Título original: “Once Upon a Time in the West”
Año: 1968
Duración: 166 minutos
País: Italia / EEUU
Director: Sergio Leone
Guión: Sergio Leone, Sergio Donati
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Tonino Delli Colli, Angelo Novi
Reparto: Charles Bronson, Claudia Cardinale, Henry Fonda, Jason Robards, Gabriele Ferzetti
Productora: Finanzia San Marco / Rafran Cinematográfica / Paramount Pictures
Género: Spaguetti Western.
Tres hombres armados. Una estación vacía. La llegada de un tren. Sólo un forastero se apea. El encuentro está servido.
Diez minutos de silencio, interrumpidos por zumbidos de moscas y gotas cayendo de un molino es la puesta en escena con la que Sergio Leone nos sienta con su lazo para contarnos lo que una vez sucedió en el Lejano Oeste. Tras la Trilogía del Dólar, pensábamos que a nuestro realizador italiano no le quedaban más balas en el revólver… Qué ilusos, ¿verdad?
En Hasta que llegó su hora (permítanme puntualizar que detesto una traducción tan paupérrima y alejada del título original), se terminan de germinar las innovaciones y exclusividades que el director fue sembrando durante sus renombrados spaguetti westerns (denominados así por tratarse de producciones italianas). Leone madura sus habilidades tanto de escritor como director, firmando junto con otros autores una historia de más de 160 páginas y rodando con unas técnicas que revolucionaron la forma y el concepto del «hacer cine» de los sesenta. El romano es a los westerns y al género de acción lo que a Hithcock al suspense y el terror: los grandes artífices de su mejor evolución.
Si bien la historia arranca con un tono dramático, acentuadamente del latino clásico, se va desenvolviendo como una pausada pero no lenta odisea de acción y misterio, en la que el personaje de Charles Bronson atosiga, sin razón aparente, a un sobresaliente Henry Fonda. Recordemos que Fonda era un recurrente en el cine clásico de los 30, 40 y 50, en la que su mayoría de papeles asumía el lado del Bien, la cara buena de Hollywood, el hombre honrado y pulcro, siempre impecable. El visionario talento de Leone le concedió el papel de Frank, un desalmado delincuente capaz de cualquier cosa para conseguir sus objetivos. El impacto visual que resultó de ver aquellos ojos azules del hombre bondadoso de América observando fríamente los asesinatos que perpetra, causó una conmoción positiva en la audiencia y crítica.
El eje de la epopeya lo asume Claudia Cardinale, cuyo personaje y motivaciones provoca todo el desarrollo de la ficción. La empatía que sienten sus defensores por su drama crea que se vayan sucediendo la mayoría de los conflictos de la cinta, si bien representa una gran dualidad entre la firmeza de la mujer luchadora y la debilidad de conciencia dado su pasado. Su papel no se ve amedrentado por el de Bronson, que si bien asume la figura ficcional de lo que una vez fue Clint Eastwood (el llanero solitario, sin nombre ni pasado) no es la interpretación ni personaje más destacados de la película. Resulta ser un mero hilo conductor que conecta los diferentes destinos del resto del elenco, uniéndolos, para obtener así una conveniencia argumental para los distintos objetivos de los personajes.
Mención aparte, y escuchándola ahora mismo mientras escribo estas líneas, merece la banda sonora a cargo del maestro Ennio Morricone. El tema principal, que comparte título con la película, nos conduce por el camino más dramático de la historia, sintiendo el dolor y angustia del personaje de Cardinale, los trompeteos de esperanza del misterioso Bronson o la constante amenaza del desgarrador Fonda. Si las piezas musicales del film fueran un calzado, sin duda la película es la talla perfecta que entra en el mismo. El incansable compositor innova en su línea general y aporta unos acordes de guitarra eléctrica para la música que acompaña al psicópata Frank, mostrando una rudeza, aversión y casi miedo por su personalidad y acciones. Pese a ello, es el personaje de Chayenne el que mejor concuerda con su banda sonora: la simulación sonora y rítmica con los instrumentos de un galope lento de caballo definen a la perfección la pesada andadura y forma de hablar del protagonista.
Once Upon a Time in the West no sólo se trata de una obra superlativa de Sergio Leone, sino el cúlmen perfecto de esta rama del western europeo, aunando todas las bases y elementos que la conforman y alzándola como el digno sucesor de las tragedias clásicas. La asunción del riesgo en el apartado técnico, mostró los múltiples juegos de cámara y efectos especiales que aún debía inventar y descubrir el cine de mediados de siglo. En un giro magistral de los acontecimientos, posicionó al ángel como el demonio, provocando que los ojos azules de Fonda pasaran de ser los del hombre perfecto a los más fríos de un corazón de témpano. Tan obra maestra es el film como la banda sonora, que nos conduce por la película y define en cada una de sus piezas a los distintos implicados; las melodías son un componente imprenscindible que resume la personalidad y maneras de cada personaje. Los más destacados de la cinta son los trabajos de Jason Robards y el ya tan mencionado y renombrado H.F, relegando a un segundo puesto al insuficiente Charles Bronson y a la meritoria Claudia Cardinale.
Escalera real para el italiano: historia única, interpretaciones insuperables, música suprema, ambientación idónea y todos los riesgos tomados, acertados. Bravo.
Lo mejor: La armonía entre todos los componentes de la ficción.
Lo peor: Un ambiguo mensaje final con el personaje de Cardinale, que provoca desconcierto al no diferenciar si es un mensaje machista o, precisamente, una crítica.
NOTA: 9’5/10.