Más que un partido entre obreros y aristócratas (cartel con protagonistas)

Series que son un buen negocio (III): más que un deporte de caballeros

En unas semanas arrancará la fase final de ese gran negocio llamado Liga de Campeones. Además habrá verano de Eurocopa de Naciones si la pandemia no lo impide de nuevo. La UEFA es por tanto la ejemplificación de que el llamado ‘deporte rey’ es mucho más que un juego, es todo un negocio. Un negocio que se ha perfeccionado hasta niveles increíbles, todo un sector del espectáculo y puro entretenimiento de masas con un concepto de marketing muy sofisticado: multiplicando los ingresos a través de la publicidad y otros conceptos como los derechos televisivos. Una evolución lógica viendo el éxito de otros modelos como la NBA y NFL estadounidenses.

En los últimos días hemos visto buena muestra de todo ello con noticias de gran calado a este respecto: el increíble contrato de Leo Messi con cantidades astronómicas y el proyecto de los grandes clubes europeos para crear una Superliga Europea al margen de la UEFA. El claro exponente de que hay un grandísimo negocio en esto del deporte, donde todos quieren sacar la máxima tajada posible. 

Pero, ¿de dónde proviene la transformación de una simple práctica deportiva a convertirse en una de las industrias con más consumidores y mayor generación de recursos económicos del planeta?

Esa es la temática que propone la miniserie de Netflix Un juego de caballeros (Julian Fellowes, 2020). A través de tan sólo seis capítulos nos da grandes pinceladas acerca de la evolución del fútbol, o más bien el origen del fútbol moderno y su reconversión en negocio. Titulada originalmente como ‘The English game‘, aunque el fútbol no sea un invento puramente inglés, sí es cierto que su modernidad y su perspectiva empresarial le debe mucho al desarrollo originado en las islas británicas.

Ahí radica el principal atractivo de la miniserie, en el retrato de la evolución del deporte hacia lo que ya se vislumbraba como un gran negocio a finales del siglo XIX.

 

En un entorno fabril, con la revolución industrial consolidada y en su segunda etapa, la miniserie nos muestra el dilema que enfrentó a los partidarios del fútbol-negocio contra los defensores de la esencia del deporte aficionado como puro pasatiempo, y preferiblemente en entornos académicos y de clubes sociales de la alta sociedad.

La serie en esencia se basa en esa dicotomía, a pesar de entremezclar historias personales con cierto aroma telenovelesco y vespertino del estilo El secreto de Puente Viejo o similares. Aún con todo, sus seis episodios esbozan los grandes rasgos de esa transformación de simple entretenimiento al inicio de la gran industria y negocio que hoy es el mundo del deporte.

Ya que la miniserie no parece tener segunda temporada, a pesar de venir de la mano de los creadores de sagas como Downtown Abbey (Julian Fellowes, 2010-2015), podría resultar conveniente ampliar con la extensa filmografía existente esos (cinco) aspectos de transformación en el deporte que podemos concluir tras verla:

1. Amateurismo versus profesionalización

Recordar que está basada en hechos reales, siendo uno de los protagonistas (Edward Holcroft en el papel de Sir Arthur Kinnaird) un miembro fundador destacado de la federación inglesa de fútbol impulsora de esa competición de la FA Cup que mueve todo el hilo argumental de la historia. Se debate en ese dilema entre mantener el fútbol como entretenimiento para aficionados o abrir el espectro para una regulación que permita la profesionalización de este deporte con asalariados. En plena segunda revolución industrial en Inglaterra, los protagonistas están vinculados con la industria del algodón, y evidentemente surgen los problemas de la lucha de clases entre unos partidarios y otros.

Los Old Etonians representan al equipo de aristócratas de la capital (la City londinense) que defienden la esencia de juego entre caballeros, para amantes de este deporte sin la necesidad de embrutecerlo con el dinero y el negocio y que involucre a las violentas clases populares. Por el contrario, los propios trabajadores de los telares de algodón aspiran a ganarse la vida jugando al fútbol, vendiendo su fuerza laboral, e impulsados por algunos empresarios burgueses del condado algodonero de Lancashire.

Estos empresarios del gremio algodonero enseguida perciben el potencial social y económico que tiene el juego, y aspiran a ganar la FA Cup para ganar visibilidad y relevancia social dentro del país.

