Locuras de cine: Iron Sky

Continuamos esta nueva serie de artículos sobre las premisas más absurdas del cine reciente con la que fue la mayor sorpresa de 2012, una película en la que nazis ocultos en la Luna regresan a la Tierra por culpa de una presidenta que envía un astronauta de color con objetivos propagandísticos a nuestro satélite. Así de rara es la premisa de Iron Sky, un premio agridulce para los amantes de lo bizarro.

Cuando buscamos entre el cine comercial más extraño, siempre debemos saber que por cada tesoro con la brillantez de Turbo Kid, hay diez buenas ideas mal desarrolladas, y cien totalmente olvidables, por no decir pésimas. La experimentación tiene estas cosas: una vez ganas, mil pierdes.

La ambientación se basa en la exageración y la parodia, basando la tecnología nazi en una estética que bebe del steampunk

Iron Sky pertenece a la segunda categoría, sin ninguna duda. No es una mala película, y sin duda es entretenida, pero no sabe explotar su propia idea lo suficiente como para ser realmente recordada. Y es una pena, porque el film apuntaba tan alto, que fue financiada a través de una campaña de Crowdfunding, dando como resultado un presupuesto de siete millones y medio de euros, bastante alto teniendo en cuenta que es una coproducción Asutraliano-germano-finlandesa.

El argumento ya lo hemos dejado entrever: Los nazis, a punto de ser derrotados, usaron naves espaciales ocultas en la Antártida para volar hasta la cara oculta de la Luna, instalarse allí, y preparar su regreso para instaurar el Cuarto Reich en el momento oportuno… Y ese momento llega cuando la presidenta de Estados Unidos, (Stephanie Paul) envía a una estrella afroamericana a la Luna como acto de campaña.

El trasfondo promete, vaya que sí, y es el mejor aspecto de la película sin duda. Los personajes, nada más comenzar el film, también son excelentes: la presidenta que es una parodia viviente de Sarah Palin, la teniente Renate Richter (Julia Detze) que no tiene la menor idea de lo que es el fascismo realmente, el fanático general Klaus Adler (el altísimo Gotz Otto) y el astronauta de color que es blanqueado por un científico loco y busca recuperar su tez (Christopher Kirby).

La teniente Richter es quizá el mejor personaje de la cinta, siendo una pena que sus parejas de reparto no den la talla

El mayor problema de la cinta es su desarrollo, en el que el director Timo Vourensola no puede ajustar la parodia con la seriedad, ni el ritmo con el mismo guión, que parece corto para el metraje, alargado artificialmente. La película transcurre en un ritmo irregular, lento a veces, atropellado en otras, con un estupendo inicio, un aburrido intermedio y un decente y sorprendente final. La película queda en un divertimento más, digna de ver con amigos pero aburrida en solitario, a pesar de sus aprovechadísimos efectos especiales, que asombran en una película de tan bajo presupuesto, y que realzan la estupenda ambientación de la película, uno de sus mejores aspectos sin lugar a dudas.

La secuela aterrizará el año que viene, inspirada en el mito de la Tierra Hueca, con un tráiler en el que Hitler cabalga en dinosaurios que saludan con el brazo en alto. De nuevo, una propuesta divertida, muy gamberra y valiente, pero, ¿esta vez será algo para recordar, realmente? Queda poco para saberlo.