Una serie que no puede ser más idónea para el momento actual. Intrigas de bancos, crisis, pánico y riesgo de colapso. El culmen del catastrofismo contempóraneo, un acicate para los agoreros de siempre.
Bad Banks (2018) arranca con un tajante y esclarecedor exabrupto: «malditos bancos». Pero que no lleve a engaño. No es tanto una epopeya activista en contra de estos entes financieros, sino una cruda representación de los entresijos de las altas esferas, los negocios y las estrategias de poder.
Como es frecuente en algunas de las últimas intrigas financieras que hemos visto con anterioridad (Industry, Devils T1 y T2), el dinero está de lo más inseguro en un banco en la que millennials impresionables con ansias de reconocimiento son arengados a lo Lobo de Wall Street por nostálgicos de los ochenta. Una horda de yuppies con más ambición por el poder y el prestigio que incluso por el propio dinero.
Pero ojo porque los Lagarde y compañía de la realidad son igual de temerarios o de incompetentes. Cierto es que hace 30 ó 40 años eran esos yuppies del momento. La crisis actual de Sillicon Valley Bank, Crédit Suisse y Deutsche Bank lo atestiguan. ¿¿Too big to fail?? Ya veremos…
Se viene crisis sistémica, una vez más, más pánico bancario. El efecto psicológico lo magnifican los medios de comunicación, pero es que en un entorno globalizado es como para no temer efectos dominó. Transmisión viral como en La lócura del dólar (Frank Capra, 1932) a golpe de millones de tuits…
Subyace siempre la pura ambición de mayor estatus, motivación por el poder y arribismo de los que avanzan en la jungla del mundo financiero. Todo ello es esta Bad Banks. Un interesante paseo por la Banca de Inversión de Frankfurt, las incubadoras de pymes tecnológicas y emergentes (‘start-ups’) de Berlín, y una más discreta y opaca Luxemburgo.
Hay casi tanta maldad como astucia. Algo no sólo exclusivo de vikingos, reyes y Rasputines de otras célebres series donde las oscuras motivaciones del ser humano quedan perfectamente resueltas.
Una más que aceptable intriga bancaria, manteniendo un buen nivel de tensión narrativa. A base de muchas finanzas y conspiraciones. Y es que pese a ser una serie con caras desconocidas, es convincente y atractiva. Es alemana al fin y al cabo. Tal y como sucedía con historias de otras de similares recelos iniciales. Ya lo vimos en historias como el Algoritmo millonario y en el Euro Apagón. Sin embargo, en todas ellas la potencia argumental de su temática resulta actual y satisfactoria.
Toda la acción trascurre en el seno de un banco de pomposo nombre: Deutsche Global Bank. Se cierne sobre él la quiebra, una especie de Lehman Brothers a la germana. El nombre ni siquiera se han molestado en ficcionarlo en exceso. ¿Acaso tendrían los guionistas información privilegiada?
La serie en sí es una experiencia orgiástica para ludópatas y vividores a lo Gordon Gekko, seducidos por el complejo de El Rey del Mambo. El nuevo responsable de DGI, Gabriel Fenger (Barry Atsma), se nos presenta enseguida como un aficionado a correr riesgos en el sector…
Entre bonos catástrofe, finanzas estructuradas, ingeniería para transferir riesgos y especulaciones (como si de apuestas múltiples online se tratase); se desenvuelven los primeros compases de la serie.
Pero la información es lo que importa, más que los modelos matemáticos. Eso lo aprende bien Jana Liekam (Paula Beer). Despedida por ser mejor que un jefazo, hijo de un miembro de la Junta. ¿¡Mérito-qué?! Sin embargo, la lección más importante de todas: «no hay lealtad hacia nadie». «Tu carrera profesional siempre depende de tu red de contactos, no de tu empresa actual. Trabajas para ti mismo».
Para ello, la protagonista trata de potenciar su autoestima y fomentar su agresividad en este sector financiero. Si es que quiere no ser devorada por el ambiente.
Lo cierto es que las tramas resultan más intrigantes que otras series de referencia (las mencionadas de Industry o Devils, por ejemplo). Hay más tensión y algo más de realismo. Nada es superfluo, va directa a las intrincadas relaciones interpersonales del mundillo.
Muchas y buenas preguntas existenciales. «¿Por qué somos así?… En la naturaleza nada es pacífico, es el sistema más antisocial que existe, más que el capitalismo…» «¿Quién se beneficia de que nos matemos a trabajar? Un sistema de incentivos de lo más pernicioso».
Lo más potente es la interesante psicología tras de los personajes: personas egoístas, ensimismadas, seducidas por el éxito laboral y el dinero. El reconocimiento profesional, adicción y adrenalina por el ascenso y el poder. La recompensa perfecta para cualquier ávido wannabe. Sin embargo, varios de ellos terminarán por replantearse su modo de vida y estilo profesional, como no podía ser de otra manera. Es evidente el camino a la autodestrucción. Por muy taimados y astutos que se creyeran. Solemos verlo en muchos de los personajes de este subgénero.
Menos que esperar de la segunda temporada, siendo la primera algo mejor. Partiendo del gran fraude contable bancario inicial que parece desencadenar el pánico bancario, un subterfugio para rescates, ¿cómo no? para salvar el equilibro del sistema financiero…
Sobrevuela la idea de que las crisis se ven como algo saludable para poder autoinmunizarse, el capitalismo financiero regenerativo a base de excesos y desmanes constantes.
En la menos atractiva segunda temporada, se abusa quizá en demasía con más piruetas de las necesarias en las conspiraciones, alianzas y traiciones entre los personajes. Eso sí, resulta revelador como el futuro de la banca es la reinvención. O más bien un lavado de imagen a cargo de las tecnologías. Y es que lo nuevo y desconocido es siempre sugerente ya que genera expectación y nuevas ilusiones (monetarias).
La nueva era con ‘start ups’, fintech e incubadoras es el entorno de esta segunda tanda de seis episodios. La sostenibilidad, los roboadvisor y gestores automatizados, tecnologías financieras modernas a base de algoritmos inteligentes. Son alternativas a la banca tradicional, con mucho marketing verde: mucho medioambientalismo y conciencia ecológica (ecoblanqueo o ‘eco-friendly’, un pretexto verde o ‘greenwashing’). Pero no es sino más de lo mismo: luchas de poder, intrigas y conspiraciones.
Se acabó lo de ahorrar, nos querrán hacer invertir, pero no en lo de siempre. Reinvención y lavado de imagen, pero con los mismos tiburones de siempre. La conclusión es la habitual, la avaricia continúa rompiendo el saco…