El Darwen y el Blackburn aspiran a reivindicar su región y mejorar su condición socioeconómica gracias al deporte. Algo que casi un siglo más tarde también sigue siendo el objeto de la película Camino a la gloria (When saturday comes) (Maria Giese, 1995) donde Sean Benn es un operario industrial que juega en barrizales a nivel amateur con el sueño de llegar a jugar algún día en el Sheffield United y ganarse bien su pan de cada día.

Cómo otro de nuestros protagonistas es reclutado desde Escocia para jugar por un salario en el equipo de una fábrica de algodón del norte inglés (Darwen), es otro de los hechos relevantes en la miniserie. Hecho insólito dado que estaba prohibido por la federación FA , creando por ello envidias e incluso recelos entre sus propios compañeros de equipo. Hasta ese instante no eran más que meros aficionados que jugaban por amor al juego, y defender el buen nombre y reputación de su empresa y su localidad.

Los aristócratas de la federación, en su mayoría miembros de ese Old Etonians que dominaba la competición y las reglas del juego, temían claramente el potencial de equipos que pudieran reclutar talento a base de contratación. Y eso que ellos disponían de posibles suficientes como para hacer lo mismo y competir…

Ese dilema del profesionalismo es algo bastante habitual en el cine. El auge del deporte estadounidense ha llevado a que las becas deportivas y los grandes contratos se den en las etapas de secundaria o universitaria donde los campeonatos son semiprofesionales pero con retransmisiones televisivas de gran audiencia y enormes afluencias de espectadores.

De ahí que la toma de decisiones y el coste de oportunidad entre estudiar y formarse un futuro laboral o arriesgarlo todo por intentar ser profesional, sea una temática tan reflejada en el cine. Denzel Washington en Una mala jugada (Spike Lee, 1998) intenta convencer a la prometedora estrella baloncestística preuniversitaria de su hijo para que fiche por una Universidad y acepte una beca deportiva universitaria para formarse mientras que aquél duda en si es mejor entrar directamente en la NBA y optar a un contrato millonario. En este caso tras esa voluntad paterna hay asuntos oscuros de por medio, pero la disyuntiva es la misma.

 

En la comedia noventera de Kevin Bacon Una tribu en la cancha (Paul Michael Glaser, 1994), también existe el dilema entre optar a profesionalizarse o considerar otros aspectos como el arraigo familiar (y tribal).

Aunque sea cual sea el ejemplo que utilicemos, es evidente que una exitosa carrera deportiva para cualquier persona, independientemente de su estatus social o situación familiar y personal puede suponer solucionarse la vida y la de algunas generaciones posteriores. Para el escocés del Darwen (Kevin Guthrie haciendo de Fergus Suter) suponía de entrada mejorar su vida familiar y disponer de un salario muy superior al de las jornadas en la fábrica… De ahí que Samuel L. Jackson en Coach Carter (Thomas Carter, 2005) tuviese tantas dificultades en convencer a sus jugadores de que lo primero era tener una buena formación y educación, y luego las oportunidades que ofrece el deporte….

2. Un fenómeno de masas: el hincha, ese consumidor fiel

El efecto social que tenían los equipos de las clases populares era más que notable, todo el pueblo de Darwen se mostraba identificado y movilizado para apoyar las andanzas de su equipo en la FA Cup. Motivo que lleva a esa ambición de los empresarios de la zona a profesionalizar sus equipos (Blackburn y el propio Darwen), visionarios de un prominente negocio de pingües beneficios.

Esa aparición de la pasión por el club es el arranque definitivo para el cometido de ilusionar a los seguidores y darles «pan y circo». El marketing deportivo empezaba a desarrollarse de manera primitiva pero clara. Los campos empezaban a tener una asistencia notable.

La pasión de los aficionados era ya enorme. Algo que se mantiene gracias al sentimiento de pertenencia e identificación: soviéticos contra estadounidenses en Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985) o incluso en las películas sobre hockey o ajedrez… En otras ocasiones las implicaciones pueden ser más positivas y menos belicistas, caso de aquellas donde los propios integrantes del equipo terminan por integrarse y confraternizar entre ellos: Invictus (Clint Eastwood, 2009), Titanes, hicieron historia (Boaz Yakin, 2000) ó incluso varias del universo Disney.

