‘Eduardo manostijeras’ (II): la pureza interna y la hipocresía social

En el primer apartado estudiamos la moralidad de los personajes de la película atendiendo a los postulados kantianos. En este segundo se tratará de comentar los distintos aspectos de este maravilloso largometraje.

  • Eduardo Manostijeras baja a la realidad

La película empieza con una puerta que se abre mientras caen copos de nieve. De una manera muy sutil, Tim Burton nos está mandando un mensaje: No tengáis miedo a entrar al interior de Eduardo Manostijeras. Estad tranquilos, no os va a cortar vuestras manos.

Una vez introducido al diferente, a la persona que vive ajena a la sociedad; se presenta al vecindario. Todas las casas son iguales, sólo cambia el color de sus paredes. Todos viven las mismas vidas. Tienen los mismos horarios y las mismas costumbres. Sobre el papel se podría decir que es un barrio perfecto habitado por sujetos felices con sus vidas y que han cumplido todos sus sueños. Pero… estas no son las palabras que están escritas.

  • El director quiere mostrarnos dos ideas muy claras en esta película: no se es mejor persona por tener más bienes materiales o mejores atributos físicos, y la hipocresía de la sociedad en contraste con la pureza de Eduardo Manostijeras.

De hecho, desde la primera escena se ve claro el rumbo que va a tener el largometraje. Burton presenta una sociedad marcada por el consumo y por la superficialidad. Peg (Dianne Wiest) es una comercial que no consigue vender ninguno de sus productos cosméticos. Cansada de haber recibido la negativa de todos los vecinos, descubre que hay una casa a la que nunca ha ido: la que se encuentra alejada de la comunidad en lo alto de la montaña.

Eduardo Manostijeras
El barrio y, al fondo, la casa de Eduardo. (Foto: 20th Century Fox)

Es muy inteligente la manera en la que se nos presenta por primera vez la morada de Eduardo (Johnny Depp). Se ve por error porque el espejo retrovisor del coche de Peg se gira al lado contrario al que apuntaba. Nuestro protagonista no es visible para los ojos de la humanidad.

Al llegar, Peg descubre que el jardín de la casa está muy cuidado y es muy bonito. Le sorprende porque se esperaba que iba a ser la típica mansión encantada, pues para nada. En uno de los árboles hay tallada una mano en el centro. Eduardo Manostijeras sabe que el no poseerlas es lo que le separa del resto.

En esta escena ya se encuentra una de las lecciones del film: no te dejes guiar por lo externo, no prejuzgues. No todo lo que se percibe en una primera mirada es lo que es de verdad.

Eduardo Manostijeras
El jardín de la casa de Eduardo. (Foto: 20th Centuty Fox)

Peg conoce a Eduardo y decide apadrinarlo. Es el momento de cumplir su deseo: conocer todo aquello que ansiaba y que le resultaba ajeno.

  • Sin hipocresía no habría sociedad

La llegada al paraíso terrenal es una grata sorpresa para nuestro protagonista. Está ilusionado, no puede dejar de observar cada detalle que ocurre en su nuevo hogar. Todo le resulta maravilloso y novedoso.

Pero, ya desde su primer contacto, Burton nos alerta de algo: hay una casa que está cubierta por una lona de circo. De manera subliminal se le está advirtiendo a Eduardo Manostijeras que en la comunidad todo el mundo interpreta a un personaje, nadie se muestra tal y como es. La sociedad es un teatro donde la gente aparenta, pero no es. La pureza no está permitida.

Sin saberlo, Eduardo acaba de entrar en el reino de la falsedad. Todos simulan ser felices, pero en realidad nadie lo es. El problema es que en un mundo donde existen más de dos caras las personas sinceras no pueden coexistir. La honestidad es nociva porque lleva implícita la verdad y todo el vecindario huye de ella. Prefieren vivir a oscuras.

Eduardo Manostijeras
Alan Arkin y Johnny Deep. (Foto: 20th Century Fox)
  • Los matices de la palabra «especial»

A lo largo del largometraje, Eduardo pasa de ser una persona diferente, maravillosa y especial a ser un ser humano violento, amoral y peligroso. Lo que le hace ser una cosa u otra es si es un activo para dar vivacidad a las monótonas vidas de los sujetos o no.

Cuando llega a la sociedad, este representa una novedad, rompe la rutina de todo el mundo. Todos quieren conocerle y saber quién es y qué ha sido de su vida estos años. Existe un gran interés en estar cerca de él. Le hacen sentirse escuchado y querido.

Todo lo que hace Eduardo Manostijeras está bien. Es el mejor cortando los setos de sus jardines, el pelo de sus perros o el cabello de las mujeres. Aunque sus cortes sean horrorosos, todos le hacen ver que son hermosos. Ahora él es la moda, pero estas pasan rápido. La fama igual que viene se va.

