Cuando Japón aparecía hasta en los créditos

La influencia de la economía japonesa en el cine estadounidense de los años 80 y principios de los 90 resulta innegable. La pujanza de la economía de Japón influyó notablemente. Desde la popularización de sus coches Toyota hasta los relojes digitales. Japón dejó una huella indeleble en la cultura popular de Estados Unidos.

A día de hoy, la economía de Japón se enfrenta a un prolongado período de escaso crecimiento y una preocupante deflación de precios desde la crisis de 1991, resultando en décadas de estancamiento. Una tendencia igual de inquietante que el aumento vertiginoso de precios (inflación) que vivimos en la Europa actual.

A pesar de esto, Japón sigue siendo la tercera economía más grande del mundo en términos de Producto Interno Bruto (PIB). Durante las décadas de los 70 y 80, era tan influyente que generaba temor en Estados Unidos. El ‘milagro japonés’ llevó la cultura empresarial japonesa y sus grandes corporaciones a expandirse globalmente, incluso en los Estados Unidos.

El auge de la industria automovilística y la tecnología, impulsado por la robótica y la electrónica, amenazaba claramente la supremacía económica de Estados Unidos, de manera similar al papel actual de China. Algo que refleja de forma marcada la segunda temporada de Devils. Como también describía Tom Hanks en Esperando al Rey destacando el dominio de los mercados asiáticos, con una mejor tecnología, costes laborales más bajos, las deslocalizaciones y exportaciones masivas.

 

Dejando de lado la rivalidad bélica de la Segunda Guerra Mundial, el cine estadounidense ha explorado el choque cultural y las diferencias entre el estilo de vida estadounidense y japonés. La influencia de la cultura japonesa y el interés que generaba en esos años se reflejaron en numerosas películas que destacaban la tradición milenaria de Japón, y paradójicamente también su vanguardia tecnológica.

Los estadounidenses se quedaron fascinados con la filosofía vital del señor Miyagi (Pat Morita). Bueno, y sobre todo con su técnica en las artes marciales. Si bien la primera parte de Kárate Kid  (John G. Avildsen, 1984) transcurre en Los Ángeles a base de «dar cera y pulir cera», en las posteriores, profesor y discípulo visitan el propio Japón. Donde descubriríamos todavía más de la particular visión del mundo de los nipones.

 

Otro aficionado y amante de la cultura nipona como Daniel San (Ralph Macchio), es Sean Connery interpretando a un agente de policía en Sol naciente (Philip Kaufman, 1993). Por su enorme conocimiento y aprecio de esa cultura, es asignado a un caso de asesinato en el que están involucrados importantes ejecutivos de una corporación japonesa llamada Nakamoto. Sin la necesaria la participación de Connery, Wesley Snipes y Harvey Keitel hubieran sido incapaces de entender esas diferencias culturales.

Para comprender y relacionarse con otras culturas en el ámbito de los negocios, se necesita un entendimiento profundo. Ya vimos lo que les ocurría a unos contrariados y hastiados Bill Murray y Scarlett Johansson en Lost in translation (Sofia Coppola, 2003). Un gran desafío que enfrentan los occidentales al tratar de comprender y adaptarse a la cultura japonesa en situaciones laborales. En contraste, Un plan perfecto (Gambit) (Michael Hoffmann, 2012) muestra a Cameron Díaz como una negociadora capaz de leer entre líneas y comprender las sutilezas culturales durante una negociación entre occidentales y japoneses. Algo de lo que es incapaz Alan Rickman. Contar con algunas pautas y diplomacia, propicia ventaja negociadora ante la susceptibilidad y jerarquía de los japoneses.

 

Otras películas utilizaron la estética japonesa como fuente de inspiración, caso de Blade Runner que presentaba elementos futuristas y tecnológicos que se asemejaban a la modernidad de Tokio. En Black Rain, también dirigida por Ridley Scott, se envía a Andy García y Michael Douglas a Japón rodando todo tipo de planos de la ciudad con estética de luces de neón y tecnología avanzada para la época.

Por otro lado, El Último Samurái (Edward Zwick, 2003) exploró esa lucha entre el cambio tecnológico y la filosofía samurái en el Japón del siglo XIX. La fascinación por la esencia oriental persuade a Tom Cruise de insistir a Katsumoto para que adquieran armas de fuego y renuncien a su tradicional arte de la guerra. En aquella época la economía japonesa estaba totalmente cerrada al comercio internacional y su proteccionismo se basaba sobre todo en rechazar las costumbres y modos foráneos.

 

Continuando con las diferencias culturales, hubo películas que mostraron de manera más clara la interacción entre estadounidenses y japoneses en el ámbito empresarial. Evidenciando así las diferencias en los estilos de trabajo y liderazgo. Por ejemplo, en el gran éxito de taquilla de La jungla de cristal I (John McTiernan, 1988) con Bruce Willis (John McLane) en su momento álgido de carrera. Recordemos que transcurre en el rascacielos corporativo ultramoderno de Nakatomi Plaza. Tal era el poderío económico de los japoneses que el grupo de terroristas asaltante pretendía apropiarse de un botín multimillonario de bonos al portador. «Dominan la tecnología al no haber podido con Pearl Harbour», según se bromeaba en la película.

Michael Keaton en Pisa a fondo (Ron Howard, 1986) se encargaba de lidiar con los directivos japoneses de la Assan Motor Company, que había adquirido la fábrica automovilística donde trabajaba, tratando de que pudieran coexistir ambas culturas. Incluso El Soplón (Steven Soderbergh, 2009) se centró en los negocios relacionados con corporaciones japonesas en la década de 1990. El estafador que interpreta Matt Damon urde todos sus planes a partir de una supuesta fijación de precios en el mercado de maíz de los nipones.

 

En resumen, hubo una conexión especial entre Estados Unidos y Japón durante los años 80 y 90. Cultural y cinematográficamente. Más allá del anime, de la mafia (‘yakuzas‘) y otros estereotipos. Y aunque en los últimos años, la atención se ha desviado hacia China, Japón seguirá siendo un actor económico relevante. Basta con ver sus coches híbridos con nitrógeno, sus avances en energías renovables e inteligencia artificial… Y siempre quedará su organización, disciplina, valores como el honor y el respeto.  De ‘Sayonara Japón’ nada, sino ‘hasta pronto’.