El hincha puede ser tan enfermizo cuanto cómico, como le sucede al entregado seguidor del equipo aficionado prototípico de la Sunday League inglesa en The Bromley Boys (Steve Kelly, 2018). Pura devoción y emoción hasta puntos irracionales, pero ello le colma de satisfacción. Al fin y al cabo es un producto con el que te sientes identificado, te entretiene de sobremanera y te motiva en tu día a día. Colin Firth en Fuera de juego (Fever pitch) (David Evans, 1997) siente tanta pasión por su Arsenal que se debate irracionalmente entre dedicar tiempo a su novia o al fútbol.

 

Aunque al hablar de pasión y fútbol no obviemos que es un desarrollo de producto tanto o más argentino que inglés, como nos muestran claramente Ricardo Darín y Guillermo Francella en El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) con su devoción por el Racing Club de Avellaneda.

 

Por desgracia esta pasión o fervor popular se puede desbocar a causa de rivalidades malentendidas como sucede entre los seguidores del Darwen y el Blackburn que en la serie ya protagonizan algún tumulto en el campo. Algo que lamentablemente va en contra del negocio y del espectáculo del deporte. Esa contraproducente violencia de los hinchas radicales en la forma de ‘hooligans‘ como Elijah Wood en Green Street Hooligans (Lexi Alexander, 2005) o la reciente Hinchas radicales (Ultras) (Francesco Lettieri, 2020) de los ‘tifosi‘ italianos del Nápoles… “Toda la culpa la tiene el desempleo” reza una esclarecedora pintada callejera mostrada en un mural napolitano…

El hincha acaba por centrar toda su vida en aspectos relacionados con su equipo ante la falta de otros estímulos personales o profesionales, siendo un claro efecto colateral de la gran dimensión social del deporte. Afortunadamente, casos como el de Robert DeNiro de Fanático (Tony Scott, 1996) obsesionado por su equipo de béisbol y sobre todo por la nueva estrella Wesley Snipes no es casi nada frecuente.

 

 

  1. La gestión profesionalizada y empresarial
Con el negocio no se juega, caballeros

Ya decíamos antes que la astucia y visión de negocio de los dos empresarios del algodón de Lancashire (Darwen y Blackburn) llevaron a plantear esa disyuntiva de profesionalizar el fútbol o no. El fichaje del escocés Fergus Shuter (Kevin Guthrie) fue el inicio del mercado de fichajes y la profesionalización de los jugadores ya en esos años finales del XIX. El propio dueño del Blackburn se muestra ambicioso y entusiasmado por captar y reunir a los mejores jugadores del país para vencer la FA Cup, previo pago de traspasos y salarios por encima de la peonada habitual de fábricas u otros empleos de la época.

Una versión más amable que «la captación de talento» que hacían con el comercio de esclavos y gladiadores en la Antigua Roma, como le sucede a Máximo Décimo Meridio (Rusell Crowe) en Gladiator (Ridley Scott, 2000).

El mundo anglosajón, ya sea en Estados Unidos o en Inglaterra, siempre ha ido por delante en cuanto a estas cuestiones de profesionalizar el ámbito del deporte. Hay miles de ejemplos cinematográficos sobre el mundo del béisbol, fútbol americano, fútbol o recientemente el baloncesto con visión de gran negocio del entretenimiento e ingentes volúmenes de dinero e inversiones.

En The Damned United (Tom Hooper, 1990) vemos la biografía de Brian Clough (Michael Sheen), ‘manager‘ exitoso de los 1970 y 1980 sobre todo del Nottingham Forest. Figura la del ‘manager‘ (director general) que tardó en implementarse en países no anglosajones, pero que es básica para una gestión óptima de los recursos económicos, técnicos y humanos de una sociedad deportiva. Principalmente para evitar el modelo de gestión del omnipotente presidente que hace desde fichajes a alineaciones, a lo Jesús Gil.

Aunque aún existen nostálgicos de la vieja escuela como Al Pacino, un entrenador y exjugador que no tiene más que resignarse ante el poder del negocio en su amado deporte y las estrategias empresariales de la propietaria de su franquicia Cameron Díaz en Un domingo cualquiera (Oliver Stone, 1999).

