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Crítica – ‘Las mil y una noches: El Inquieto’

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Título original: As Mil e Uma Noites: Volume 1, O Inquieto

 Año: 2015

Duración: 125 min.

País: Portugal

Director: Miguel Gomes

Guión: Telmo Churro, Miguel Gomes, Mariana Ricardo

Fotografía: Mário Castanheira, Sayombhu Mukdeeprom
Reparto: Miguel Gomes, Carloto Cotta, Adriano Luz, Rogério Samora, Crista Alfaiate, Luísa Cruz, Maria Rueff, Bruno Bravo, Diogo Dória, Dinarte Branco, Chico Chapas, Tiago Fagulha

Productora: O Som e a Fúria / Shellac Sud / Komplizen Film

Género: Drama

Ficha en Sensacine

Es difícil catalogar esta primera entrega de la trilogía de ‘Las mil y una noches’ del director portugués Miguel Gomes. Ya no sólo por analizarla como pieza ajena al conjunto que forma, sino por la estructura y forma de narrar la historia (o historias) que elige el realizador para enfocar el tema de la crisis de su país.

Para explorar el tema de la situación política, económica y social del país vecino (similar a la que travesamos nosotros) Gomes se sirve de la estructura de la clásica recopilación oriental que da nombre a la película, aunque lejos de ser una adaptación (como anuncia la propia obra) el director se basa en su estructura para narrar las pequeñas historias que componen este primer episodio.

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La película arranca con un plano secuencia recorriendo el puerto desde la perspectiva de una barcaza que zarpa, con decenas de trabajadores parados observando y diferentes voces en off de varios de ellos contaron cómo llegaron, vivieron y dejaron los astilleros. Para luego pasar a una historia paralela sobre una excesiva proliferación de avispas en la zona. Dos historias inconexas que sirven de punto de partida y de planteamiento del tono de una película que arranca cuando la tercera trama de estos primeros minutos cuenta como un director de cine huye de su propio rodaje. El juego de ‘El Inquieto’ empieza a quedar claro y la estructura nos indica un camino que recorreremos por capítulos autoconclusivos en cierta forma, inconexos y de denuncia social como principal tema.

Sin embargo, no pasa mucho tiempo hasta que me invade la sensación de que la película es eterna. Quizás ni media hora y ya estoy echando un vistazo rápido al reloj creyendo que sólo quedan cinco minutos para que abran las puertas (iluso de mi). Al no seguir una narrativa clásica, Gomes se la juega a emocionar al espectador y atraparlo en lo onírico y lo cotidiano-extraordinario de sus historias. Historias que no acaban de despegar, con un ritmo muy lento forjado en el tono costumbrista que las hace avanzar a paso de caracol, retando a mis párpados a no cerrarse. Y consiguiéndolo, casi de milagro.

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Es muy difícil conectar emocionalmente y empatizar con los distintos protagonistas que se suceden. Sólo dos o tres de ellos llegan a decirme algo más allá de sus líneas de diálogo. Van y vienen, se mueven, hacen cosas, pero no acaban de entenderse conmigo. El misticismo que se les da desde el tono de la película juega en su contra para darnos ramalazos de personalidad y no encontrar un puente verdadero entre el espectador y la historia. Historias, que, como los personajes, van y vienen, sin trascender, sin emocionar, sin dejar huella, más allá de bellas imágenes sueltas o alguna fina línea de diálogo que retumba. La denuncia cae a un pozo sin fondo, y de la película sólo te queda la alegre sensación de que se haya acabado.

Lo mejor: La fotografía nos deja imágenes destacables, donde lo costumbrista y lo onírico se unen para crear fotogramas que parecen estampas mágicas.

Lo peor: Es poco interesante y  aburrida desde casi el inicio.

Nota: 3/10