NETWORK UN MUNDO IMPLACABLE TOLERANCIA

La tolerancia no muerde

El horizonte de nuestros tiempos se dibuja cada vez más oscuro. Cogiéndole prestado el discurso al histriónico Howard Beale de Network (Sidney Lumet, 1976), el aire es tan malo que no se puede ni respirar. No creo en las verdades absolutas ni soy un ferviente adepto de ningún paquete cerrado de ideas. Incluso recelo del a veces atractivo y muy justificable fatalismo escéptico. Aunque Twitter parece empeñado en que termine de perder la fe en el género humano, mis principios me llevan a creer instintivamente en la redención y la capacidad de rectificación de las personas. Sin embargo, no me escondo. Como un Peter Finch de segunda categoría que soy (o de tercera, o de cuarta…) ¡Estoy más que harto, y no quiero seguir soportándolo!

Harto de la indulgencia obligada con la ineptitud ajena. De que el conformismo sea la única vía factible. Harto de que la información sea ya una moneda más de cambio y de que algunos medios de comunicación se comporten más como los buitres carroñeros que perfilara Wilder en Primera plana (Billy Wilder, 1974) que como los honrados y nobles paladines de la libertad de Los archivos del pentágono (Steven Spielberg, 2017). La boba y engañosa inmediatez campa a sus anchas. Lo nuevo, al ser más reciente, es ahora más verdad. El argumento estúpido abunda. Todo es un chiste. La racionalidad es perseguida por el dogmatismo de la opinión popular y hay unos señores en Twitter que dictaminan de qué cosas se puede debatir y de cuales no. No cabe la autocrítica, el diferente es el enemigo y ahora resulta que si tus ideas no concuerdan con las mías es legítimo que te mande a freír espárragos.

Pero no nos confundamos, nuestros medios y nuestras cambiantes representaciones colectivas son el reflejo directo de nuestras demandas como sociedad. Nos hemos vuelto vagos, y ahora empezamos a vislumbrar las consecuencias. No solo hemos sido permisivos con la simplificación paulatina de la información que se nos transmite, sino que además premiamos la trivialización sistemática hasta niveles exasperantes. Impregnamos de moralina petulante cada aspecto de la interacción social. Tratamos de subyugar el arte al corsé asfixiante de las proclamas políticas exaltadas (y a menudo también vacías). Nos parece lo más normal del mundo boicotear esta película porque el director es un ‘rojo’ o hacer campaña contra esta otra porque ‘tiene tintes ultraconservadores’. Y nos olvidamos de algo que hasta hace poco parecía evidente. Que el cine no es la vida. Que el cine es ficción.

El uso de la primera persona del plural no es casual. Me incluyo en esta ecuación al ser un engranaje más de la máquina. No vivo en una cueva perdida entre la niebla de las montañas (aunque a veces siento tal deseo). Al igual que todos los individuos, participo de esta sociedad y de las dinámicas en las que se apoya. A veces soy culpable por activo. Otras, cómplice por callado. Sin embargo, algunos días entiendo a Nietzsche. El cielo está marrón y el reduccionismo impregna cada espacio. Los buitres vuelan en bandadas abalanzándose al unísono contra la carroña. Y yo, a veces me identifico más con la carroña. Sin embargo, sigo siendo un escéptico optimista. Porque me lo pueden quitar todo, pero mi moderadísimo optimismo es inamovible. Tengo una fe tan velada que puede parecer imperceptible, pero les juro que está ahí, en alguna parte de mi ser. No obstante, tal vez no sería una mala idea dejarnos un poco más en paz los unos a los otros de vez en cuando. Dejar al distinto ser distinto, y al cineasta rojo ser rojo y al conservador ser conservador. Aunque a algunos les pueda parecer increíble, la tolerancia no muerde.