El pasado domingo finalizó la última edición del D’A Film Festival de Barcelona, que presentó este año un formato híbrido con proyecciones presenciales y encuentros con directores, y varias secciones programadas en la plataforma Filmin. Tras la exitosa edición de 2020, que tuvo lugar de forma íntegra en el servicio de streaming, el certamen catalán centrado en el cine de autor ha regresado por todo lo alto, con una selección de las mejores películas de la temporada: desde el último Giraldillo de Oro del Festival de Sevilla, Malmkrog, hasta la nueva película de un director marca de la casa como es Marc Ferrer, que presentó ¡Corten!.
En un festival donde presentan películas algunos de los directores más experimentados del panorama internacional, como Kelly Reichardt, Abel Ferrara o Tsai Ming-liang, podría parecer difícil dar el espacio que se merece al talento de nuevos realizadores emergentes, pero el D’A 2021 ha sabido encontrar el equilibrio necesario para que propuestas como Poppy Field de Eugen Jebeleanu, flamante triunfadora del festival, o Make Up de la debutante Claire Oakley, destaquen y tengan la representación que se merecen.
Todo esto, por supuesto, sin olvidar el talento local, algo por lo que este certamen que acaba de superar su primera década de existencia siempre ha apostado. Ya he mencionado la presencia de Marc Ferrer, adscrito al D’A y cuyas proyecciones son consideradas un evento por el público fiel de Barcelona; pero este año destaca especialmente la sección Un Impulso Colectivo, que cuenta con algunos de los autores emergentes más destacados del panorama nacional, ha programado el nuevo trabajo de Meritxell Colell, Transoceánicas, una película-correspondencia en colaboración con Lucía Vasallo, así como obras premiadas en los festivales de Gijón y Sevilla, como fueron 9 Fugas de Fon Cortizo o Los inocentes de Guillermo Benet.
Goodbye, Dragon Inn (Tsai Ming-liang, 2003)
La película sorpresa de esta edición del D’A Film Festival ha sido la remasterización en 4K de una de las grandes obras del cineasta taiwanés Tsai Ming-liang (Vive L’Amour, Rebeldes del Dios Neón). Goodbye, Dragon Inn cuenta las últimas horas de una sala de cine que, a punto de cerrar y en un estado de cuasi-decadencia, proyecta en lo que parece un bucle infinito Dragon Inn, un clásico del wuxia dirigido por King Hu en 1967.
Pero lo que hace grande esta obra de Tsai Ming-liang no es lo que ocurre en la pantalla, sino su celebración del cine como un acto colectivo: la sala, a punto de desaparecer, rebosa vida a través de mútiples y variopintos personajes; desde unos baños convertidos en punto de cruising, a un turista japonés aficionado a la verborrea grandilocuente, o los propios protagonistas de Dragon Inn, recordando un tiempo ya pasado en que el cine era venerado como algo mágico. Pero ni siquiera ellos ven tantas películas últimamente.
Berlin Alexanderplatz (Burhan Qurbani, 2020)
La novela Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin, es uno de los trabajos literarios más representativos de la República de Weimar. Adaptada en 1980 por Rainer Werner Fassbinder, uno de los directores más rompedores e irreverentes del siglo pasado, enfrentarse a una nueva versión de la historia siempre iba a ser complicado.
La serie de Fassbinder tiene 14 partes, incluyendo un epílogo surrealista de dos horas. La película que Burhan Qurbani presentó en la Berlinale 2020 y que ha llegado a este D’A Film Festival condensa la historia en tres horas, y la convierte en un relato decididamente contemporáneo; quizá es esto lo que la convierte en una película fallida, por interesante que resulte: sus personajes parecen parodias de los que presenta la novela de Döblin, y sin el desarrollo necesario, se estiran hasta la caricatura, convirtiendo una obra tremedamente compleja en su ideología y moral en un relato más o menos sencillo y potable de ascenso y caída en la Alemania de hoy en día. De nuevo, no hay nada necesariamente malo con ella, y algunas de sus ideas son interesantes, pero la sombra de Fassbinder es alargada, y los cambios que Qurbani introduce son pocos y no le hacen grandes favores a su película.
Siberia (Abel Ferrara, 2020)
Tengo que hacer una declaración: Abel Ferrara es uno de los directores que más me interesan actualmente; tanto sus primeras películas, como China Girl, como sus esfuerzos más recientes (incluso el pseudo-documental Sportin’ Life) me parecen obras fascinantes llenas de hallazgos formales y narrativos. Por eso, esperaba Siberia como agua de mayo. Por eso y por Tommaso.
Tommaso es la película de ficción anterior de Ferrara. Es una ficcionalización de su vida en Roma, donde su mujer y su hija se interpretan a sí mismas mientras que a Ferrara le pone cara Willem Dafoe, que en la película se llama Tommaso, aunque ambos han declarado que el personaje no está inspirado en ninguno de ellos, sino que es una construcción de ambos. Hablo de esta película, primero, porque me parece una de las mejores de la década pasada, pero más importante, porque durante Tommaso vemos cómo el protagonista escribe el guion de lo que terminaría convirtiéndose en esta Siberia.
Eso es, quizá, algo que es importante conocer de Siberia: es una película realmente personal para Ferrara. La historia es sencilla; un hombre (Willem Dafoe) vive aislado en una cabaña en mitad de una montaña, donde cuida de sus perros. Un día decide salir. Puede que tenga un hermano que vive con él. Puede que tenga una familia que va a verlo. Esta pesadilla surrealista no deja espacio al espectador, es tan dura como la montaña donde vive su protagonista y el pez que habla al final no lo pone más fácil.
Pero Siberia es un trabajo de exorcismo realmente loable. Puede que no sea muy entretenida, pero lo que Ferrara nos pide es que estemos con él en este momento en que intenta plasmar en la pantalla sus demonios y la lucha que ha tenido con ellos todo esto tiempo. Si nos dejamos abandonar, vamos a vivir un viaje a través del pasado del protagonista del que saldremos, al menos, con una nueva apreciación por el cine del director italoamericano.