Mucho se ha dicho estos días acerca de Fernando Fernán Gómez (1921-2007), el mítico actor de más de doscientas películas: el pasado 28 de agosto celebramos el centenario de su nacimiento. Dada su envergadura como polifacético artista renacentista, creo que un buen y pequeño homenaje es poner en valor una de las que obras que, como cineasta (actor, productor, director y guionista), le llevaron, por un lado, a sufrir la censura franquista; y por otro, a consagrarse como uno de los mejores directores de nuestra cinematografía: me estoy refiriendo a El mundo sigue (1965).
Año 1963, España experimenta el desarrollo económico provocado por el Segundo Franquismo, son los años de esplendor del nacional-catolicismo. La dictadura franquista estrangula a una sociedad que tras superar una guerra civil y otra, mundial, ha sido sometida a una autarquía lacerante. Ser crítico contra el régimen franquista, además de promulgar y defender ideologías opuestas, todavía se paga con la muerte, ese fue el destino del comunista Julián Grimau y de los anarquistas Granados y Delgado ese mismo año. Sin embargo, Fernán Gómez decidió retratar —y lo hizo como pocos— la temperatura social de una época en la que callar y asentir eran las cosas más recomendables, la terrible década de los cuarenta.
Censura franquista
Su agudeza y atrevimiento le costó que la película no pudiera estrenarse en los cines hasta dos años después (1965), lo hizo en un único cine de Bilbao, el Buenos Aires, y casi a escondidas; además, tampoco se emitió por televisión durante los años posteriores. Nueva Films, la distribuidora que se hizo cargo de ella, de manera sorpresiva, cayó en bancarrota. Estos motivos justifican el porqué la película es casi una desconocida para el gran público en 2021.
Para cualquier realizador que había invertido en su propia obra, el no retorno de la inversión era un motivo de hundimiento, y Fernán Gómez acusó de manera severa este revés, de manera que estuvo subsistiendo un tiempo, gracias a las donaciones económicas que su propio grupo de actores le brindó. Para rodar esta película, Fernán Gómez tuvo que invertir todo lo que tenía, ni siquiera culminar con ella veinticinco años de carrera en el cine, con ochenta películas como actor a sus espaldas, sirvió para evitar que varias productoras le dijesen que no. La película no recibió ni un real de financiación, solo consiguió el apoyo de la productora Ada Films, y para cubrir eventualidades contingentes. Pero eso no detuvo a nuestro homenajeado.
Restauración
Tuvo que ser en 2015 —medio siglo después de su intrascendente estreno— cuando Juan Stelrich Jr. (ahijado de Fernán Gómez) recuperó una deteriorada copia y se decidió a restaurarla; para entonces, hacía ocho años que el maestro había fallecido. Stelrich era hijo del director de El anacoreta, de mismo nombre, quien colaboró en la producción de El mundo sigue y le procuró a Fernán Gómez su primer premio internacional como actor: el Oso de Plata del Festival de Berlín (1976).
A pesar de contener algunos parpadeos (cambios bruscos de luminosidad) y la aparición de efímeras manchas provocadas por la falta de gelatina en el celuloide, El mundo sigue puede disfrutarse hoy con todo su esplendor a través del canal de televisión TCM o de la plataforma Filmin
Un elenco irrepetible
En cuanto al elenco actoral, la elección de los actores devela el fuerte vínculo que Fernán Gómez ya tenía con el teatro. Muchos de ellos hicieron doblete y tras el rodaje de esta película participaron en la temporada del teatro Marquina bajo las órdenes del cineasta. Gemma Cuervo, Lina Canalejas, Agustín González, María Luisa Ponte, Milagros Leal, Francisco Pierrá, José Morales, Rosa Luisa Gorostegui, Fernando Guillén, Marisa Paredes, Pilar Bardem y el propio Fernando, entre otros, son solo algunos nombres de la extraordinaria nómina congregada para la ocasión.