 

Pero para director general de manual, tenemos a Kevin Costner en Decisión final (Ivan Reitman, 2014) que muestra el agitado periodo del mercado de fichajes en la NFL de fútbol americano, ese otro invento del ‘Draft‘ para seleccionar jugadores al igual que el de los equipos franquicia de los deportes estadounidenses. Las negociaciones, las presiones y los objetivos que cualquier profesional del ámbito empresarial ha de sufrir para dar el rendimiento esperado.

 

 

  1. La tecnificación del deporte
Cambio de táctica: del «todos a una» al 2-3-5

En la miniserie no llega a haber más que un capitán y doce o trece jugadores que entrenan al trote y tienen el detalle de no emborracharse antes de los partidos en el típico pub de Darwen, ni de atiborrarse en las copiosas cenas sociales con los miembros del Old Etonians de la elitista Londres, pero hablamos de los albores del profesionalismo todavía. Aún así se empieza a valorar la necesidad de elaborar tácticas diferentes y sorpresivas para el rival y evitar la intuición, el pundonor y la entrega como única arma para ganar.

Ya pudimos comprobar que la llegada del análisis de datos (el ‘Big data’) ha sido primordial en deportes tan estadísticos como el béisbol. Clint Eastwood en Golpe de efecto (Robert Lorenz, 2012) y Brad Pitt y Jonah Hill en la genial Moneyball: rompiendo las reglas (Bennett Miller, 2011) tratan sobre este modelo de gestión basado en la analítica de datos y el estudio del ingente volumen de estadísticas relacionadas con este deporte espectáculo del béisbol, y así poder tomar decisiones empresariales.

Además la alta rivalidad competitiva exige contar con los medios más sofisticados como entendió perfectamente Niki Lauda (Daniel Brühl) en su lucha por los títulos de Fórmula 1 en Rush (Ron Howard, 2013). Will Smith en Focus (Glenn Ficarra, 2013) es buen conocedor de ello y por eso trama una de sus increíbles estafas con el pretexto de espiar industrialmente a otra escudería de carreras para copiarle el software y los algoritmos que utilizan para optimizar el rendimiento mecánico. Pura ingeniería y tecnología al servicio del deporte.

5. La llegada definitiva del marketing deportivo

Llega el equipamiento técnico: uniformes de algodón y colores identitarios

Los amigos del Darwen ya contaban con una asociación de seguidores que recaudaba fondos para sufragar los gastos de su equipo (todavía) aficionado y de ese modo pudiesen desplazarse en tren a la capital para disputar sus partidos contra el Old Etonians y otros rivales de la FA Cup.

Asimismo los avispados empresarios de Blackburn y Darwen terminan por apartar sus diferencias por los fichajes y convierten el cuento del “gran fichaje” para fomentar una sana rivalidad deportiva y competitiva en favor del negocio. Además de las aportaciones generosas de los hinchas, pronto se dan cuenta de que los campos se quedan pequeños y que la asistencia es algo con lo que generar ingresos en forma de abonos. El marketing empieza a dar sus primeros coletazos.

Otro aspecto interesante es el hecho de que ya empieza a generarse la necesidad de contar con un equipamiento técnico y atractivo, y en una región repleta de fábricas de algodón ya tendría delito que no fueran correctamente equipados. Surgiendo así la primera empresa para confeccionar equipajes de fútbol.

Todas estas cosas son de perogrullo para el Tom Cruise de Jerry Maguire (Cameron Crowe, 1996), un excelente ejemplo de marketing deportivo. Buen sabedor de que en esto del deporte hay mucho dinero detrás intermediando en traspasos, negociando con marcas deportivas, captando talentos,…O incluso modelos nuevos de negocio como en High flying bird (Steven Soderbergh, 2019) dándole la vuelta a algo tan estudiado como la NBA.

 

En definitiva, Un juego de caballeros es una excelente miniserie que con una duración digerible viene a ser la pieza del puzzle que faltaba para encajar la historia del deporte en la pantalla. Situándonos entre los juegos ancestrales con la utilización de esclavos, y el deporte contemporáneo y mercantilista tan visto en la pantalla de las estrellas de la NBA, NFL y Béisbol.