Me gustaría empezar este artículo con una disculpa: no puedo valorar Turning Red como lo haría con cualquier otra película. El último proyecto de Disney me ha tocado de una manera muy especial, por lo que voy a tomarme la libertad de ignorar por completo sus características formales para centrarme únicamente en divagar sobre varias reflexiones que me ha suscitado. Esto que vais a leer a continuación no es una reseña, sería más correcto definirlo como un fragmento de mi diario personal que por algún extraño motivo he visto necesario hacer público. Quizás, más que una disculpa, esta introducción sea una excusa no solicitada por si no compartís lo que esta cinta ha despertado en mí.
Dirigida por Domee Shi y con guion de la propia Shi en conjunto con Julie Cho, Turning Red cuenta la historia de Mei Lee, una chica de trece años alegre, cariñosa con su familia y aplicada en el colegio. Un día, se despierta convertida en un panda rojo, al más puro estilo kafkiano, y descubrirá que solo dominando sus emociones conseguirá mantener la maldición bajo control. Para hacerlo, contará con el apoyo de sus amigas: Miriam, Priya y Abby. Su protectora madre, Ming Lee, notará que algo extraño le está sucediendo a su perfecta hija.
No tengo trece años, ni estoy en la pubertad. Por suerte esa etapa ya quedó atrás. Pero no hace falta ser una niña adolescente para entender lo que Turning Red nos quiere contar. Por supuesto, el momento vital y las circunstancias de cada uno impactan de forma directa con la manera de interpretar el cine. Antes de ver la película ya había leído varias veces que esta trataba sobre la menstruación, sobre ese despertar hormonal que se vive durante esos años tan complicados. Para mí, Turning Red habla sobre la relación con las mujeres de mi vida.
![turning red turning red](https://35milimetros.es/wp-content/uploads/2022/05/turning_red_madre.jpg)
Nuestras madres son la primera figura de autoridad que tenemos desde que nacemos. Están ahí para sujetarnos mientras aprendemos a andar, para empujarnos cuando lo necesitamos y enseñarnos lo que está bien y lo que está mal. Por eso, a menudo se nos olvida que ellas también son humanas. Sus propias vivencias, miedos e inseguridades condicionan sus decisiones. Además, los roles de género tradicionalmente asociados a la mujer suponen una presión constante que se suma a la enorme responsabilidad de criar a un hijo. Las madres, antes que madres, son mujeres: imperfectas, con sueños, y con un pasado ajeno a nosotros. Ellas también han sido hijas, también sufren y también se equivocan.
Allí donde las madres no pueden llegar, tenemos a nuestras amigas. Esas mujeres con la que compartimos generación, referentes y circunstancias. Para las que, como yo, estamos lejos de casa, nuestras amigas se convierten en nuestro hogar, en esa familia que hemos tenido la suerte de elegir. Aquellas en la que sabes que puedes confiar, que no te van a juzgar por tus pensamientos más oscuros ni a traicionar con tus secretos. Las amigas son un tesoro. A veces las necesitamos para que nos recuerden que hay que levantarse y seguir adelante. A veces son ellas las que nos necesitan a nosotras para que les recordemos que no están solas en este mundo. Otras veces, están ahí cuando nos apetece simplemente tomar una copa de vino blanco y hablar de cualquier tema, por trivial que sea.
![turning red turning red](https://35milimetros.es/wp-content/uploads/2022/05/turning_red_amigas.jpg)
Por supuesto, la mujer más importante de mi vida soy yo misma. Así como la protagonista de Turning Red, cuando crecemos la presión por ser perfectas en todo momento se vuelve extenuante. Tanto que se nos olvida que la única persona a la que tenemos que hacer felices es a nosotras mismas. A veces se hace cuesta arriba, nos levantamos pensando que no somos lo suficientemente buenas, o lo suficientemente guapas, listas, divertidas, y un largo etcétera. Pero ¿y qué más da si no lo somos? No tenemos por qué cumplir las expectativas de nadie. Aquellos que acepten y celebren cómo eres querrán quedarse, y los que no, se marcharán. Y todos somos libres de tomar esa decisión, no podemos retener a nadie que no quiera quedarse.
Gracias, mamá, por enseñarme a tener la valentía de hacer mi propio camino aunque no lo entiendas. Gracias también a mis abuelas, que quizás por sus circunstancias no han podido escoger el suyo propio como les hubiese gustado. Gracias a mis amigas por ser capaces de decirme lo que necesito oír aunque a veces no quiera escucharlo. Gracias a mí misma por tomar las decisiones que quiero tomar. Gracias a todas las mujeres de mi vida, a las que alguna vez formaron parte de ella y a las que me acompañan hoy día. Gracias a todas aquellas que vinieron antes que yo, porque sin ellas yo no podría ser yo misma.