Paco Plaza decía el otro día, subido al escenario del ya mítico Auditori, que Sitges es un festival único porque la gente viene a que le gusten las películas. Hay bastante de cierto en eso. Se respira una pasión, muchas veces agarrada de la mano de una inocencia que sólo el fantástico puede revivir, que va más allá del estudio cerebral de las obras. Queremos sorprendernos, queremos jugar.
Y por eso mismo es tan necesario dedicar un texto a aquello que se queda fuera de la Sección Oficial, porque es aquí cuando imprevisible adopta una dimensión más pura. Por eso mismo inauguramos este conjunto de críticas sobre 3 películas de la sección Noves Visions y 4 de otras secciones del festival, para reivindicar aquellas piezas que fuera del calor de los focos nos recuerdan por qué venimos a Sitges.
SECCIÓN NOVES VISIONS
- Medusa, de Anita Rocha da Silveira
La directora portuguesa, que aterriza en Sitges tras su paso por la Quincena de Realizadores de Cannes, nos advierte de que lo peor que puede ocurrir con este nuevo auge de la ultraderecha es que lo dejemos de percibir. Sería en ese momento cuando aquello que ahora entendemos como un error, como un fantasma del pasado que sobrevuela lo contemporáneo, se convirtiera hegemónico, en la norma, en aquello sobre lo que caminamos.
Da Silveira diseña su distopía conservadora para que no lo resulte demasiado, para despertar en nuestra mirada la preocupación de detectar pocas diferencias entre lo de dentro y lo de fuera. Siempre desde el prisma de la perspectiva de género, la película establece rimas entre la obsesión católica por lo impoluto y el ansia fotogénico de la generación digital para convertir a las cicatrices y heridas, en lo imperfecto, en la materialización de lo demoníaco.
Medusa encuentra en la fetichización del pecado el tablero perfecto para invocar a lo sublime. «Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar», decía Rilke. Da Silveira no hace otra cosa, por lo tanto, que cronometrar cuánto más podremos soportar la belleza. Quizás mi principal problema con esta obra ha sido justo ese: que soporta, espera, asiente. La película deja demasiado margen a esa belleza, por mucho que sus decisiones formales parezcan lo suficientemente reivindicativas. La visceralidad y lo reaccionario se adhieren al gesto, casi performático, que se conforma con lo puramente estético sin atreverse finalmente a pecar.
- Bloodthirsty, de Amelia Moses
Crear es despertar nuestro lado reprimido, esa faceta dionisíaca (que tan bien se ha llevado siempre con lo artístico) que se ordena cuando llega el momento oportuno y que previamente no es más que algo incomprensible. Sin duda lo mejor que tiene Bloodthirsty es cómo establece paralelismos entre la frustración artística y la retención del animal interior en una disciplina musical que está aparentemente lejos de la ferocidad y fisicalidad que innegablemente atribuimos al licántropo.
Puede pecar de previsible o de poco arriesgada, pero actúa siempre como estando realmente lejos de importarle. La cuestión del qué se aparta ya en su secuencia inicial, dejando así paso a un proceso que encuentra su esencia en ser extremadamente más descafeinado de lo que se esperaría. El proceso de producción de un disco de baladas indie es un escenario inusual pero pintoresco para esta transformación, por mucho que a veces sea complicado empatizar y sentir esta creación de otra forma que desde la distancia e incomprensión, por mucho que la singular química entre Lauren Beatty y Greg Bryk en este Ha nacido una estrella sobrenatural mantenga el interés por una microestructura con engranajes sueltos.
- Beyond the Infinite Two Minutes, de Junta Yamaguchi
Es irónico cómo hace poco más de un año criticaba a Tenet de Nolan por no permitirse asombrarse por aquello que ella misma narraba y hoy mismo aplaudo con entusiasmo una película que hace lo mismo, pero desde el lado contrario de la mesa. Beyond The Infinite Two Minutes es un soplo de aire fresco a una vertiente de la ciencia ficción que siempre se ha sentido cerebral y distante de más. Los viajes en el tiempo son para Junta Yamaguchi un suculento botón rojo sobre el que se deja escrito «no tocar», una norma que está escrita para ser incumplida.
