Festival de Cine de La Habana – Epílogo: Perfect Days, Wim Wenders

 

Pase de espectador del festival. Iván Garrido

Como el policía que entrega su placa para enfrentar la jubilación, nosotros entregamos al olvido (eufemismo del cubo de basura), la acreditación de esta 44 Edición del Festival de Cine de La Habana.

Aquí no se oye un ruiseñor tras la ventana, se oye… bueno, para ser justos sí he oído al ruiseñor, y al sinsonte y a la cotorra y al gorrión; he visto los zunzunes (colibrí cubano) rebuscar entre las flores fajándose con las abejas entre las matas del aguacate; he visto las ceibas nacer como directamente desde el corazón de la tierra. Pero a lo que iba: lo que oigo, cada mañana bajo mi ventana, es a un pregonero gritar Se vende ajo, cebollaaaaaa! Y también: Cambio cebolla por cigarro, por aceite, por jabón. ¡Por roooooon!

Zunzún. Héctor Garrido 

Es un oficio muy común y perfeccionado el de pregonero. Hay uno en especial, que cuanto más tiempo pasas en Cuba, más entra en tu subconsciente, como si llevaras oyéndolo toda la vida, y es ni más ni menos que El bocadito de heladooooooo. También está el lamento fúnebre, cual marcha de semana santa, que va como arrastrando los pies, diciendo únicamente el pai, el pai, el pai (la tarta, la tarta, la tarta). En contandísimas ocasiones le he escuchado gritar El pai de guayaba. La guayaba, por cierto, es de las mayores delicias de esta tierra. Nunca hay que decir que no a nada relacionado con la guayaba, por supuesto al pai, pero también a los casquitos de guayaba, a la mermelada de guayaba, al bocadito de guayaba, al jugo de guayaba y a la guayaba tal cual, como Dios la trajo al mundo. ¿Tentó, entonces, a Eva con una guayaba?

Pondremos el tocadiscos para siempre.

Ven con tu nuca de infiel,

con tu pedrada.

Júrame que no estoy muerta.

Te prometo, amor mío, la manzana.

Así acaba El discurso de Eva, de Carilda Oliver, uno de los poemas (¿épico?) más increíbles que he leído en mi vida. Te prometo, amor mío, la guayaba.

Retrato de Carilda Oliver, serie Cuba Iluminada. Héctor Garrido

Anécdotas aparte, fiascos aparte (como ha sido en algunos sentidos la lista de películas premiadas del festival, pues el corto que ha ganado es infame y el mejor largometraje de ficción, como ya comentamos, insuficiente), polémicas aparte (la censura, la censura…) y haciendo uso de toda mi libertad de expresión, elegiré hablar de cine.

Ah, Perfect Days, de Wim Wenders… ¿Se le puede pedir más a la vida que despedirse del festival con esta maravilla? El director alemán es un enamorado, o más bien obsesionado de la cultura japonesa, algo muy común en nuestros días de lo que un servidor no puede exculparse. Para Wenders no es algo reciente, pues en su filmografía ya ha dedicado trabajos al país del sol naciente, como Tokyo-Ga (1985), documental donde habla de Yasujiro Ozu. Porque en esa fascinación que nos causa a muchos Japón, que podría justificarse solo por su exotismo, por lo diferentes que son a nosotros, por una sensibilidad sin límites… lo cierto es que al que suscribe esto y a Wim Wenders y a muchos más, la enfermedad de amor al Japón nos ha sido contagiada por las películas.

