D'A Film Festival

Crónica D’A Film Festival 2023

Termina una edición más del D’A Film Festival, quizás la más especial para mí. No por nada en concreto. Puede que porque no haya tenido que ir solo a ninguna sesión, por esta capacidad que tiene el festival de ser un punto de encuentro indispensable para la Barcelona «cinéfila». Supongo que me es muy fácil entender el D’A como un festival lleno de amigos, tanto dentro como fuera de la pantalla. Al final es difícil que eso no me haga mínimamente feliz.

Comparto aquí mi crónica del festival, en la que hablo de propuestas de todos los colores, pero todas necesarias y reivindicables. Para no jerarquizar el texto —me da rabia que por pertenecer a una sección u otra o ser un largo o un corto se le de más o menos importancia a un título— he ordenado las películas de forma absolutamente aleatoria. Antes de empezar, sólo una cosa más: no tenéis que iros lejos para disfrutar del cine que vendrá. Ya está aquí, excesivamente cerca y cortesía de aquellxs que acaban de llegar.

  • Esta no es una película sobre Cardenente (Paula Martínez Artero)

Algo dejó caer Walter Benjamin sobre que la Historia es en realidad una historia de las imágenes… Parece que aquello que ha conseguido convertirse en una imagen es aquello que en algún momento se consideró lo suficientemente imprescindible para el futuro, o incluso para el presente. Martínez Artero coloca en un mismo montaje imágenes televisivas de eventos capitales para comprender el final del siglo XX y las filmaciones que sus familiares realizaron de Cardenete con una cámara casera con tal de proponer una ucronía audiovisual (y cultural) donde un pequeño pueblo de Castilla y la Mancha es tan esencial como los Juegos Olímpicos del 1992. Sobre esta premisa danza una propuesta impredecible, fresca y divertida; una comedia extradiegética —y muchas veces diegética— sobre el papel de la experiencia personal en el imaginario colectivo.

Esta no es una película sobre Cardenente no es sólo un manifiesto sobre las historia(s) de la televisión, sino también una entrañable muestra antropológica que invita a imaginar qué hubieran publicado nuestros padres en Instagram Stories. Pocas experiencias más gratificantes que la de proyectar en estos personajes a tus familiares y comprobar que, al igual que te ocurre a ti ahora mismo, el inconformismo y la vitalidad siempre tuvieron ganas de ser filmados.

Decía Foucault sobre Magritte que su dibujo de una pipa podía llegar a ser más real que la idea de una pipa. Esta no es una película sobre Cardenente consigue, en efecto, no ser una película sobre Cardenete, sino ser Cardenete. La magia del trabajo de Martínez Artero reside en su capacidad por llevar la contraria a Benjamin y demostrar que la reproducción técnica de un lugar pudo hacerla real para todos aquellos que estaban condenados a vivir sabiendo quién fue Margaret Thatcher y a morir sin haber pisado nunca Cardenete.

Esta no es una película sobre Cardenente D'A Film Festival

  • Misión a Marte (Amat Vallmajor del Pozo)

Tras un primer e inmediato contacto, resulta complicado no vincular este peculiar universo post-apocalíptico con el contexto pandémico que muchos preferimos ya ni nombrar. Estamos ante un mundo acechado por lo invisible, dominado por las máscaras y, sobre todo, arraigado hasta las últimas consecuencias a su cotidianidad, a una normalidad que parece ser el único eco restante de aquello que una vez fue. Vallmajor del Pozo teoriza en este minimalista experimento de género con un carismático realismo sci-fi o, mejor dicho, con un sci-fi incapaz de elevarse más que el realismo. Cuando la muerte acecha, el costumbrismo brilla más que nunca.

Misión a Marte toma prestada la road movie wendersiana para redactar esta carta —quizás más bien poema— de amor a los suyos, siendo la familia el epicentro de un estilo desenfadado, incoherente y rico en reflejos, siempre al servicio del mundo. Frente a su estilizada cámara se despliega la vida, a través de unas interpretaciones genuinamente honestas y unos diálogos carismáticamente imposibles. Aún imperfecto, la magia de este pseudo-Stalker brota sin previo aviso, puntualmente, en «esos» instantes difíciles de coreografiar y predecir. La sinceridad y la proximidad son las indudables virtudes de una película que nunca filma el camino por recorrer, sino el ya recorrido. La cámara nunca en el capó, siempre en el maletero.

