Series que son un buen negocio (XXXVIII): ‘Bellas [malas] Artes’

La micro serie Bellas Artes es una producción cargada de perspectiva satírica, no necesariamente inclusiva ni socialmente correcta. Todo bajo el marcado sello mordaz e inteligente de Gastón Duprat, Andrés Duprat y Mariano Cohn.

Artífices entre otras series de El encargado o Nada. Pero principalmente de las películas Competencia oficial, Mi obra maestra, Ciudadano ilustre o El artista. En las que arremeten con bastante atino contra la pomposidad del mundo del arte y ciertos aspectos irritantes de la modernidad sociocultural.

Ya hemos comentado recientemente cómo el arte, además de pura fuente de inspiración para el cine, puede convertirse en una inversión muy lucrativa. Coleccionistas, galeristas, delincuentes, filántropos… Un modus vivendi y de generar ingresos nada desdeñables con expectativas de valor dudosas en ocasiones.

En esta oportunidad, los Duprat y Cohn, retratan más bien la pantomima del Arte y de la modernidad no en su contexto comercial y de negocios, sino desenmascarando la cancelación cultural y una particular moralidad imperante. Es un alegato contra los tiempos actuales de susceptibilidad extrema, de censura del libre pensamiento. Demasiada impostura moral para obtener otro tipo de réditos.

Todo ello valiéndose de una figura muy particular, su protagonista, Antonio Dumas (Oscar Martínez). Una especie de genio contracultural, un ‘artista’ solucionando o armando desaguisados en el museo que dirige. Un verdadero escéptico de la posmodernidad, un gruñón para el mundo progre.

Todo un ajeno (‘outsider‘) al panorama actual cultural haciendo de pistolero a lo Clint Eastwood: «viejo, hombre, blanco, heterosexual y de ascendencia europea…».

Gracias a su pasotismo acerca de las modas imperantes y de saberse de vuelta de todo, lleva a cabo sus quehaceres de forma cínica, rehuyendo de todo esnobismo, puritanismowokey corrección política.

Oscar Martínez es un personaje siempre a contracorriente socioculturalmente (Fotograma: Movistar+)

Desde su proceso de selección como director del museo, que «parece más un ‘casting’ para un ‘reality show’», hasta los múltiples problemas de su día a día. No ceñará en su empeño de oponerse a tales modas, y manifestar su desagrado. E incluso echar un pulso de forma ingeniosa a la Ministra de Cultura.

La serie desnuda la gestión que hace el sector público del mundo cultural: nepotismo y paripé, caos, clientelismo, ineficiencia… Dejando de lado lo comercial, refleja un insólito panorama actual de mucha resiliencia, wokismo y otros grandes constructos sociopolíticos.

Así que sin ser una comedia hilarante con los golpes humorísticos tan geniales como acostumbran los Duprat, por ejemplo con Guillermo Francella y Luis Brandoni, destaca por su humor negro.

Una buena oportunidad para ir a contracorriente desenmascarando y ridiculizando muchos aspectos de la vanguardia del arte, la burocracia y la política cultural.

La mala leche de Oscar Martínez, el brillante cameo de José Sacristán como artista del régimen, y otras situaciones pintorescas de Escopeta Nacional son buen acicate para espectadores críticos y ávidos de sarcasmo.

El arte «cuesta de acuerdo a lo que alguien esté dispuesto a pagar por él, es absurdo, es así. Emociona o te hace pensar, y puede ser feo o hasta ridículo. Para que algo sea considerado como arte, alguien ha de proponerlo así, y otro debe considerarlo del mismo modo». Una ballena muerta en descomposición como alegoría de la impostura, la ejecución artística de un grupo de africanos acampando en el museo, la cancelación cultural de la estatua de la entrada, la jornada de convivencia ministerial a base de coaching

Lo más absurdo, los disparates más inimaginables, se vuelven auténticas obras de arte en cada capítulo. La serie deja el panorama cultural y político a la altura de una de esas ‘performances’.