Vengadores: Endgame ha hecho historia. Y no por superar (o no) a Avatar como la película más taquillera – en estos momentos se encuentra a apenas 40 millones de dólares de la cinta de James Cameron -. La importancia de Endgame radica en lo que significará para el género de los superhéroes en los próximos años y en cómo, a la vez que ha supuesto el cenit para esta exitosa corriente cinematográfica, también ha constituido un punto de inflexión que obligará al género a reinventarse o a entrar en un declive sin frenos. Y sin ser demasiado conscientes de ello, la reinvención ya ha comenzado delante de nuestros propios ojos.
El cine de superhéroes ha tomado el valioso testigo de otros géneros-rey como el western en los 50 y 60, o la ciencia ficción y lo cyberpunk en los 80, para marcar a toda una generación. El cine de principios del siglo XXI no se entenderá sin el liderazgo de este género tras ser llevado, por fin, a la pantalla grande, ya no como producto de nicho, sino para ser consumido de forma masiva. Endgame ha sido, en este contexto, la culminación de décadas de adaptaciones cinematográficas sacadas del cómic y de la novela gráfica. Pero tal triunfo no esta libre de consecuencias.
Con su abrumador éxito, Endgame ha puesto contra las cuerdas al mismo género que ayudó a impulsar. Porque, ¿ahora qué? Al igual que Juego de Tronos en el panorama televisivo, Endgame obligará al cine de superhéroes a buscar nuevas alternativas e historias, a refrescar la narrativa para mantener a flote este barco cargado de oro. DC fue una de las primeras en ser conscientes de esta realidad y supo virar a tiempo su rumbo para reinventar su propia historia. Abandonar su universo cinematográfico a tiempo para sacar cintas como Shazam! (2019), que precisamente se sirve de los cánones del género para satirizarlo es una prueba de ello.
Pero no ha sido el único. El género se encuentra en pleno proceso de reestructuración.
Las primeras pruebas que muestran que un género se encuentra al borde del desgaste es la toma de consciencia del propio género de este hartazgo y el uso de la autorreferencia para contar nuevas historias. Es decir, todo el mundo conoce los patrones comunes de las pelis de superhéroes, sus clichés. Por ello, a la hora de reinventar, se usarán para la sátira o la exploración de nuevos caminos.
Ahí está el caso de Deadpool (2016), que se aprovecha de que el público tiene asimiladas las reglas del género de los superhéroes para construir su historia. O, en el polo opuesto, Logan (2017), que es una vuelta de tuerca, ahora en forma de drama, a lo que sabíamos del género. El declive de un mito. Algo que también sucede en el género anime con obras como One Punch Man, que parodia constantemente lo que durante décadas había sido normativo en los superhéroes.
De nuevo acudimos a Juego de Tronos, una obra, tanto en literatura como en televisión, cuyo éxito radica en tomar lo establecido en el género fantástico – Bien versus Mal – para hacerlo trizas y sorprendernos. Seguramente si el género fantástico clásico nos fuese ajeno y desconociéramos sus patrones, Juego de Tronos no nos habría impactado de la misma forma porque no sabríamos ver a qué está contestando.
Así sucede, por ejemplo, con la recién estrenada El hijo (2019), cuya propia premisa es precisamente tomar lo que todos sabemos de Superman para darle una vuelta de tuerca con tintes de terror. De nuevo, otra apuesta por la reinvención.
Pero no es algo nuevo. Los Increíbles ya en 2004 ya sabía qué teclas tocar para dar un nuevo enfoque al género, y Watchmen (2009) es directamente un quiebro radical al poner bajo el foco las contradicciones de este tipo de historias, de una forma patética y oscura. Algo parecido a Jessica Jones en televisión. Y sobra decir que muchas de estas historias vienen de aún más atrás, cuyo material original son al final cómics y novelas gráficas publicadas hace décadas. ¿Entonces?
La búsqueda de romper con las reglas de un género ha estado presente, en el caso de los superhéroes, casi desde su mismo inicio. La diferencia tras Endgame es que los nuevos enfoques ya no son algo opcional ni una aventura por explorar nuevas tierras. Tras Endgame la reinvención llegará, y está llegando, de forma masiva y obligada.
Tomemos el caso de Spider-Man. El enorme acierto de Spider-man: Un nuevo universo (2018) radica en la autoconsciencia del género. Una vez asumido que el hombre-araña ha sido protagonista de casi una decena de películas en menos de diez años, y que “todo está contado”, Un nuevo universo se permite romper moldes y no tener miedo a sorprender, a pesar de que a priori parecía que estábamos saturados de historias de Spider-man. Precisamente uno de los fallos de las películas de The Amazing Spider-man con Andrew Garfield fue que no supo distanciarse lo suficiente (no, ponerse oscuro no es suficiente), algo que también sufrió La liga de la Justicia (2017).
Porque esa es la ventaja de la reinvención de un género. Esquiva la saturación porque obliga a ofrecer algo radicalmente distinto a lo acostumbrado. Por ese mismo camino parece que circularán las próximas de Jóker con Joaquin Phoenix o la miniserie de HBO de Watchmen – que es la reinvención de una reinvención-.
¿Endgame de los superhéroes? Desde luego la tendencia parece indicar que se ha acabado el juego para un tipo de cine dentro de este género. Pero, mientras haya ganas de formular nuevas reglas, el game over parece que tendrá que esperar. Aún hay muchas capas que echarse sobre los hombros.