Mision a Marte D'A Film Festival

  • Chronique d’une liaison passagère (Emmanuel Mouret)

Sala a rebosar para disfrutar de lo nuevo de Emmanuel Mouret, una comedia que en su premisa no pide una sala a rebosar pero, en su ejecución, la disfruta como pocas. Chronique d’une liaison passagère despliega un posmodernismo casi imperceptible, invocando numersosos referentes —Linklater, Rohmer, San-Soo, Hansen-Løve— para acabar convenciéndote de que nunca los invocó (Mouret realizando gaslighting de autor). Por mucho que sea imposible no entender a Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne como una neo-escritura francesa de Diane Keaton y Woody Allen, París nunca es Manhattan y Charlotte nunca es Annie Hall (paréntesis necesario: ¡Macaigne mucho antes que Allen!).

El fuera de campo se convierte en la tarima ideal para coreografiar el amor prohibido. Si el amante siempre es aquello que resulta invisible para lo cotidiano, para Mouret lo cotidiano desaparece cuando el amante entra en plano. La aventura amorosa (¡el amor!) es una cuestión de renuncias, de aquello que se queda fuera de campo cuando se decide amar a alguien y no a otro. Ese collage de espacios sin figura al final de la película lo materializa con un gusto exquisito. Chronique d’une liaison passagère sabe que el amor sólo existe en presente. También sabe que su puesta en escena puede pecar de conformista, pero no le importa (¡está enamorada!).

¿Lo mejor? Vincent Macaigne sigue siendo el neurótico Vincent Macaigne del que muchos nos enamoramos en Irma Vep (2022). ¡René Vidal sigue vivo (sólo que ahora es ginecólogo)!

D'A Film Festival

  • Alegrías riojanas (Velasco Broca)

Decía Broce después de la proyección que lo que a él le interesa es lo que hay entre un plano y el otro, que no buscaba en el cine la posibilidad de contar una historia sino la de estudiar como su historia no es más que un eterno desplazamiento. Alegrías riojanas es un logro incontestable de su filosofía, una miniatura de antologías —a su vez en miniatura— agrupadas por su cualidad de contener cuestiones en sus márgenes.

Entre plano y plano se oculta de nosotros lo sublime, se oculta de nosotros la historia. Filmada desde el gusto y confeccionada desde la maldad, Broca induce a la mirada a un estado febril y por lo tanto atemporal. El demiurgo amurriano —o el alquimista del corte— da a luz a una mitología tan enfermiza (y al mismo tiempo tan erudita, ucrónica e incontestable) que siglos atrás hubiera acabado quemado en una hoguera acusado de brujería. Ahora simplemente le llamamos cineasta de autor. Hay algo prohibido aquí, algo que te hace querer volver.

Alegrías Riojanas D'A Film Festival

  • Un sol radiant (Mònica Cambra y Ariadna Fortuny)

Iba a empezar estos párrafos lamentándome por no haber podido ver Un sol radiant en una pantalla de cine, pero estaría mintiendo. Pocas cosas me hacen más feliz que saber que el equipo de la película consiguió agotar las entradas de sus dos sesiones con un experimento que, como miembro de lo que se podría considerar «la escuela Pompeu», sin duda considero esencial e imprescindible.

El existencialismo rural marca de la casa se adapta a la perfección a las dinámicas de la narrativa apocalíptica en una historia donde lo que se apodera de la imagen no es la ciencia ficción, sino las consecuencias de la misma en el espacio, las figuras y sus relaciones. Si no se puede entender el cine de género sin el fuera de campo, no se puede comprender Un sol radiant sino como un inmenso fuera de campo del que no podemos discernir su forma, pero sí su sombra.

El presente —sus gestos, sus colores, sus texturas, sus movimientos— cobra una potencia asfixiante en un universo sin expectativa. A través de un cuidado envidiable del ahora, la película desactiva el pasado y el futuro, convirtiendo el «estar» en leitmotiv y la espera en premisa. Cambra y Fortuny podrían estar filmando un costumbrismo más, pero están filmado ruinas que aún no lo son, construyendo una distopía anticipada y esbozando un mundo que nunca terminará de acabar.

