulnerables.
Su La boda de Rosa, la película que inauguró este 23 Festival de Málaga, es una película en apariencia sencilla: Rosa (Candela Peña) es una mujer de mediana edad que vive su vida dedicada a los demás; un día, cansada de que todo pase a su alrededor, decide tomar las riendas de su vida y cambiarlo todo, y dar comienzo a una nueva etapa con una ceremonia: su boda… consigo misma.
La película juega en la liga de las comedias españolas que inundan las salas cada mes, nuestro subgénero más prolífico y quemado. Sin embargo, la propuesta de Bollaín y su coguionista, Alicia Luna (quien trabajó con la directora en Te doy mis ojos), va más allá de una serie de chistes o situaciones divertidas. El humor se crea por acumulación, sí, pero también hay espacio de sobra para el drama de personajes: Rosa se casa, pero en su antigua vida hay una familia (un padre, una hija y dos hermanos, interpretados por Ramón Barea, Paula Usero, Sergi López y Nathalie Poza) que va a tener que superar una serie de dificultades con que no contaban.
Rosa deja un vacío en la vida de muchas personas para tratar de llenar la suya; es un salto de gigante, “apretar el botón nuclear”, como afirma una de sus amigas, pero es un paso que debe dar para salir adelante. Bollaín se limita a acompañarla, a seguirla hasta las últimas consecuencias, y cuando parece que el histrionismo, el tono o el ritmo se le van a ir de las manos, una pausa, un abrazo o un pseudomonólogo devuelven la película al presente, a los colores y la vida que la inundan, y que llevan al espectador, entre risas y alguna que otra lágrima que se escapa, a una catarsis vivida en la playa, donde Rosa quiere, que es como tiene que ser un evento así.
- Les dues nits d’ahir (Pau Cruanyes Garrel, Gerard Vidal Barrena):
Es una pena que una película realizada por gente claramente competente a la hora de filmar y plasmar temáticas complejas en la pantalla, se vea lastrada por una serie de decisiones estilísticas que la ponen al mismo nivel que cualquier otra película creada en un contexto similar.
Les dues nits d’ahir cuenta la historia de tres amigos que roban las cenizas de su amigo fallecido y salen de viaje para lanzarlas al mar. Es una película en que las emociones de los personajes están constantemente a flor de piel, palpables prácticamente a través de la pantalla… durante demasiado tiempo. La película sería un absoluto descubrimiento como cortometraje, dejando a sus directores como autores prometedores dentro de la escena independiente catalana.
Sin embargo, el proyecto, que tiene su punto de partida en un cortometraje presentado como Trabajo de Fin de Grado, se siente extendido de más, lleno de costuras que se hacen notar conforme avanza el metraje. Los personajes buscan una catarsis concreta que puede resolverse perfectamente eliminando la mitad del metraje. Hay interpretaciones reveladoras y secuencias notables, pero los directores, junto a los coguionistas Eudald Valdi Roca e Ignasi Àvila Padró, extienden el proceso de duelo de estos cuatro jóvenes y los hacen transitar por una serie de caminos que se alejan de cualquier atisbo de originalidad y de todo lo que a mí me puede interesar de este tipo de cine.
- Las niñas (Pilar Palomero):
A Las niñas llegaba con ganas: había leído maravillas de ella después de su paso por la Berlinale en febrero, y quizá ha sido por la que más ha dolido esperar estos meses. El pasado sábado, por fin, se proyectó para la prensa, y fue una experiencia realmente catártica. Los ánimos estaban altos, y había bastante expectación.
La película cuenta la historia de Celia, una niña de Zaragoza que, a los 12 años, traba amistad con una recién llegada a su colegio católico, y comienza a rebelarse contra la vida que ha llevado hasta entonces: su madre, sus profesoras, su propia inocencia…
La interpretación de la debutante Andrea Fandos es lo mas destacable de una película repleta de virtudes, y en la que su directora, Pilar Palomero, presenta una madurez narrativa y una atención al detalle envidiables. Es una historia anclada a la memoria y a la veracidad de esta, pero también a la inocencia de su protagonista, a quien se esfuerza en no juzgar y a la que permite evolucionar y crecer en una atmósfera en la que esto es realmente complejo.
- Hasta el cielo (Daniel Calparsoro):
La nueva película del director de El aviso o Cien años de perdón es una relectura de Tres metros sobre el cielo para la generación Z. Pensada para su target de público, que no solo no se achantará frente a un guion repleto de lagunas, sino que lo disfrutará como el entretenimiento excelente que es, Hasta el cielo no ofrece absolutamente nada nuevo; es más, ofrece exactamente lo que cualquiera espera de ella.
Y esta es, quizá, su mayor virtud: sin pretensiones, sin grandes alardes. Los protagonistas, Miguel Herrán y Carolina Yuste, juegan a encontrarse y esconderse durante toda la película, y en este tira y afloja, aliviado por escenas de acción notables y algunos atracos filmados con pulso firme, dan pie a una historia de la que no me acordaba al día siguiente, pero con la que es imposible aburrirse.
Trains bound for the sea (Hugo Obregón, Manuel Álvarez-Diestro):
Una de las peores películas que recuerdo haber visto, no solo en este festival sino en toda mi vida. Estoy seguro de que, como cualquier pieza audiovisual, Trains bound for the sea puede encontrar un público (algunos de mis compañeros en el pase de prensa salieron relativamente contentos), pero su aire amateur y la falta de ambición narrativa me dejaron totalmente fuera de cualquier escena durante sus (eternos) 78 minutos de metraje.