Título original: The Brutalist
Año: 2024
Duración: 215 min.
País: Estados Unidos
Director: Brady Corbet
Guion: Brady Corbet, Mona Fastvold
Fotografía:Lol Crawley
Música: Daniel Blumberg
Reparto: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Stacy Martin, Emma Laird, Isaach de Bankolé, and Alessandro Nivola
Compañías: Brookstreet Pictures, Andrew Lauren Productions (ALP), Carte Blanche, Intake Films, Killer Films, Yellow Bear Films, Protagonist, Three Six Zero Group, Proton Cinema. Distribuidora: Focus Features, A24
Género: Drama
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Es precioso que The Brutalist, una película que dura más de tres horas y medias, sea capaz de encapsular todo su espíritu (todo su discurso, todo su miedo, toda su inabarcabilidad) en su breve prólogo. Un barco llega a Nueva York, la tierra de las segundas oportunidades, y lo único que rompe la oscuridad claustrofóbica de ese abarrotado navío es el luminoso horizonte estadounidense, culminado por una Estatua de la Libertad que Brady Corbet nos muestra siendo volteada, boca a abajo, en horizontal y, por encima de todo, inestable. Esa arquitectura cuya sólida verticalidad debería ser el símbolo por excelencia del futuro se convierte ahora en una duda existencialista, en un terremoto estructuralista cuya naturaleza catastrófica y hipnótica a partes igual podría recordar a la radical obra de cineastas como Werner Nekes (por ejemplo, Spacecut). The Brutalist es un ensordecedor relato sobre la sinsentido de la esperanza y un apabullante retrato sobre lo doloroso de la ambición.
La inmensidad —temporal, espacial y visual, incluso emocional— que vertebra lo nuevo de Corbet remite involuntariamente a los grandes clásicos de la modernidad estadounidense, a ese espíritu inagotable de Scorsese, Thomas Anderson e incluso Leone, pero puede que su verdadera singularidad, aquella capaz de arrebatar al espectador, resida en su capacidad por traducir las obsesiones neuróticas de cineastas del ego como Charli Kaufman al terreno de lo estrictamente universal. Si Synecdoche, New York utilizaba el arquetipo del creador megalómano como materialización de las obsesiones personales, The Brutalist lo reinterpreta para convertirlo en reflejo de un fantasma colectivo inabarcable. Si Glazer transformaba el horror del Holocausto en un grito ensordecido en fuera de campo, Corbet lo convierte en un edificio brutalista, en una inmensa masa de hormigón incapaz de aceptar ningún tipo de ornamento. Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, pero construir edificios sería simplemente un acto de desesperada voluntad de esperanza.
Adrien Brody es más que capaz de llevar todo el peso de la Historia a sus espaldas, de personificar toda esta hiperbólica incertidumbre, durante las casi cuatro horas de The Brutalist. Concentrando en su cuerpo el espíritu desesperado de un Fasto con complejo de Ícaro, este arquitecto brutalista necesita llegar con su obra cinco metros más arriba, casi como si quisiera alargar un poquito más esa escalera que le permitirá al mundo recuperar esa respuesta imposible. Puede que le pueda recriminar a Corbet no encontrar en su epopeya tantas ganas de estirarse horizontalmente como sí las tiene su protagonista de hacerlo verticalmente. Puede que su sobrecogedora fotografía (si podéis, por favor, disfrutadla en 70mm) no consiga empatizar con el minimalismo existencialista de ese templo de hormigón. No sé si The Brutalist es lo suficientemente brutalista en su forma, pero sin duda lo es en su esencia, en su capacidad de recordarnos que los restos del pasado ya no nos recuerdan al pasado, sino al presente.