La precuela forma ya parte natural de nuestro cine. Y aún así cuesta alcanzar una precuela que brille por sí misma
Hay vicios que no se pueden evitar. Desde los albores de las civilizaciones nos hemos dotado de códigos y leyes para evitar la destrucción moral y social que suponía caer en los vicios y tentaciones intrínsecos al ser humano. Sexo, corrupción, violencia…pero, ¿y las precuelas? Nadie nos advirtió de los engaños y encantos de las precuelas. Y así estamos.
La precuela es inevitable. Es un resorte automático que se activa en cuanto cierta producción supera un umbral mínimo (y cada vez más mínimo) de éxito y repercusión. Narrar lo acontecido antes de una historia ya conocida, los orígenes de un personaje, el principio más principio de una historia es el equivalente cinematográfico a no resistirse al pan recién hecho o a la cerveza fría en verano. Hay que hacerlo. Y tiene sus virtudes, pero no se suelen explotar.
El problema de la precuela reside por lo general en que no aporta nada nuevo o que complemente o enriquezca la historia original sobre la que se basa. Un contraargumento natural a esto sería: “Pero si ya conocemos el desenlace, es normal que esto sea así, calla y disfruta”.
Este problema se basa en que todo lo planteado en una precuela al uso parece estar únicamente dirigido a desembocar en la historia original, lo que provoca que los actos finales, o incluso intermedios, de los personajes, estén ahí no para ese momento, sino para un momento posterior, perdiendo toda su fuerza. En la trilogía de El Hobbit perdieron una oportunidad preciosa para narrar y expandir el universo de la Tierra Media, por lo que se desarrolló una trama centrada en cómo llegó todo a ser lo que es al inicio de El Señor de los Anillos. La fórmula fue sencilla: quitar el protagonismo de la narración a los nuevos (y prometedores) elementos y traspasarlos a lo conocido, a lo familiar, al guiño.
Y existen buenas precuelas. Este género en sí no es malo por su propia naturaleza. Better Call Saul construye una historia nueva, independiente, con suficiente fuerza para mantenerse en pie por sí sola y sin beber en exceso de Breaking Bad. Sí, hay guiños y fuertes referencias, pero las justas para que entiendas que ambas historias suceden en el mismo universo. La diferencia es que puedes ver Better Call Saul sin Breaking Bad, pero el Hobbit sin El Señor de los Anillos queda vacío y desorientado.
El problema de la precuela es que está demasiado preocupada por cómo llegar al final del camino y no en cómo debería ser ese camino. Recientemente lo hemos podido ver con Solo: Una historia de Star Wars, donde el guion era una colección de momentos orientados a encajar con el Han Solo que conocíamos. Aunque sí que es cierto que hace buenos intentos para construir su propia consistencia, transmite una falta de coraje a la hora de distanciarse del material original. Al final, una precuela con estos problemas da una sensación de que no era necesario conocer esa historia, de que sobraba.
Algo parecido sucede con las precuelas de Alien. Prometheus y Covenant tratan de ser independientes a la saga original, pero acaban cayendo en lo familiar, en lo conocido. Y sin embargo está el caso de Calle Cloverfield 10, que tiene todos los ingredientes de ser una precuela del montón (aunque cronológicamente esto sea discutible) y en cambio construye una historia con fuerza propia sin obviar el propio universo en el que se encuentra.
Conocer de antemano el desenlace de una historia no debería ser nunca justificación para producir reciclando y guiñando en modo intermitente y sin pausa al espectador. Con las próximas precuelas de Aragorn y El Señor de los Anillos para Amazon y más spin-off basados en personajes ya conocidos de Star Wars hay otra oportunidad de crear películas que vaya más allá de la referencia y el fan-service.
No se nos advirtió de los peligros de la precuela. No estábamos preparados. Habrá que esperar al próximo remake de La Biblia para ver si los incluyen.