Grandes obras olvidadas: ‘R.P.M.’

En el arte, el tiempo puede ser un mordaz e insidioso enemigo. Los gustos cambiantes del gran público, las asunciones prematuras o la efímera vigencia de la moralidad, marcan con dolorosa arbitrariedad los epicentros totémicos de la disciplina cinematográfica, enterrando a su paso discretas pero inmensas obras maestras que, con el paso de los años, se tornan en absolutas desconocidas para la mayoría. Con el objeto de rescatar algunos de estos increíbles títulos, comienzo esta serie de artículos que, espero, les descubran alguna película que juzguen digna de amar.

El director Stanley Kramer dejó para la posteridad obras inmortales e indiscutibles como Fugitivos (1958) Vencedores o vencidos (1961) y Adivina quién viene esta noche (1967), entre otras. Sin embargo, en su filmografía también constan trabajos más modestos que han sido enterrados por el tiempo. Tal es (tristemente) el caso de la maravillosa R.P.M. (1970). Esta inteligente, sofisticada e incomprendida película ahonda de forma arrolladora y mordaz en las complicadas luchas políticas del ambiente universitario sesentero.

Con pulso firme y valiente, la cinta retrata una realidad que aún hoy sigue siendo acuciante. Ahora que está más en boga que nunca la cultura de la cancelación, de la corrección política mal entendida (rediseñada más bien como una estupidez política) y el alarido histérico vacío de contenido (pero muy militante), es el momento idóneo para rescatar del cajón esta olvidada película que es, en realidad, un alegato contra los fanatismos. Una crítica sin reservas al envenenado clima universitario. Tanto contra la izquierda moralizante y cerril (encarnada en el alumnado) como contra la derecha ciega y retrógrada (encarnada en el profesorado).

Los estudiantes, tan idealistas y combativos como idiotas.

Entre los estudiantes en huelga exigiendo violentamente demandas poco realistas y los educadores insensibles y ajenos a la realidad de sus alumnos, se encuentra el personaje del siempre genial Anthony Quinn, que aquí se calza las botas de un veterano e idealista profesor que es elegido como mediador del conflicto. Se plantea entonces la dicotomía que da forma al concepto germinal de la película. Paco Pérez (que así se llama el personaje) se ve atrapado irremediablemente entre el peso de sus convicciones revolucionarias y su condición de parte activa en la autoridad y el status quo.

De la película se extrapola una tesis verdaderamente pesimista. La reflexión general de la obra calibra, en última instancia, la imposibilidad de implantar una agenda política verdaderamente izquierdista y contracultural siguiendo los mecanismos del sistema. De esta forma, se descarta casi por completo la posibilidad de cambiar el sistema desde dentro (buen ejemplo de esto es el estrepitoso fracaso del profesor Pérez en su intento de acercar posturas entre en alumnado y los profesores). Sin embargo, también se fulmina por completo la posibilidad de que los movimientos progresistas radicales puedan conseguir cambios estructurales significativos con medios de lucha más subversivos y contestatarios, pues el rodillo de la ideología dominante siempre es más fuerte (las protestas estudiantiles son violentamente disueltas por la policía).

Quinn tratando de razonar con los estudiantes. O lo que es lo mismo, Quinn dándose cabezazos contra una pared.

No obstante, la imagen caricaturesca del pomposo academicismo conservador, y la visión romantizada y socarrona que se arroja sobre el personaje de Quinn, me hacen llegar a la conclusión de que esta genial y finísima película no es otra cosa que una crítica a la izquierda desde la izquierda (que buena falta nos hace, antes de que nos volvamos todos imbéciles). Al fin y al cabo, el progresismo siempre ha sido (y debe seguir siendo) la contestación al orden establecido de las cosas. La fuerza del cambio que arrastre el carro de la historia hacia horizontes más abiertos y bondadosos. Sin embargo, mientras los siniestros agentes de la histeria más irracional se sigan infiltrando entre las filas del izquierdismo militante, habrá poca esperanza para la proliferación de la causa. Y eso es algo que, en el año 1970, R.P.M. ya creyó conveniente advertirnos.

Cuídense de los falsos profetas y de los que creen poseer la más absoluta pureza moral, pues la mayoría de las veces son, en realidad, idiotas disfrazados de pulcritud.