Título original: Dune
Año: 2021
País: Estados Unidos
Género: Ciencia ficción. Aventuras. Fantástico. Drama
Director: Denis Villeneuve
Guion: Eric Roth, Denis Villeneuve, Jon Spaihts
Fotografía: Greig Fraser
Música: Hans Zimmer
Reparto: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Zendaya, Stellan Skarsgård, Javier Bardem, Jason Momoa, Charlotte Rampling, Dave Bautista, Sharon Duncan-Brewster
Productora: Legendary Pictures, Villeneuve Films, Warner Bros
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Salgo de ver Dune de Denis Villeneuve con la misma sensación con la que cerré por última vez En las montañas de la locura de Lovecraft. Dejando a un lado las evidentes diferencias, estas dos obras coinciden en su forma de comprender la fascinación como aquello que parece hacer menguar a quien observa lo desconocido. ¿Porque qué es lo desconocido sino aquello que nos hace sentir pequeños, aquello que creemos inabarcable? Hay algo del doctor William Dyer en el Paul Atreides de Timothée Chalamet, al igual que hay algo de Paul Atreides en aquel que apunta su mirada hacia los fotogramas de la nueva Dune. Porque al final todo gira entorno a la fascinación. Porque al final todo tiene sentido cuando brota la inocencia.
La segunda adaptación de la novela de Frank Herbert a la gran pantalla parece tener como objetivo romperla en pedazos, forzar los límites del cuadro y encontrar en las escalas el más efectivo de los recursos formales. El plano general no puede evitar servir a la subjetividad y remitirnos a la mirada de ese héroe campbelliano que, al acabar de empezar a caminar, aún observa el mundo desde las lentes de lo inmenso y, por lo tanto, de lo imposible. Villeneuve vuelve a abrazar el peplum tras Blade Runner 2049, aunque parezca priorizar en esta ocasión la secuencia al plano y la acción a la mirada. En Dune no hay tiempo para contemplar, sólo para la textura, el movimiento y la sensación. Como en el mejor de los espectáculos pirotécnicos, la esencia reside en lo efímero.
Se detecta aquí la intención de encarar la adaptación desde otros prismas a los utilizados por David Lynch hace ya casi cuarenta años. Nos sumergimos (detéctese la ironía) en un universo mucho más solemne, lúgubre y monocromático, tan brutalista arquitectónicamente como coherente con esa vertiente más crítica y poscolonialista sobre la que la versión ochentera pasaba de puntillas. Villenueve sacrifica la excentricidad a favor de una monumentalidad cimentada sobre lo romántico. Abraza el espíritu de David Lean al igual que abrazó al de Andrei Tarkovsky en su anterior proyecto. Todo ello sin repudiar su condición de blockbuster, sin elitismos, poniendo en primer plano al espectaculo. Carácter autoral y cine de atracciones no son términos excluyentes, como no debería extrañar ya a nadie.
Es quizás en su relato, en el sentido más literario de la palabra, donde uno podría empezar a ponerse quisquilloso. Es innegable que este guion escrito a seis manos es cuanto menos efectivo, sobre todo si lo comparamos con la versión de Lynch (pobrecito, con lo mucho que le quiero y lo mal que lo estoy pasando hablando mal de él). Las bases de la historia se presentan de forma orgánica y cristalina y sus personajes desprenden personalidad y calidez en un universo donde la distancia predomina, donde lo distópico deja poco espacio a lo humano (qué difícil abrazarse en plano general). Despacito y con buena letra. Siempre danzando suavemente por la arena de las dunas en vez de recorrerlas corriendo. Ya sobrará tiempo para dinamitar toda la precisa caligrafía y dejar de bailar cuando la oscura noche se tiña de rojo.
Pero no es en su microestructura, sino en la macro, donde aparece aquello que podría hacer chirriar a alguno. Tanto Lynch como Villeneuve demuestran las complejidades de adaptar Dune, ya no a la pantalla, sino al guion. Mientras que el universo iconográfico de Herber permite riqueza y versatilidad a la hora de elaborar dos imaginarios visuales totalmente distintos, ambos cineastas se encuentran con problemas a la hora de traducir las páginas de la novela en escenas, actos o entregas.
Si Lynch se vio obligado a recortar, parece lógica la decisión de un Villeneuve que prefiere prevenir que curar y no peca de ambicioso intentando concentrar todo un universo en una sola película. Y aunque es cierto que esto permite a su versión bajar un par de marchas y adoptar un tono más distendido y contemplativo, la ausencia de tercer acto implica una falta de clímax en su recta final o, al menos, de un apoteosis que cerrara el telón manteniendo el nivel de lo ya disfrutado. Es imposible no querer un poquito más, pedir que se fuerce un poco más la máquinaria del panem et circenses, sólo un poquito más. Volver al general una última vez antes de que tengamos que retomar de nuevo nuestra espera. Ese horrible estado de espera.
Pero al final todo lo que pudo ser o uno esperaba que fuera queda enterrado bajo todo aquello que la película sí es. Porque hay unas secuencias en Dune (las secuencias de Dune, diría yo; las reconoceréis cuando les miréis a los ojos) que son un reencuentro con una tipo de fotogenia que sólo puede generar un cine muy específico. Hacía años que la sala de cine no se reencontraba con la épica en su representación más pura, sensorial y abrumadora. Vuelven los suspiros al observar lo inmenso. Vuelve la piel de gallina cuando la textura de la banda sonora de Hans Zimmer (quizás lo mejor de la película) hace temblar la butaca mientras la pantalla nos promete estar mostrándonos aquello que nunca vimos y nunca volveremos a ver. Vuelve la posibilidad de que la sala oscura nos devuelva la inocencia que sólo el fantástico nos puede regalar.
Cuando aparece un estreno como este, es fácil que la crítica caiga en el blanco o en el negro. Hay algo de morbo en echar al blockbuster de turno a la arena y decidir su destino con un maniqueista movimiento de pulgar. O gana o pierde. O vive o muere. Qué más da eso. Qué más da una crítica. Qué más da una nota (encima una en la que ni siquiera un servidor, aquel que la ha decidido, acaba de confiar). Qué más da todo eso cuando, por primera vez en mucho tiempo, me he sentido ingenuo de una forma que añoraba. De una forma inmensa y diminuta a la vez. Dune de Villeneuve, como todo, sube y baja. Pero cuando está en su cima, creerás no haber estado nunca tan alto.
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Lo mejor: Esas secuencias donde la épica nos devuelve una inocencia que no creiamos necesitar
Lo peor: Sus decisiones estructurales son necesarias pero algo perjudiciales
Nota: 7/10
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