Un reportaje de Aurora Baez Boza
Creer que Europa ha dejado el sombrero de capitán y la escopeta de explorador en el baúl húmedo de la Historia es pecar de ingenuo. Nuestros países se ven envueltos en esa viscosa nostalgia de metrópoli aún. A pesar de que este deseo de poder tenga unas nuevas ropas sigue construyendo los mismos esquemas mentales. África el amigo exótico y rico del que aprovecharse, el conocido al que llevar a la Cena de los idiotas, el eterno gigante dormido que por muchos zaranderos violentos no se despertará. La prensa, la televisión, el cine… construyen cada día este muro al que nos subimos para ver por encima del hombro al vecino. Iniciativas como el FCAT Festival de Cine Africano de Tarifa suponen una grieta, en esa pared, a través de la que mirar la realidad, esta vez con los pies en el suelo.
»Cine para deconstruir estereotipos y aportar conocimientos a cerca de las múltiples realidades de África’‘ así define su objetivo la Asociación Al Tarab que desde el 2003 utiliza como mayor medio de difusión de su labor el FCAT »porque creemos que ya es hora de que África sea contada por los africanos». En la propuesta de su 14ª edición hemos encontrado una disparidad de puntos de vista, historias y formas que nos acercan a un continente ante el que nos han cerrado los ojos. A parte de la programación, la personalidad de este festival se encuentra en propiciar el debate y la conversación con realizadores, espectadores, público y en general con todo aquel que quiera comenzar a descolonizarse la mirada.
Aterrizamos en Tarifa el martes con el Festival ya empezado pero habiendo rastreado bien sus huellas. Tras pasar la bajada del macho y frente a una cuadrilla de peones sustituyendo el café por cigarros, Othman Naciri buscaba resguardarse del levante tarifeño con la capucha puesta hasta las orejas, antes de estrenar Alilleur en La Casa de la cultura. Cortometraje que en tan solo quince minutos hace un recorrido por los desiertos, reales y metafóricos de los humanos. A través de la conversación de sus dos protagonistas, un excombatiente del Frente Polisario y un senegalés con intención de llegar a Casablanca, se traza no solo la diferencia entre dos de los mundos que habitan África sino entre dos concepciones vitales. Con una poética conversacional digna de las películas de Bergman y la ternura de quién sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
El cortometraje venía acompañado de la película de la cineasta Isabelle Bonie Cavalliere, Trop Noire pour etrê francaise. Obra a medio camino entre biotopic y el documental ensayístico en el que la directora ahonda en la discriminación racial aún existente en Francia ( A pesar de que la población de color supere los tres millones y medio de franceses) desde varios puntos de vista: El individual donde se cuestiona si dentro de un sistema clasista y de méritos, como es la sociedad occidental, la posición social puede salvarte de la discriminación. El socio político en el que se entremezclan testimonios de episodios de discriminación sufridos por franceses de raíces africanas y las imágenes de medios de comunicación con conductas raciales. Y por último un interesante foco de expertos con los que la autora se entrevista para ver la parte más macro de la problemática.
Uno de los pequeños placeres de este festival es poder ver una película proyectada en una pared donde años antes solía haber un cristo sangrante y redentor. La Antigua Iglesia Santa María acogía a las 19:15 de la tarde el documental Tchindas junto a su co-director Marc Serena. La vocación periodística del autor se nota en el planteamiento de la historia de Tchindas, la primera mujer transexual en la isla de Cabo Verde, y sus amigas durante la preparación del Carnaval. Esta historia colorida y fascinante se muestra en imágenes crudas dejando que la realidad llegue al espectador sin necesidad de que el realizador la enviolente. Un enfoque que hace que más que estar sentando en una butaca de cine te encuentres en una de las sillas raídas de Super Bock que pueblan las calles de Cabo Verde viendo pasar a sus vecinos. En el coloquio posterior el realizador comentó la facilidad con la que esos planos tan cercanos se realizaban gracias a la conexión con Tchindas y su popularidad en la Isla, además de como ella ha supuesto una revolución en la sociedad de Cabo Verde que le profesa una admiración gigantesca.
Para finalizar la jornada y sin dejarnos apenas tiempo en el intermedio para tomarnos el bocadillo de tortilla de la Santa Cena: Bezness as Usual. Un recorrido biotópico acerca del padre de Alex Pitstra, un tunecino al que no conoció hasta las 25 años de edad. Para realizar ese viaje catártico hacia su historia, Pitstra utiliza los viajes de su hermana, con una historia paralela a la de él como excusa para rencontrase con sus sentimientos. Una obra que plantea reflexiones acerca del abandono, las relaciones de sangre y los conflictos culturales entre África y Europa que oscila entre el patetismo del amor obligado y la comicidad que provoca la figura del padre, un canalla al que no puedes evitar profesar simpatía.
