Hablamos con Pablo Agüero a propósito de su última película, Akelarre, que logró alzarse con cinco premios Goya: Mejor diseño de vestuario, efectos especiales, maquillaje y peluquería, música original y dirección artística.
PREGUNTA: Para comenzar me gustaría hablar de los motivos por los que decidiste realizar la película. Llama la atención que, teniendo en cuenta tus orígenes argentinos, hayas hecho una película en la que se trata la identidad del pueblo vasco y la imposición del castellano frente al euskera (dicen que es una “lengua rústica para hablar con las bestias”). ¿Cuál o cuáles son las razones que te han llevado a embarcarte en este proyecto?
RESPUESTA: Esa idea de que cada autor deba tratar temas relacionados con sus orígenes es muy reciente y me resulta un poco absurda. Julio Verne, Shakespeare, Homero y muchos grandes autores, durante siglos, contaron historias de países que no conocían. En el caso de Akelarre, mi curiosidad inicial fue comprender cómo llegaron a imponerse a todo el mundo occidental ideas tan absurdas como (por ejemplo) que un hombre que es a la vez Dios e hijo de Dios, parido por una mujer virgen, está encarnado en cada hostia. Eso me llevó a investigar mucho la historia de Europa en particular. La evangelización, luego las Cruzadas, las masacres de minorías étnicas, hasta llegar a la caza de brujas, donde se reprime individualmente a quienes piensan diferente, se los condena públicamente y se intenta hacer desaparecer su recuerdo de la memoria colectiva. Esa investigación me llevó al caso del País Vasco, que es el más representativo de hechos que han sucedido en muchas otras regiones de Europa y América. Lo es porque el pueblo vasco no tenia dios (en el sentido más literal de una deidad con una voluntad para la humanidad) y porque fue uno de los pocos pueblos que lograron conservar su idioma y parte de su cultura a pesar de la represión feroz.
P: ¿Me puedes contar cómo fue el proceso de investigación?
R: Todo comenzó con el descubrimiento de «La bruja», del gran historiador Jules Michelet. Ese libro del siglo XIX, que fue prohibido durante 50 años por su mirada revolucionaria, recorre siglos de caza de brujas. De ahí tomé mis principales referencias bibliográficas para investigar. Escribí versiones diferentes, la primera sucedía en Occitania, en un pueblo de cátaros. Hasta que descubrí «El retablo de los malos ángeles y demonios», del juez Pierre de Lancre, que es en cierto modo el creador del mito del aquelarre tal como lo conocemos hoy. Ese otro libro fascinante me llevó al País Vasco.
P: A pesar de que la película hable del siglo XVI, esa imposición del castellano se ha vuelto a llevar a cabo recientemente durante la dictadura franquista, no sólo en el País Vasco si no también en Cataluña y Galicia. De la misma forma, la imaginería de los aquelarres y la brujería han sido tomados por el feminismo dándoles un nuevo significado a su favor. Es decir, que los temas que trata Akelarre, aunque antiguos, siguen siendo actuales. ¿Crees que este puede ser uno de los motivos por los que la película resuene tanto con el público?
R: Es sorprendente la falta de perspectiva que tiene nuestra sociedad actual. Cuando comencé con este proyecto, casi todos los productores me decían que el guion les parecía muy bueno pero que no comprendían en qué le puede interesar esa historia a un espectador actual. Así fue como tardé más de 10 años en poder concretar este proyecto. Luego surgieron movimientos, como MeToo, que de pronto devolvieron a la actualidad las reivindicaciones feministas. Supongo que eso ayudó a que, cuando la película se estrenó, fuera comprendida y bien recibida. Pero sí, a mi me parecen temas muy actuales, por la represión no solo de la mujer sino también de toda la diversidad cultural. El franquismo es una continuidad directa de la Inquisición, tanto ideológicamente como en sus métodos. También lo han sido, por ejemplo, las dictaduras de América Latina.
P: El relato, al tener lugar en el siglo XVI, te ha obligado a iluminar ciertas escenas teniendo como único foco de luz el fuego de una vela, generando así claroscuros que remiten a pinturas barrocas. Hay una escena, en la que los inquisidores pinchan con una aguja a Ana, que me recuerda al cuadro Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632), de Rembrandt. Estas fechas coinciden, además, con la publicación del libro de Pierre de Rosteguy, en 1609, que sirvió de inspiración para la película. ¿Cuáles han sido las obras de arte o artistas que más te han ayudado a la hora de conformar el aspecto visual de la película?
