Durante las últimas semanas, he visto mucha gente en redes sociales quejándose o preocupada por las cancelaciones de algunas de sus series favoritas -la mayoría de las cuales tienen su casa en Netflix. El panorama, para algunos, es desolador: la cancelación de Tuca & Bertie y los finales programados de Bojack Horseman, Glow y Dear White People son indicaciones de que el gigante del streaming ha decidido abandonar el contenido de marcado carácter innovador y progresista por el que apostó en sus inicios, dando una casa a nuevas voces diversas y originales, especialmente en el mundo de la comedia.
Esta situación resulta especialmente difícil de aceptar como simples cancelaciones cuando el equipo detrás de Tuca & Bertie y Bojack Horseman ha estado en huelga durante meses luchando para sindicarse. Aunque la primera es un caso que duele especialmente al tratarse de una nueva serie (y la sucesora natural de Bojack Horseman) con un potencial casi infinito para dar rienda suelta a la creatividad de sus animadores, el caso de nuestro caballo deprimido favorito es… ¿normal?
Que quede claro que en ningún caso voy a defender a Netflix como empresa, ya que considero que desde sus inicios ha capitalizado en una base de usuarios progresistas solo para darse cuenta de que esa gallina de los huevos de oro se queda más estéril con cada nuevo suscriptor. Su política de luz verde y cancelaciones es verdaderamente sorprendente, la promoción de lo que estrenan es, por lo general, modesta siendo generosos (¿sabéis que hace poco estrenaron una serie en la que Ciro Guerra dirige varios capítulos?) y no deja de ser una empresa gigante cuyos datos son completamente opacos con más poder del que cualquier empresa debería tener.
Pero no puedo dejar de pensar, en el caso del final de Bojack Horseman, que… es el momento. Adoro la serie; he llorado y reído muchísimo con ella, la he visto entera tres veces y nunca me canso porque me parece una auténtica maravilla, repleta de pequeños detalles, tramas interesantes y edificantes y personajes complejísimos con los que he crecido durante algunos años bastante formativos para mí. Por eso mismo, creo que nada es más apropiado para ella que terminar ahora, y terminar bien, tan perfecta como ha sido todos estos años, en lugar de estirarse y agotar su potencial y a sus personajes.
Y ese es otro de los problemas de esta época en la que las cancelaciones están a la vuelta de la esquina: existe la posibilidad de que una serie no tenga final; que, como ocurrió hace poco con The OA (¡también de Netflix!), un día termine una temporada sin cerrar su historia y mucho tiempo después se anuncie que no regresará. Por eso no puedo sino alegrarme de que cosas como Bojack Horseman, Glow o Dear White People lleguen a un final premeditado: sí, seguro que sus creadores tenían más historias para nosotros, pero siempre será mejor que las que ya existen lleguen a una conclusión satisfactoria.
PD: todo esto duele, pero lo que más duele es que The Good Place está terminando con esta temporada y que no hay forma de pararlo. ¿Estáis listos para que termine? Yo no. Pero un poco de eso van las series, ¿no? Hay que saber decir adiós.