El filósofo Byung-Chul Han empieza su libro La sociedad del cansancio definiendo al siglo anterior como una época inmunológica. Conflictos como la guerra fría reforzaron esta clara dualidad entre amigo y enemigo, dentro y fuera, conocido y extraño. Se generó, por lo tanto, una especie de cultura del miedo al diferente, al que está fuera de nuestras fronteras o, minimizando la escala, nuestra zona de confort. Realmente es fácil encontrar este esquema ideológico intrínseco en la propia base narrativa del terror. Al fin y al cabo, cualquier película del género se adhiere al argumento universal del visitante maligno que acecha a la plácida comunidad. Por supuesto, Déjame salir (2017) no es una excepción.
No es que este tipo de relatos aparezcan en el siglo XX, ni mucho menos. No olvidemos que podríamos señalar ya el uso de este esquema en Adán y Eva, con esa serpiente que se introduce en el paraíso con el fin de erradicarlo. Pero es comprensible que numerosas historias se inscriban en esta tradición narrativa teniendo en cuenta que su contexto histórico les ha educado a partir del maniqueismo. Nosotros somos los buenos y ellos los malos. Esos, los diferentes a nosotros, nos quieren hacer daño y nosotros, los protagonistas, nos tenemos que defender.
Si entramos a hablar ya del slasher, un buen ejemplo de este paradigma podría ser La matanza de Texas (1974) de Tobe Hooper. De hecho, la película reduce el concepto de lo inmunológico a su materialización más básica. Para Byung-Chul Han, la defensa inmunológica se basa en el ataque a lo extraño, a lo otro. Aunque un elemento desconocido no presente a priori una naturaleza violenta, el sistema lo repele por el simple hecho de ser identificado como ajeno. Lo inmunológico es en realidad un juego de prejuicios.
En el filme de Hooper no se busca la sutileza o el misterio, sino señalar de la forma más evidente posible quién es el enemigo. El objetivo es generar cuanto antes un claro antagonista para que tanto el espectador como los protagonistas puedan enfrentarse a él. Leatherface está formulado para ser detectado desde el primer momento como el otro. Cuanto menos tiempo tardemos en etiquetarle como el intruso, antes puede empezar este proceso inmunológico.
El problema para Byung-Chul Han aparece con la posmodernidad, con el inicio de lo que él define como una época posinmunológica. El filósofo defiende que la contemporaneidad ha eliminado el concepto de la otredad, de la extrañeza. Se ha habilitado un espacio libre de esta negatividad inmunológica marcada por el predominio de lo idéntico. Ya no existen polarizaciones, no hay amigos o enemigos. Esta positivización, según el pensador, genera nuevas formas de violencia inmanentes al sistema mismo. La defensa inmunológica ya no es útil, porque el peligro se esconde entro nosotros y, al mismo tiempo, es como nosotros. Es, por lo tanto, indiferenciable.
El paradigma del slasher se adapta a este cambio en su forma de concebir la violencia. Jordan Peele materializa esta muerte de la lucha inmunológica en Déjame salir. A diferencia de en La matanza de Texas, el objetivo no es sólo derrotar al otro, sino detectar su presencia. El intruso es potencialmente más peligroso porque ni siquiera eres consciente de que lo es, ni siquiera eres capaz de defenderte. Es más peligroso porque, tal y como expresa Byung-Chul Han, lo que empezó siendo un lobo es ahora un virus. Un ser indetectable hasta el momento en el que este decide poder serlo, cuando ya empieza a ser demasiado tarde. Chris, nuestro protagonista, se siente arropado en un inicio por la familia de su novia, por aquellos que se hacen llamar comunidad pero que son, en realidad, el intruso maligno.
Slavoj Zizek propone una situación hipotética que materializa a la perfección la esencia de la película de Peele. El excéntrico filósofo cuenta cómo antes una madre obligaba a su hijo a ir a visitar a la abuela y que esa obligación, aún molestar al primogénito, permitía desarrollar en el pequeño la sensación de poder de rebelarse contra ello. En cambio, hoy en día una madre ya no obliga al hijo a ir a ver a la abuela, simplemente acepta su libertad de hacer lo que le plazca pero siempre remarcando lo triste que se pondrá la abuela si no viene, haciendo que el pequeño se vea obligado a hacerlo. Por mucho que una ordene y otra recomiende, no dejan de ser ambas acciones dictatoriales.
Zizek dice que prefiere la primera, ya que esta al menos es directa y, por lo tanto, hace que la naturaleza dictatorial sea más fácil de detectar. Lo mismo pasa en Déjame salir. Por mucho que la familia decida edulcorar el proceso previo, no hay ningún tipo de diferencia esencial entre ellos y la familia Sawyer de la película de Hooper. Unos lo hacen desde lo estilizado y otros desde lo putrefacto, unos utilizan bisturí y otros motosierra. Pero eso no quita que, sean cuales sean los medios, ambos busquen la destrucción del cuerpo ajeno, al igual que el virus y el lobo que citaba Byung-Chul Han.
Zizek preferiría a Leatherface, porque él al menos nos advierte con su mera apariencia del peligro que comporta. Déjame salir retrata ese terror de lo invisible, ese horror contemporáneo que, al igual que un virus, se esconde ahora en cualquier parte. Quizás nunca podamos estar ya a salvo. Quizás es hora de entender que el terror es ahora un género más omnipresente que nunca. Porque una sociedad marcada por la positivización lo está también por ese terror a un maligno que acecha siempre y en todas partes.