Los viajes en el tiempo abrazan aquí el costumbristo desde la inocencia más pura, desde la mirada infantil, rechazando tajantemente lo kafkiano para convertir lo insólito en un juguete. La pantalla como reflejo, un arquetipo que la pandemia a arraigado aún más en nuestro imaginario, se convierten en un laberinto escheriano que, a través del plano secuencia, deambula por el tiempo y no el espacio. El gag visual ya no se articula desde el gesto sino desde el momento y los diálogos que este establece.
Todo ello, que tan fácil es cargar de pensamiento, teoría e interpretación, parece ser de lo que la cinta se quiere desprender. Lo de Yamaguchi es divertimento por divertimento, es comedia en vena. Lo humano y su calidez se sobrepone a lo universal y sus paradojas, adoptando, aquí sí, un carácter irónicamente kafkiano. ¿Por qué preocuparnos por la posible ruptura del espacio-espacio tiempo si podemos sentarnos aquí a tomar un café con mis amigos (qué maravillosas interpretaciones)? Lynch estaría orgulloso.
SECCIÓN SITGES DOCUMENTA
- Alien on Stage, de Danielle Kummer y Lucy Harvey
Qué fácil habría sido que Alien on Stage fuera otra cosa. Qué previsible habría sido que sus directoras hubieran catalogado su documental en el terreno de la comedia de la vergüenza ajena, que hubieran cogido prestados los códigos del mockumentary a lo The Office para narrar la que, a priori, parecía la historia del The Room del teatro británico. Pero menos mal que Kummer y Harvey decidieron no ser un The Disaster Artist sino una ventana, de todo menos intervencionista, a una humilde historia que debía ser contada, a una atípica vertiente de la comedia que debía ser descubierta.
Las directoras de Alien on Stage construyen un viaje marcado por la duda, por el fuera de campo, sobre la que será la adaptación teatral de la película de Ridley Scott de un grupo de autobuseros ingleses en uno de los teatros más importantes de su capital. Más de la mitad del documental es un sufrimiento (en el mejor de los sentidos), una espera en la que es imposible no empatizar con un grupo de inexpertos que rezuman pasión por lo que hacen (en fin, aquí estoy yo, ¿cómo no empatizar?).
El desenlace, muy ligado a la moraleja, es sin duda uno de los momentos más emotivos que nos ha tocado ver en las pantallas de esta edición. Alien on Stage se convierte en ese momento en el ejemplo perfecto de que la parodia es la forma más pura de homenaje. El documental reivindica la importancia de cualquier público como parte esencial de cualquier propuesta, puesto que no hay buena obra sin el espectador adecuado. Se declara entonces una guerra contra los elitismos y una oda al arte por el arte y, sobre todo, al arte por el goce.
- The Spark Brothers, de Edgar Wright
Es imposible separar a los Sparks de una cierto misticismo. Siempre se han guardado ases bajo la manga, deambulando por los bordes de la industria, siendo uno de los grupos más longevos e influyentes de las últimas décadas pero nunca alcanzando la cima del mainstream. Tampoco creo que ese haya sido nunca el objetivo. Sparks quieren estar en las sombras, Sparks quieren ser unas sombras. Quizás por eso me parezca tan atractiva la propia premisa de este proyecto. ¿No desaparece acaso una sombra cuando arrojas luz sobre ella?
The Spark Brothers es un pulso audiovisual entre el que quiere mostrar y el que se quiere esconder, un intento deboto por filmar un par de rostros que aman fetichizar las máscaras. El primer documental de Edgar Wright es una carta de amor que sólo podría haber escrito él, una muestra de admiración en forma de homenaje en su vertiente más pura. Toda una vida (o un par de ellas) es narrada con un dinamismo formal, rítmico y visual inimaginable, convirtiendo lo biográfico en una odisea sensorial
The Spark Brothers es la mejor comedia del año, por mucho que esto pueda parecer una exageración. Los hermanos Mael querrán reservarse todos los secretos que quieran, pero no han podido retener frente a la cámara de Wright ese humor tímido pero contundente que explica a la perfección toda su carrera. Este documental no deja de ser otra cosa que una reunión de amigos no planificada, que una fiesta de cumpleaños celebrada el día equivocado. Un evento organizado para dos personas que exclamarán «¿por qué habéis venido?» lamentándose no haber ido a tomar su café de la mañana.