Laia Artigas deambula por un escenario que se asemeja demasiado a esas últimas horas de verano antes de volver a la ciudad: aún no hemos vuelto, pero tampoco estamos del todo aquí. Este pre-apocalipsis intimista genera un limbo que todo lo suspende, incluso a los que estamos detrás de la pantalla. Sin maniqueismos ni moralejas, Un sol radiant consigue inventar su propio tiempo, y eso es cuanto menos emocionante. Perquè el sol més radiant serà sens dubte aquell que brilli just abans que aparegui la foscor.

D'A Film Festival

  • Inmotep (Julián Génisson)

Si Hito Steyerl cree que Heroes de David Bowie es el inicio de la conversión del héroe en «un objeto: una cosa, una imagen, una mercancía imbuida de deseo», Inmotep de Génisson señala la democratización de este proceso semiocapitalista, pues ahora el anónimo también puede aspirar a la inmortalidad de la imagen (de stock). Esta no es sólo una película sobre los no-lugares —que también—, sino también sobre los no-yo. La desesperanza sobre el acceso a la propiedad es una cuestión tan ligada al mercado inmoviliario como a la concepción del individuo. No somos nadie, pero somos de todo el mundo. No nos pertenece ni nuestra imagen, no nos pertenece ni nuestra historia (¿estamos seguros de que esta es una película de Julián Génisson?).

Inmotep narra dos historias de amor —una con un italiano y otra con Jordan B. Peterson— como medidas desesperadas para evitar una despersonificación que, aunque no lo sepan, ya ha ocurrido (o mejor dicho, ya está ocurriendo). La ausencia de fondo y sonido —la dictadura de la figura— empatizan tan bien con el lenguaje de los bancos de imágenes como con el de una especie de cine primitivo apócrifo, induciéndonos en una odisea tan cercana a un liminal space como a un Buster Keaton (metido de setas, desesperado porque los de Tecnocasa entran sin permiso a su casa). Surge una comedia fotogénica, una risa propulsada por el miedo a parecerme a estos hombres que no lo son y que justamente por eso se parecen a mí.

He aquí una pesadilla que se querría vivir, un terror kafkiano (¡me desperté y era una imagen de Shutterstock!) incubado en Twitter, un sobrexpuesto expresionismo alemán sin ganas de buscar las sombras, una película que odiará mi madre y que amarán todos mis mutuals de Letterboxd. Y sobre todo, una odisea que, aunque no lo parezca, está sucediendo siempre en Internet. Al igual que tú estás sucediendo en Internet, siempre. Todo sucede en Internet y muy pocas cosas fuera, aunque parezca que sea al revés. Para existir tienes que existir en Internet, aunque eso signifique no poder existir como alguien, sino como «un objeto: una cosa, una imagen, una mercancía imbuida de deseo». Sigue jugando al bingo, Julián. Lo necesitamos.

Imhotep D'A Film Festival

  • La mécanique des fluides (Gala Hernández López)

Para explicar un sueño que tuvo anoche, Gala Hernández López recurre a la animación digital, como si el espacio cibernético fuera el equivalente contemporáneo al espacio onírico o como si la aparente frialdad de lo generado por ordenador fuera ideal para dar materialidad a toda aquella vaporosa bruma que supone lo imaginado. Internet es una heterotopía tan potente como el propio sueño: dos lugares gobernados por el yo y, como bien decía Goya, por el sueño de la razón (y sus consecuentes monstruos). Defiende la cineasta que los incels son criaturas digitales, cuerpos que sólo existen en Internet —cuerpos que no existen, por lo tanto— y que se manifiestan en la realidad como si de un poltergeist se tratara.

La mécanique des fluides es asombroso en cuanto a su compromiso con aquello que quiere comprender. Aún saber que el cine aún no ha sido capaz de ofrecer una materialización precisa de lo que supone la experiencia de Internet, Hernández López presenta un video-ensayo que, al igual que su objeto de estudio, sólo existe dentro del cuarto propio conectado. Este documental de interfaces esboza las bases de una soledad contemporánea necesariamente paradójica, donde el individuo se siente aislado en un espacio digital dominado por la sobre-exposición y el hipertexto.