Desde los años 30 se hacía gran cine allí, cine mudo que hablaba del Japón histórico y de las historias modernas de entonces. Pero es en los 50 y 60 donde llega a su clímax, a su época dorada. Ese cine clásico japonés, que bien podría ser catalogado como el mejor que se ha hecho en la historia, de la mano de la santísima trinidad: Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi. Y hay, al menos, dos más, que no se pueden olvidar: Masaki Kobayashi y Mikio Naruse. Luego vendrían Kaneto Shindo o Hiroshi Teshigahara, pero no hace falta llegar tan lejos, ni mucho menos hasta Hirokazu Kore-eda, solo con los primeros cinco nombres tenemos para erigir un imperio bajo el sol. Kurosawa filmó quizás la mejor película de la historia, Los siete samurai (1954). Ozu, por su parte, hizo la inmortal, indescriptible por su minimalismo e indómita silenciosamente Cuentos de Tokyo (1953). Y Mizoguchi, la fantasmal y gloriosa Los cuentos de la luna pálida (1953), una de las cintas más sensibles que uno pueda sencillamente imaginar. No puedo no mencionar la trilogía de La condición humana (1959-61) de Kobayashi, una historia de más de nueve horas sobre las maldades que cometió Japón en la Manchuria china durante la Segunda Guerra Mundial, que es como El señor de los anillos pero cincuenta años antes y sin fantasía y con mucho dolor. Y Naruse, sin extendernos más, con esa obra maestra, que no sabría qué decir, que es Cuando una mujer sube una escalera (1960), la película más feminista quizás del siglo, la defensa final del honor en el oficio más antiguo del mundo.

Cartel de la película.

En fin, pretendía solo traslucir mínimamente el embrujo que causa Japón, y en el caso de los cinéfilos, su inigualable cine. Y eso es lo que le ha pasado a Wim Wenders, para milagro de los amantes del cine japonés y para milagro también de los amantes del cine en general, pues su nuevo trabajo es sencillamente un peliculón, que se estrena el 12 de enero de 2024 en salas españolas.

Imagínate al mejor Wim Wenders, ese cineasta irregular que nos ha regalado perlas clave de la historia del cine como París, Texas. Pues ese Wim Wenders, ese gran narrador, detallista, inspirado. Súmale una historia a la japonesa, con pocos diálogos, personajes con cargas emocionales interiores inmesas, que apenas expresan sino en momentos puntuales, en miradas, en actos como poner música o mirar al horizonte. Y añádele, por último, una serie de clásicos de música de los 60 y 70, algunos de los mejores, como Perfect Day de Lou Reed, Brown Eyed Girl de Van Morrison, Pale Blue Eyes de Velvet Underground, Redondo Beach de Patti Smith y The House of the Rising Sun (nótese la redundancia), de The Animals. Hay otro de los grandes temazos que no revelaré, pues es el que da final a la historia y su significado tiene gran carga narrativa.

Pues ya está, uno tiene una película que es imposible disfrutar más. Y encima hay un actor, Kôji Yakusho, que está fantástico y que acaba de ganar merecidamente Mejor actor en Cannes. Y que a lo que se dedica su personaje es a limpiar baños públicos, y lo hace con más amor y entrega de lo que hemos visto nunca, limpiar pipís y cacas. Un hombre que le hace reverencias a los árboles cuando se come su bocadillo de media mañana y que toma fotos que luego revela y que lee libros sin parar. Las fotos que toma son de un concepto que solo existe en Japón que es Komorebi, la luz que se filtra a través de los árboles, que siempre va cambiando pues el viento mueve las hojas y es como un río, informe, en cambio constante.

Y bueno, no diré mucho más para no caer ni en el delirio ni en el spoiler. Solo que hay una secuencia inolvidable, con Perfect Day (referenciada en el título del film) de Lou Reed de fondo, un travelling del protagonista en bicicleta, cruzando a contraluz uno de esos puentes sobre el ancho río de Tokyo, con el océano de fondo, y el personaje escucha esta gloriosa canción a todo volumen en uno de los momentos más emotivos de la película… Impagable momentazo.

Fotograma de la escena de la bici.

Y ya está, dejémoslo ahí. A quien le interese que vaya a ver la película. Por aquí, nada más. Se acabó el festival y este vampiro-cinéfilo-cronista se despide de ustedes. Ha sido un placer, se despide de la transmisión un afortunado por haber podido vivir tal festival.

La Habana. Héctor Garrido

This is Major Tom to ground control

I’m stepping through the door.