Tuvieron que pasar unos veinte años, desde su primera aparación en los cómics en 1940, hasta la década de los sesenta, para que el Joker, el Payaso del Crimen de Gotham, pudiera encarnase en algún actor de carne y hueso.
El primero de ellos fue César Romero, quien formó parte del éxito de la popular serie de televisión Batman de los años sesenta. Dada esta situación, no dudaron en crear el filme de 1966 donde el color y lo kitsch cobran protagonismo para representar a unos personajes carismáticos, no por su profundidad psicológica, sino por fuegos artificiales infantiles propios de esa época convencional de la cinematografía estadounidense.
El Batman de Adam West y el Robin de Burt Ward apenas sentían terror por unos villanos chistosos que carecían de historias personales y de un por qué de sus atrocidades. La línea entre el héroe y el villano estaba muy marcada por los hechos que lo caracterizaban. Unos actos simples y sin ninguna complejidad para el público objetivo; niños y adolescentes.
Estamos ante un Joker teatral, al igual que todo lo que sucede a su alrededor. Así mismo, como en cualquier obra de teatro, los decorados y las interpretaciones deben ser sobre actuadas para proyectar en demasía el argumento al espectador.
Romero se contagia por la vitalidad exagerada de sus compañeros villanos que sólo tienen un objetivo, acabar con Batman. Las peleas al igual que los diálogos resultan exagerados para un espectador del siglo XXI. Con los ojos del público de la época nos encontramos a un ‘Guasón’ (así es como se conoce al personaje en Latinoamérica) divertido que quiere derrotar al bueno de la película.
Un cómic en pantalla de los sesenta que no tenía otro propósito que entretener a sus espectadores, sacar alguna que otra sonrisa y disfrutar de cómo Batman y su compañero acaban una vez más sin ninguna sorpresa de por medio con sus villanos.
En este filme, el Joker no es el siniestro criminal que planea de manera maquiavelista su estrategia para derrotar psicológicamente a Batman. Hablamos de un personaje que no tiene peso en el grupo de villanos, a diferencia de lo que se convertirá en el cómic y posteriormente en el cine.
La función de líder recae más en el personaje de El Pingüino (Burgess Meredith) que en Payaso del Crimen. La locura de los villanos se representa mediante expresiones corporales exageradas. Sus planes, a veces muy infantiles, recaen en la risa absurda del espectador.
Todo esto engulle a la esencia del Joker, que en el cómic se había desarrollado más su personalidad y origen de su calvario psicológico, aunque no sería hasta los 80 donde autores como Frank Miller retorcerían al personaje destacando la riqueza que se encuentra en su loca mente.
Son numerosas las visiones e interpretaciones del personaje del Joker, desde un sádico asesino, hasta un nihilista criminal. Un enfermo mental manipulador, o un títere sobre actuado que adora la puesta en escena. Todas acordes al contexto histórico que le toca vivir al personaje.
El Joker de César Romero no cuenta su origen, sólo sus intenciones contra el héroe protagonista, a diferencia de Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989). Unas intenciones que a veces parece creada por un niño que sólo quiere jugar con otro al gato y al ratón. Y si a este juego le sumas al personaje de Enigma, se vuelve un patio de recreo donde siempre gana el bueno.
Estamos atravesando una época donde el bueno y el malo estaban perfectamente marcados y el color y la apariencia está por encima de la complejidad psicológica de los personajes. De ahí, el filme Batman: La película (Leslie H. Martinson, 1966), se crea para lanzar a la luz del cine la estética cómic tan desarrollada por Andy Warhol en sus obras durante los mismos años.
Era suficiente. Los años donde los Hippies luchaban por la paz, el Joker y compañía sólo buscaban distraer a la gente de las guerras pasadas y de Vietnam, donde tenía lugar uno de los conflictos bélicos más importantes de Estados Unidos frente a China y la URSS.
Color, chistes, peleas divertidas, teatralidad para niños y adolescentes….El Joker (con colores estridentes en su iconografía) fue un producto para divertir a la plebe, un personaje secundario a la sombra de Batman, el cual era el que siempre le vencía de forma previsible.
A partir de aquí, Tim Burton recogerá el mando en 1989 para crear a un Joker molesto con la sociedad y con el contexto que le ha tocado vivir.
Frase a destacar del Joker de César Romero: «¡Una broma al día, mantiene la alegría!»