Eduardo Manostijeras
Eduardo y Peg en la televisión. (Foto: 20th Century Fox)

Y como no, la televisión quiere convertirlo en todo un fenómeno. Si antes hablaba de la sociedad como una gran publicidad, esta escena lo representa a la perfección. Ahora que los medios de comunicación pueden sacar beneficios con Eduardo, lo tratan como a una estrella del rock.

La situación, sin embargo, cambia drásticamente a mitad de película. Si anteriormente era una persona adorable, ahora lo repudian. Ya no es un individuo singular, sino que es un monstruo y, como tal, debe ser excluido de la sociedad.

En esta segunda parte se aprecia como la comunidad actúa como si fuera una masa, una jauría humana. No hay nadie que sea un sujeto pleno, todo lo contrario, todos forman parte de una misma y homogénea estructura social. Si la masa te acepta te querrá, pero cuando te odie irá a por ti. Eso es lo que le sucede a Eduardo.

  • El sueño americano

Si hay dos personajes que funcionan para explicar este suceso son Bill (Alan Arkin) y el padre de Jim (Anthony Michael Hall).

El primero, en una escena de la película, le dice a Eduardo Manostijeras que «no hay nada como tener tu propio negocio, yo nunca lo he tenido«. Con esta declaración de intenciones se comprende completamente cuál es el vacío que Bill siente: no ha cumplido el sueño que él tenía en su vida. Esto es, crear su propia riqueza.

Si Bill falló en su cometido, el padre de Jim sí consiguió alcanzar el tan ansiado sueño americano. Él quiere que su hijo entienda que la prosperidad y el ascenso social no pueden ser unas cosas heredadas y, por ello, debe ser él quien luche por ello. Esto le crea una brecha insalvable en su relación paterno filial.

Burton hace uso de este concepto para señalar, de nuevo, el mensaje de la película: lo importante está en la pureza imperecedera del interior.

Bill no cumple su sueño americano. (Foto: Barrio)
  • La sexualidad femenina en los años 50

La Segunda Guerra Mundial cambió por completo la vida de las mujeres norteamericanas. Mientras sus maridos se fueron a luchar, ellas se incorporaron al mercado laboral.

Sin embargo, la finalización de la guerra y la vuelta a casa de los soldados provocó que el papel de la mujer se simplificara a ser una buena madre y una buena esposa. Su vida se redujo a dos ámbitos: la familia y el hogar. Debían ser unas perfectas amas de casa. 

Si una madre abandonaba su hogar para estudiar o trabajar, entonces era vista como una persona que quería apartarse de su familia y con ello acabar con los valores americanos.

Si hay una mujer que se aleja de este ideal es Joyce (Kathy Baker). Ella afirma que «las amas de casa también nos sentimos muy solas, pero no hacen publicidad de ello«. Ansia sentirse deseada y romper con el papel que tienen las mujeres. Ella no se siente una persona sumisa a las decisiones de su marido.

Joyce se siente activa y poderosa. (Foto: ibs-solutions)

Al contrario, ella se percibe como una persona activa, poderosa y capaz de decidir qué hacer con su vida. Todo ello se muestra en su sexualidad y al ritmo de las canciones de «Delilah» e «It’s not unusual» de Tom Jones.

Joyce no es una mujer que se reserva en exclusividad y de manera privada a su marido, al revés, a ella le gusta jugar y experimentar. No tiene miedo en mostrar sus fantasías y potenciar sus gustos sexuales, aunque estos raramente sean satisfechos.

  • La moralidad de Eduardo

Eduardo Manostijeras no está preparado para poder vivir en sociedad, pero no es porque él no quiera. Es debido a que no comprende ni las pautas morales, ni las cuestiones religiosas, ni las conductas sociales.

Cuando la vecina religiosa habla de que nosotros somos los corderos del señor, él le responde que «no somos corderos«. No puede percibir los conceptos religiosos.

Cuando le van a detener, el policía le pide que «suelte las armas«, pero él no cumple la orden porque no entiende que es una norma.

Eduardo ante la policía. (Foto: Internet Movie Firearms Database)

En la escena en la que lo van a sacar de la cárcel el psicólogo postula que «la realidad en su conciencia está subdesarrollada; la soledad le ha hecho no saber discernir entre el bien y el mal«.

Y por último, toda su moralidad se basa en hacer cosas que beneficien a su amada Kim. «Ya sabía que la casa era de Jim (…) pero lo hice porque me lo pediste«.

  • La importancia del color blanco y del negro

Eduardo vestía siempre un atuendo completamente negro, pero, nada más llegar a casa de su nueva familia la madre le viste con una camisa blanca.

El color negro representa la tristeza, el misterio o la muerte. Por otro lado, en el mundo occidental, el blanco significa paz, pureza y limpieza. Con su nueva camisa, Eduardo renace y deja de lado su anterior vida en soledad. 