Como curiosidad, decir que las actuaciones de Marisa Paredes y Pilar Bardem son apenas un cameo, ya que Paredes contaba con tan solo dieciséis años de edad, y Bardem, con apenas veinticuatro años, no tiene ni siquiera frase, aparece como modelo de pasarela, oficio que por aquel entonces desempeñaba en su vida real.
La huella del escritor
Dos paratextos inauguran y clausuran de manera muy hábil este filme: la cita de Fray Luis de Granada (escritor dominico) sobre el triunfo de la maldad sobre la bondad en un mundo desequilibrado y excesivo, extraída de su Guía de pecadores, y la precisa aparición del título de la película al final, justo antes de la aparición de los títulos de crédito: recurso poco utilizado en el cine actual, pero muy efectivo y pertinente aquí.
Como si de un libro se tratase, estas palabras anticipan y sintetizan a la perfección la esencia argumental y culminan de manera magistral a una vibrante partitura que demanda un poderoso cierre. Y es que es complicado afirmar si Fernán Gómez era más poeta, novelista o actor, que guionista, dramaturgo o director, pues fue todas esas cosas y en todos esos ámbitos y lenguajes demostró un talento y una sensibilidad inusuales. Lo cierto es que casi sesenta años después, El mundo sigue nos sigue pareciendo una obra redonda y, toda la culpa de ello, como bien reconoció Fernando, recae en el novelista que la concibió.
Adaptación de una novela
Esta película está basada en la novela homónima (1960) de Juan Antonio de Zunzunegui (1900-1982), un prolífico escritor vizcaíno que llegó a Madrid con su familia, donde terminó de cursar sus estudios de Derecho. Bajo las influencias de Pío Baroja, en lo literario —a quien sucedió en la Real Academia—, y de Unamuno, en lo intelectual, a él se debe el realismo exacerbado que la cinematografía de Fernán Gómez convierte en un fresco histórico sobre la vida y la pobreza del Madrid de la Posguerra. Y es que el autor de El extraño viaje (1964) adopta como narrador la postura neorrealista que tantas satisfacciones había dado al cine italiano: Obsesión (Visconti, 1943); Roma, ciudad abierta (Rossellini, 1945); Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948) o Mamma Roma (Pasolini, 1962).
Argumento
La historia se centra en la familia formada por Eloísa (Leal), abnegada ama de casa, y Agapito (Pierrá), un guardia municipal más agresivo en casa que en la calle. Ambos son padres de Eloísa (Canalejas), antigua Miss Maravillas, madre de cuatro hijos, esposa de Faustino (Fernán Gómez), y Luisita (Cuervo), una joven soltera con afán de medrar, que no duda en utilizar su belleza si es preciso para conseguirlo.
Fernán Gómez instala a sus desdichados personajes en una España que promete a una hipotética clase media el fasto de la burguesía. Los sueños de prosperidad e incluso de identidad, son sesgados de manera mecánica por un sistema diseñado para deshumanizar al ciudadano, al tiempo que lo somete y dogmatiza.
Para aquellos que sueñan con ser ricos de la noche a la mañana, como Faustino, el anhelo de ganar una quiniela de catorce aciertos se convierte en una obsesión. La honradez y fidelidad de Eloísa le impiden aceptar deshonrosas promesas de riqueza y buena vida. Por el contrario, Luisita se empeña en engatusar a hombres mayores de clase alta que le puedan proporcionar lujos y una vida disoluta. Este hecho hace que la relación entre las hermanas sea de odio y agresividad. Mientras Faustino malgasta su poco dinero en comidas, fútbol y cigarros puros, su familia atraviesa adversidades, sus hijos pasan hambre, son desatendidos y somete a Eloísa a una situación insostenible.
Neorrealismo español
Rodada íntegramente en escenarios reales, Fernán Gómez inmortaliza la difícil vida que existía en los barrios —hoy— de Universidad, Malasaña y Chueca (Madrid). El mundo sigue nos habla sin cortapisas del aborto, de la violencia doméstica, de la corrupción, del adulterio, de la envidia, la violencia, la ociosidad, el esnobismo, la alcahuetería, el clasismo, la ambición, del endémico machismo y la amoralidad. Cuando la bondad no sirve para prosperar, las malas artes afloran y se trivializan. Somos testigos del triunfo de lo malo sobre lo bueno. De la aversión cainita entre Eloísa y Luisita emerge un duelo interpretativo de altura.