El miércoles apenas tuvimos que movernos del Teatro Alameda para poder viajar a tres países distintos de África bajo tres visiones totalmente dispares. La primera el documental Balad Meen, del director egipcio Mohamed Siam, una obra a medio camino entre el análisis político y la película de gangster. El trasfondo del film trata la Revolución egipcia desde el punto de vista de un policía, sector denostado por la sociedad egipcia, a través de conversaciones y seguimientos. Un documental valiente a la vez que innovador que revela los primeros pasos de un director que apunta a la renovación del lenguaje cinematográfico.
Tras el acercamiento a la política egipcia de la mano de Siam nos adentramos en la sociedad de la República Democrática del Congo a través del Documental Maman Colonel de Dieudo Hamadi que recoge la historia de Honorine Munyole que encabeza la brigada policial especializada en violencia ejercida en las mujeres y niños. Una historia real, cruda y difícil pero indispensable. Sorprende no solo por recoger un testimonio auténtico sino porque este no necesite de grandes formas audiovisuales para que llegue.
Para cerrar la jornada y quitarnos el amargo sabor de boca de Maman Colonel, nos adentramos en Burkina Faso con la película Wallay de Berni Goldblatt. Una película que traza la llegada de la madurez de Andy un joven francés que viaja obligado por su padre a sus raíces en un pueblo de Burkina Faso. La ternura, la magia y lo real del conflicto personal hace de esta película una joya fascinante que convence a público de todas las edades. El mismo Goldblatt comentó durante los aperitivos del FCAT cómo la película tiene diferentes lecturas según el público al que se enfrente, esta variedad de miradas ha hecho que la película, según anunció el propio director en Tarifa haya sido seleccionada para la Sección Junior del Festival de Cannes.
El jueves nos sumergimos durante hora y media en los bosques tunecinos con Akher wahed fina (The Last Of Us) de Ala Edinne Slim. Una propuesta fílmica arriesgada, sin dialogo, que recoge el viaje de N hacia Europa. Este periplo se ve truncado y N tiene que quedarse en el bosque. Una obra metafórica con un inicio que propone un viaje a la modernidad pero que efectúa justo el contrario. Una maravilla audiovisual solo para los más capaces.
La noche acabó con una propuesta comercial, Wulú de Daouda Coulibalys, una película de gángsters de droga clásica desarollada en Mali. A pesar de que la película cumpla su función de entrener y enganchar al público no es más que la misma historia narrada en un lugar distinto, aunque no negamos que eso tenga su valor.
El último gran descubrimiento lo realizamos el viernes antes de la clausura del FCAT. La directora senegalesa Khadidiatou Sow lanza una visión cómica de la inmigración en su cortometraje Une Plaçe dans le avión. Una obra en la que las estética del cine y su magia son reivindicadas como la parte sustancial del arte fílmico.
Uno de los aciertos del FCAT en su objetivo de conectar sensibilidades y cread diálogo son los Aperitivos de Cine, celebrados cada mediodía en la terraza del Hotel Riad. Gracias a este espacio pudimos conocer de mano de los directores más acerca de su proceso creativo y de su modo de entender el cine. En el aperitivo en el que nos acompañó Alex Tsipras director de Bezness as Usual. El realizador comentó como a veces provocaba las situaciones que quería grabar no porque fueran falsas sino porque estaban a punto de estallar y necesitaban una pequeña ayuda.
También sirve para comprender cómo se encuentra la cultura cinematográfica en los países de África, en la mesa redonda en la que participaron Paulo César Nsue, director de Guinea Ecuatorial que presenta su primer cortometraje Quatta, Khadidiatou Sow, directora senegalesa, Berni Goldblatt, director de Wallay e Ibrahim Koma, actor en el mismo film concidían en la necesidad de una cultura cinematográfica en África. Las distribuidoras no están interesadas en proyectar allí películas internacionales ni en dar voz al cine africano fuera de los lindes del continente. La falta de salas de cine en la mayoría de los países de África ha impulsados propuestas como Cine Gilbi creada por el propio Goldblatt para volver a dar vida a las salas de Burkina Faso que han sido cerradas.
Sin duda uno de los aperitivos más interesantes y reveladores fue el encabezado por el periodista y escritor Juan José Tellez, bajo el título de Cine y Fronteras. En el más que hablar de las meras fronteras físicas trazó un mapa de fronteras psíquicas que nos han puesto sistemáticamente a la hora de acercarnos al Otro. ‘‘Como no va a pecar el cine si pecan los medios de comunicación y el periodismo» lanza Telléz a la hora de hablar del papel principal de los medios de comunicación a la hora de trazar ese muro de silencio.
También delimitó el mapa de olvidos que compone la Historia de España, que ha dado la espalda por completo a su historia en África. Directores españoles como Miguel Ángel Rosales (Gurumbé), Miryam Pedrero (Ismael, el último Guardián) y Manu Trillo (Quivir) intentan con sus obras abrir la brecha y comenzar a mirar de frente nuestro pasado y nuestra relación con África.