No es casualidad que Eduardo Manostijeras, al ver que Kim sigue con su novio, se rasgue la camisa.  Además, cuando deja de llevar prendas blancas, la policía le persigue y pierde el cariño que tenía del vecindario. Cuando roba la casa y cuando huye no lleva nada blanco.

Es más, al llegar a casa, Peg le pinta la cara de color carne para integrarlo en la sociedad. Pero, en la segunda parte de la película ya vuelve a tener su tono de piel más blanco. Este cambio de tonalidad es un recurso para hacer ver al espectador la relación que hay entre la comunidad y Eduardo a lo largo del film.

Eduardo tras asaltar la casa. Foto: geekmi
  • Kim y Eduardo

El espejo que Kim (Winona Ryder) tiene en su habitación está decorado con recortes de ojos de otras personas. En la película, Kim empieza a mirar cuando ve a Eduardo. 

Eduardo ve el espejo de Kim. (Foto: AnOther Magazine)

Si bien al principio Kim no tiene ojos para Eduardo, estos le surgen cuando empieza a interesarse por el interior de su nuevo inquilino. Su cambio de parecer empieza cuando en el programa de televisión le preguntan a Eduardo si tiene novia o si hay alguien especial en su vida y, sin decir nada, rompe la cuarta pared pensando en Kim.

Eduardo piensa en Kim. (Foto: Sensacine)

A partir de ahí, Kim se empieza a enamorar y entiende que su amor por él no es carnal, sino puro e íntimo. Por su parte, Eduardo sabe que aunque la ama con toda su alma, nunca podrá tocarla, porque la dañaría.

Esa es la cruz de sus tijeras, no puede acariciar a ningún ser querido, porque le corta. Es una persona que sólo tiene buenas intenciones con el resto, pero siempre acaba hiriéndoles. Todo y que quiere amar, sólo provoca dolor a la gente que le rodea. Como le dijo Jim «no puedes tocar nada sin destruirlo«

Por ejemplo, cuando salva a Kevin (Robert Oliveri) de morir atropellado al tratar de hacerle ver que es su amigo, le corta su cara. Incluso ayudando a la gente, acaba siempre provocándoles sufrimiento.

Es por eso que en la mítica escena de la película Eduardo no puede abrazar a Kim. Sabe que le haría daño, y eso es lo último que él quiere hacer en su vida: herir a su querida Kim.

La dureza de la vida. (Foto: Pinterest)

Si se analiza esta secuencia se puede apreciar como entran en disputa los dos colores que con anterioridad se han explicado. Eduardo viste de negro, mientras que Kim lo hace de blanco.

Estos antagónicos tonos no se pueden juntar por ellos mismos, pero, al irse a la ventana, Eduardo es alumbrado por una luz verde que simboliza la esperanza. Esta no es posible, porque la sociedad no les permite estar juntos.

En una de las últimas escenas de la película, Jim llega a la antigua casa de Eduardo para matarlo. Allí, también ha ido Kim para ver si Eduardo seguía con vida. Jim, por celos, pega a Kim y esto hace que Eduardo lo mate.

Kim, para asegurarse que la sociedad deje tranquilo a Eduardo, coge unas tijeras de la casa del protagonista y se las muestra al vecindario. De este modo, Kim les engaña y les hace creer que el causante de todas sus desgracias está muerto. Es la última vez que Kim verá a la persona de la que está enamorada.

Entremedias, Kim le susurra a Eduardo que lo ama. Al escucharlo, Eduardo cierra por primera y única vez en todo el largometraje sus ojos. Así, Burton relaciona las fotos del espejo de Kim con el amor que ella siente hacia Eduardo. Ahora ambos cierran los ojos, porque ya se han visto todo lo que se tenían que ver. Al abrirlos, ya no estarán juntos.

En la última escena, cuando Kim ya es mayor y le está contando la historia a su nieta, le dice que «nunca más volví a verle (…) ahora soy una anciana; prefiero que siga recordándome como era antes«.

La sociedad ha vencido, ha conseguido imponer su mensaje de que lo importante es lo de fuera. Pero a Eduardo no le importa si ella es vieja o no. Él se enamoró de Kim, no de su físico. Mientras las arrugas no estén en su interior, Eduardo le va a seguir amando.

  • El papel de la nieve

Durante las navidades algunos tejados son decorados con copos de nieve artificiales, porque en el vecindario no nevaba nunca.

Eduardo, entre otras cosas, se dedicaba también a hacer esculturas con bloques de hielo. Por ello, con sus cortes provocaba que cayera nieve.

Esta representa la pureza y la inocencia del personaje principal, en contrapunto con la superficialidad y la hipocresía de la sociedad.

Además, esta es la que le permite saber a Kim que Eduardo Manostijeras, aunque esté solo en su mansión, está vivo y le sirve para recordar la felicidad que sentía al estar con él.

Porque los años pasan, pero ella siempre rememorará que «antes de que él viniera no nevaba nunca; pero, después, sí nevó. A veces, aún bailo bajo la nieve»