Una visión crítica
El papel de la religión en la película, o deberíamos decir, de la Iglesia Católica, queda representado en José Morales (Rodolfo), hijo del matrimonio que abandonó el seminario para ser sacerdote y autor de las estériles oraciones que dedica a la madre de sus famélicos sobrinos para tratar de paliar sus problemas económicos y afectivos.
La crítica de Fernán Gómez al ámbito eclesiástico es taxativa. Como meridiana es la denuncia del nepotismo que hace a través del personaje Don Andrés (González), un honesto crítico teatral al que se le recrimina haber firmado una crítica negativa y se le advierte desde la dirección de la empresa que tanto los directivos, socios, como sus hijos, e incluso sus amigos son autores de incuestionable talento.
Hallazgos técnicos
Esta película no tiene nada que envidiar, en cuanto a factura técnica, a otras películas norteamericanas de la época. Entre los muchos aciertos de Fernán Gómez como cineasta destacaré el uso del perspectivismo. Ortega y Gasset (1923) nos dijo en El tema de nuestro tiempo que el mundo no es algo físico ni espiritual, sino el resultado de la conjunción de múltiples perspectivas: «Todo conocimiento lo es desde un punto de vista determinado» (pág. 105, edición de 1970); y nuestro conocimiento como espectadores es guiado por el punto de vista de los personajes, en los que el director va focalizando su narración en detrimento del determinismo, dotando a la película de dinamismo, polifonía y profundidad.
Si el uso de la voz en off (literalmente susurrada) es utilizado para exteriorizar el pensamiento de los personajes, a través del flashback conocemos —por ejemplo— algunos momentos de la infancia de Luisita, quien en una hermosa secuencia en la que transita por unas escaleras para encontrarse con su madre, rememora en una sucesiva ráfaga de imágenes su pasado. Elipsis, monólogos internos, la cinematografía que despliega Fernán Gómez es versátil y muy efectiva para narrar las vidas de unos personajes que son atravesadas de lleno por el discurso monológico del Estado.
Un mensaje aún vigente
El mensaje de Fernán Gómez en plenos años sesenta no hizo sino anticipar la actual hegemonía de la indiferencia. Si el régimen franquista se esforzaba por sacralizar las instituciones del matrimonio y la familia, la historia de Zunzunegui nos muestra que ambos pueden ser el motor generador de los problemas. Si la imposición de la Iglesia por parte del Estado se presentaba como algo benéfico, en esta historia se revela como algo baldío y anacrónico.
El aparente amor puede ser por interés, las instituciones no tienen por qué ser legales en todo cuanto gestionan, la secularización de la sociedad se manifiesta a través de una picaresca que se convierte de manera sibilina en delincuencia.
Gemma Cuervo, de vida entregada al teatro, manifestó tiempo después que de no haber sido censurada y prohibida, esta película podría haberla catapultado como actriz de cine, ya que cuando la interpretó se encontraba en sus comienzos, y lamentó profundamente que en sus más de sesenta años de carrera, jamás le fue ofrecido para la gran pantalla un personaje dramático y protagonista con la fuerza de Eloísa.
Cine comprometido
El mundo sigue merece que hablemos de ella, amerita ser recuperada y colocada en el lugar que ha ganado por derecho propio. El talento de Fernando Fernán Gómez, una de las personalidades culturales más importantes del siglo XX en España, sigue y seguirá diciéndonos los que somos como sociedad y como individuos: un valor atemporal que sirve como ejemplo del inagotable poder que siempre ha tenido y tendrá el arte para fascinarnos, avergonzarnos, entretenernos, pero también para fomentar el hoy tan necesario pensamiento crítico.