R: Rembrandt, Goya, Velazquez, Georges de La Tour… Esos grandes maestros son guías a la hora de aprender a interpretar la luz. Pero mi principal inspiración viene de la observación de la realidad. Yo mismo crecí en una cabaña, a la luz de la vela y del fuego, y siempre he querido encontrar esa autenticidad del claroscuro en el cine.
P: Al contrario de otras películas como La bruja (Robert Eggers, 2015), que hablan también sobre la brujería de una forma oscura, dentro del género de terror, Akelarre trata este mismo tema con unas tonalidades mucho más cálidas (huyendo así de la etiqueta de “película de terror”), escapando también de la visión que dieron artistas como Goya en su cuadro El aquelarre (1823). ¿A qué se debe esta decisión estética?
R: Una película de terror con elementos fantásticos hubiese sido mucho mas comercial, pero contraria a las razones ideológicas profundas que motivan este proyecto. La Inquisición tuvo como función educar al pueblo a través del terror. La supuesta existencia de las brujas sirvió de justificación para esa represión atroz. Por eso me parecía indispensable hacer una película sobre la caza de brujas donde no haya brujas.
P: Hay una hiperestilización en los momentos en que disfrutan de su libertad (como en el aquelarre o en el bosque), que se caracteriza por el uso del gran angular, en ocasiones como cámara subjetiva, y por una fuerte presencia del color, ya sea el rojo del fuego o el verde de la naturaleza, que choca con un aspecto visual más sobrio cuando son prisioneras. ¿Has utilizado estos recursos para expresar sus emociones?
R: Sí, el color y la elección de las ópticas sobre todo. He hecho algo que es muy poco habitual, que es usar teleobjetivo en interiores, por ejemplo.
P: A pesar de que el gran angular es recurrente, hay dos momentos en que su efecto es especialmente acusado: en el acantilado, antes de que le pongan la bolsa en la cabeza a Ana, y al comienzo del aquelarre, cuando se la quitan. Es decir, antes de que las encierren y cuando consiguen ser libres. ¿Es equivocado pensar que es una forma de marcar el inicio y final del conflicto?
R: Es una manera de marcar una puntuación y también de marcar un contraste muy fuerte con los interiores en teleobjetivo.
P: Con Akelarre aportas una reinterpretación de la imagen de las brujas. Ya no son seres mágicos, mitológicos y malvados, sólo son mujeres que disfrutan de la compañía de otras mientras bailan y cantan. “No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, dice el inquisidor. ¿Es esta la imagen real y definitiva de las brujas? ¿Puede que ya no las volvamos a ver de la misma forma?
R: La imagen “positiva” de las brujas como mujeres mágicas y cercanas a la naturaleza me parece tan reductor y tan cliché como la imagen diabolizada. Por eso hice todo lo posible por mostrar que estas chicas son gente como nosotros, evitando toda característica folklórica y definirlas con elementos que se supone que son exclusivamente femeninos, porque todo eso es encerrarlas en una imagen llena de convenciones. Para mi, los bizarros, los supersticiosos, eran los jueces. Sería maravilloso que podamos liberarnos de esas supersticiones que nos han impuesto, pero aún estamos lejos.
P: ¿Qué simboliza el amarillo en el vestido que lleva Ana en el aquelarre?
R: Necesitaba un color potente, que se distinga del resto. El rojo ha sido muy usado, se ha vuelto previsible y de un simbolismo demasiado evidente (sangre, fuego, diablo). Elegí el amarillo porque tiene la misma fuerza visual pero menor connotación simbólica.
P: ¿Por qué decidiste darle más protagonismo a Ana, en vez de que todas ellas tuvieran la misma importancia?
R: Es solo una cuestión de economía narrativa. Me resulta más difícil, como espectador, seguir una narración coral. La identificación es menor, hay menos tiempo de profundizar. Si solo hubiese habido razones ideológicas a tener en cuenta, les hubiese dado el mismo espacio a todas. Pero mi trabajo es contar una historia.
P: Para terminar, ¿me puedes contar algo sobre tu próximo proyecto? ¿Tendrá algo que ver con Akelarre?
R: Estoy trabajando sobre un fragmento de la vida de Juana Azurduy, una mujer de origen vasco que combatió por la liberación de las Américas en el siglo XIX. Es casi una película de acción. Una mujer con 4 hijos, combatiendo a punta de machete, luchando por liberar un continente. La utopía.