Pocas cosas más gustosas nos darán las pantallas este año que adentrarse en esta odisea musical, vibrante como ninguna, por los senderos que no quisieron ser recorridos. Al menos hasta ahora. ¿Por qué con Wright? ¿Por qué tras Annette? ¿Por qué el bigote hitleriano de Ron? Si algo nos deja claro The Spark Brothers es que no estamos aquí para responder preguntas, sino para entender por qué es mejor no responderlas.
SECCIÓN PANORAMA FANTÀSTIC
- La Pasajera, de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez
Qué difícil es navegar entre los géneros y arquetipos con la sutileza con la que lo hace La Pasajera. Raúl Cerezo y Fernando González Gómez deambulan entre la road movie, el drama familiar, lo post-apocalíptico y la comedia patria en un trabajo de dirección tan reducido espacialmente como artesanalmente preciso. Todo ello para acabar adaptando el western crepuscular a lo fantástico y, sobre todo, a lo nuestro.
Porque lo más destacable de esta invasión alienígena a ritmo de pasodoble es, sin duda, cómo coreografía la muerte del cuñado, el fin de una noción de lo masculino que ya no tiene cabida en nuestra sociedad, siempre en un juego de equilibrismo entre la contundente crítica y el entrañable humor desbanalizador. Lo tradicional luchando contra lo desconocido, lo avanzado, lo inevitable. Una batalla que sabe que no puede ganar y, por lo tanto, tiene que asumir siempre con la humanidad y empatía por delante.
Es inevitable que algo pueda chirriar de este frankenstein de ideas, al fin y al cabo nadie garantiza que la mezcla de Manolo Escobar con Dua Lipa o de Alicia en las Ciudades de Wim Wenders con Shaun of the Dead de Edgar Wright vaya a ser impoluta. Pero es inevitable que La Pasajera destile sensibilidad desde el terreno de lo bizarro, sobre todo cuando nos damos cuenta de que no nos está hablando de otra cosa que del terror a las transiciones.
SECCIÓN CLAUSURA
- The Green Knight, de David Lowery
Nunca podríamos haber imaginado un punto final tan contundente para esta edición del festival. Esperada ya desde hace años, era imposible que lo nuevo de David Lowery, la mente detrás de A Ghost Story, no arrastrara tras de sí un maremoto de expectativas, sobre todo ante una premisa tan ambiciosa y agresiva como la que parecía impregnar a The Green Knight. Y ahora que ya ha llegado, podemos confirmar que hay algo innegablemente inmenso en esta epopeya medieval, por mucho que a veces desplegar lo infinito pueda resultar imposible.
David Lowery busca deconstruir el ciclo del héroe campbelliano desde su misma semilla, cuestionando la cuestión del honor, ligándola a una masculinidad tóxica capaz de poner todo el mundo de las cosas al favor de un reino de las ideas, de una fantasía, que parece ya negarse a sí mismo. El de Dev Patel es un camino contra lo descomunal que, mientras avanza sobre el más inabarcable romanticismo, se cuestiona su propio sentido. Trascender lo humano solo para darse cuenta de que es imposible hacerlo, amarrarse a una tradición narrativa de la que únicamente quedan ya las ruinas.
El viaje del caballero es para Lowery un monólogo sin espectadores y, por lo tanto, una oda a una soledad innecesaria. Imposible no sentirse pequeño frente a un imaginario visual impredecible que, tomando como ejemplo la estructura homérica, estructura su camino a partir de los encuentros, como si de pequeñas cápsulas de lo atípico se trataran. Quizás peque de irregular, quizás nos podamos plantear si se podría haber contado todo de otra forma (yo he sido el primero que lo ha intentado). ¿Pero cómo se articula un relato que sabe que no debería haber sido contado? ¿Cómo se mantiene vivo aquello que sabe que va a morir? Como en A Ghost Story, una muerte en vida o una vida en la muerte.