Jane the Virgin terminó su historia con un doble capítulo: una primera parte, similar a un especial, en donde conectaron a actor-espectador con unas entrevistas muy cercanas, y una segunda en la que cerraron por completo las tramas de la serie, sorprendentemente sin dejar ningún cabo suelto.
Aunque esta quinta temporada de Jane the Virgin empezó de forma decepcionante para muchos, estropeando uno de los mejores giros de guión de la serie y trayendo de vuelta la tediosa trama del triángulo amoroso de su protagonista; a lo largo de sus 19 capítulos fue evolucionando de manera certera, introduciendo nuevos y trascendentales temas, y dándole al espectador todo lo preciso para que se quedase con un buen sabor de boca.
Pero, ¿qué es exactamente lo que ha hecho que el espectador se mantuviese interesado en Jane the Virgin durante una centena de episodios?
En primer lugar, su poco habitual género. A pesar de que su estética, tramas y personajes en un primer momento podrían hacernos pensar que se trata de un culebrón al uso; su complejidad, ruptura de estereotipos y la profundización psicológica de sus personajes rompen con los cánones habituales del género. Es por ello que la CW etiqueta Jane the Virgin como un dramamedia satírico. Lo novedoso de esta serie, con respecto a otras similares como The Office, es que parodia un género que nunca antes se había abordado desde esta perspectiva: el culebrón. Así vemos como, a través de la sátira, se ríe de la sobreactuación y las incoherencias de las telenovelas latinas. Pero, no solo se queda en eso, sino que además hace un uso magistral de todos los recursos narrativos, tramas recurrentes y personajes prototípicos de los culebrones.
En relación con lo anterior cabría destacar su inclusión social. Jane the Virgin ha sabido acercar el mundo latino al espectador americano en la época en que era más necesario, hablando incluso del drama de la inmigración ilegal. La serie dignifica al latino y lo normaliza, algo muy inteligente teniendo en cuenta el alto porcentaje de comunidad latina en el país. Jane the Virgin neutraliza la imagen exagerada que Hollywood mostraba de ellos, tratando su cultura con un respeto destacable. En esta serie se representa a la familia hispana de una manera muy digna, limpiando asperezas y haciendo desaparecer los típicos clichés que su público objetivo – el americano medio- tiene de este colectivo. “No tenemos que estar gritando continuamente: ‘¡Tacos, fiestas, yuyuyu!’”, declaraba la propia Gina Rodríguez cuando obtuvo su Globo de Oro gracias a la serie. Un buen recurso en este sentido fue la introducción de estrellas invitadas latinas, tales como: Gloria Estefan, Paulina Rubio, David Bisbal, Juanes o Isabel Allende… Otro elemento magistral sustraído de la cultura latina fue el uso del realismo mágico, esa mezcla de elementos reales y ficticios que se pueden apreciar en todos los episodios y que aportan ritmo y tintes cómicos a la historia.
Asimismo, llama la atención la originalidad de Jane the Virgin a la hora de emplear diferentes elementos narrativos. Desde los muy conocidos flashbacks y cliffhangers, pasando por la introducción de las nuevas tecnologías – email, Whatsapp, Twitter, Facebook e incluso aplicaciones de citas-, hasta la voz en off. En el caso de este último lo emplean muy inteligentemente: no solo como narrador que resuma lo visto anteriormente y guíe al espectador en lo caótico de sus diferentes tramas; sino también para explicarnos vacíos argumentales, los puntos de vista de algún personaje y, más importante, ponerse en la piel del propio espectador empatizando con lo que este puede estar sintiendo. Todo esto lleva a que se convierta en un personaje más de la serie y, de hecho, en el episodio final revelan su auténtica identidad.
No obstante, si algo destaca en Jane the Virgin es su empoderamiento femenino. Tramas amorosas y criminales al margen, esta es una serie de mujeres fuertes que luchan por sus sueños y necesidades y las anteponen a cualquier vinculación romántica. La ficción nos aleja de todos esos estereotipos creados por Disney y las comedias románticas, presentándonos un feminismo radical y con tradición: dando a conocer todos los tópicos que revolotean alrededor de la condición femenina para, posteriormente, bombardearlos uno a uno desde su raíz de forma loca y con una fuerte dosis de humor. Tiene también una forma posmoderna de reírse de esos lugares comunes de las relaciones amorosas, donde todo el mundo ha caído en alguna ocasión: la expectativa, el deseo de romanticismo, elegir al chico malo sobre el que más conviene, el no afrontar una ruptura, etc. Sin embargo, con cada una de estas situaciones la serie acaba aportando una lección moral cargada de feminismo.
Por último, Jane the Virgin no sería lo mismo sin su muy cuidada estética. La fotografía, vestuario y escenografía de la serie hacen al espectador sentir estar dentro de un cuento de hadas, moviéndose esencialmente entre tres escenarios: la casa Villanueva espejo de la realidad; los platós de telenovela representando la pura fantasía y el hotel siendo un punto a medio camino entre ambos mundos. Tanto se cuida el detalle que el vestuario de cada personaje tiene asignado una gama de colores muy específica, algo que puede pasar desapercibido para la mayoría de espectadores pero que tiene una gran carga simbólica. Ese mismo simbolismo impregna los efectos visuales y la música, donde predominan los leitmotiv que sirven de guía al espectador, compuesta por Kevin Kiner, a partir de los temas del oscarizado Gustavo Santaoalla.