Fue hace unos diez años. Una larga tarde de verano de esas de mucho calor, piscina y partidas del FIFA en la Play. Pasaba el rato de casa de un amigo del instituto cuando, en su habitación, mi colega me enseño un libro que se habia comprado hace poco. Un libro de fantasía. Un género por el que ambos compartíamos mucha afición por entonces. Un libro pequeño, de bolsillo, con un hombre vestido de negro junto a un lobo blanco posando en portada. «Este te tiene que gustar.» -me dijo- «Van a hacer una serie de televisión el año que viene. Y la protagoniza Sean Bean. ¡Boromir!»
Ese fue mi primer contacto con Canción de hielo y fuego, la saga de libros que George R.R. Martin lleva ya más de veinte años escribiendo y cuya adaptación, Juego de tronos, emite hoy su último episodio.
Mucho ha nevado desde entonces. Desde que me sorprendí viendo su primer capítulo en el por entonces Digital+. Desde que negé rotundamente la muerte de Ned Stark en el Septo de Baelor. Desde que empecé a leer todos los libros mientras esperaba el estreno de la segunda temporada. Desde que me regalaron mi primera camiseta friki (de los Stark, por supuesto). Desde que, el día antes de Selectividad, conseguí olvidar por un momento mis preocupaciones con la Batalla del Aguasnegras. Desde que conocí a un grupo de fans por Tuenti y pasaba tardes y tardes comentando la serie y chateando por la ya extinta red social.
Juego de tronos acabará mejor o peor. Esta noche, a algunos les gustará como concluya la historia y a otros no tanto. Mañana, correrán rios de tinta comentando el porqué de esta trama o la muerte de aquel personaje. Pero, ante todo, pase lo que pase, muera quien muera, termine como termine, debemos admitir que hemos crecido con esta serie. Hemos madurado con esta serie. Una serie que ya horma parte de nuestra cultura. De nuestra generación. De nuestra historia. Y le debemos, y nos debemos a nosotros mismos, el respetar el trabajo de tantas y tantas personas que durante años nos han emocionado, nos han sorprendido, nos han ilusionado y nos han hecho llorar.
Les debemos, y nos debemos, apartar nuestro lado más hater y disfrutar, como nunca, pero como durante ocho años hemos hecho, del fin de una canción que hoy entona su ultimo verso. Y es que, como siempre sucece, tarde o temprano, todas las series han de morir. Pero recordemos también que, lo que está muerto, no puede morir. Y Juego de tronos vivirá para siempre.