En esencia, esta es una pieza sobre las imágenes —y por lo tanto sobre el semiocapitalismo— y la violencia que estas pueden ejercer a otras imágenes, y por lo tanto a otros cuerpos (dice Éric Sadin que, para existir, el yo debe existir como cuerpo y como relato simultáneamente). Esta es una pieza sobre las imágenes y su violencia, pero también su potencial infinito, rizomático e incluso épico. Crear mitologías en Internet es lo único que le queda a una sociedad totalmente ajena a la esperanza del mito («¡Internet es como una inundación!»).

  • Gelditasuna ekaitzean (Alberto Gastesi)

Durante su tramo inicial, uno podría llegar a fantasear con la idea de entender Gelditasuna ekaitzean como una película de Hong Sang-soo rodada en Donosti (¡sueño personal recurrente!). Al fin y al cabo esas conversaciones íntimas, siempre capturadas desde el paciente plano general, podrían a alguno sonarle de algo. Pero Alberto Gastesi no tarda demasiado en llevar la batalla otro terreno, uno donde el guion remite más a la escritura que al habla. Resulta interesante esa historia de amor que existió en otro lugar pero no aquí y esa capacidad de la cinta por llevar su apuesta hasta sus últimas consecuencias, por mucho que esta la condene a una rigidez y artificialidad que hacen sentir al espectador poco bienvenido.

Puede que falte algo de espontaneidad en este Linklater donostiarra, por mucho que lo donostiarra pueda tener por definición mucho de superficial y protocolario. Puede que el diálogo se acabe comiendo a la imagen (o que haya mucho teatro y poco cine en la que es, justamente, la Meca del cine nacional). Sin embargo, hay que reconocer el éxito de Alberto Gastesi en esos breves instantes donde la banda sonora se sustenta únicamente por el sonido del mar, desde las olas y el viento. Efectivamente Alberto, así suena Donosti.

D'A Film Festival Gelditasuna ekaitzean

  • El fantástico caso del Golem (Burnin’ Percebes)

Lo nuevo de Burnin’ Percebes es, entre otras muchas cosas —¡de verdad, muchísimas otras cosas!—, la confirmación de un nuevo fantástico underground nacional que, desde Chema García Ibarra hasta Marc Ferrer, se apropia del género con la despreocupación y lo camp como arma, casi como inconsciente respuesta al ya moribundo elevated horror. El fantástico caso del Golem es una película imposible, una alucinación que se reproduce una mañana de domingo en la terraza de un bar y que luego desaparece. ¿Cómo convencer a alguien de que esto puede salvar al cine español? ¿Cómo lograr que alguien crea que anoche fui abducido por un ovni?

Unos créditos iniciales a ritmo de Bejo dan el pistoletazo de salida a este Under the Silver Lake madrileño, a una resaca coral embriagada de ideas formales. A medio camino entre Pedro Almodóvar y Jacques Tati, Burnin’ Percebes balbucean una odisea conspiranoica —una nouvelle vague a lo Venga Monjas— que reflexiona sobre la soledad mientras no deja a nadie sentirse solo (¡un horror vacui social!). Absurda hasta las últimas consecuencias, El fantástico caso del Golem no da ni un segundo de tregua con un Brays Efe reinterpretando a El Nota de El Gran Lebowski desde el filtro de un asistente estándar al Primavera Sound y un Javier Botet, como siempre, tan camaleónico como estelar. Está claro que todo el mundo quería estar en esta fiesta —¡incluso Luís Tosar!—. Quizás todos sean conscientes de estar pariendo a la Mujeres al borde de un ataque de nervios de nuestra generación.

El fantástico caso del Golem

  • Anhell69 (Theo Montoya)

Nos contaba Céline Sciamma en una de las muchas charlas que impartió en Barcelona durante el transcurso del D’A que ella prefería que los cineastas fueran políticos fuera de sus películas que dentro. Para la cineasta, un activista con una filmografía apolítica era mejor que una filmografía política sin un compromiso más allá de los limites de la pantalla. Por eso mismo Theo Montoya pone en escena un luto fílmico, presentando un cine que muere justamente porque su entorno (su realidad) está muriendo. Anhell69 señala al privilegio implícito en la ficción y articula un dispositivo explícitamente político que, por lo tanto, resulta narrativamente incoherente. Montoya no quiere contar una historia, sino salvar a aquellas imágenes que sabe que, de un día a otro, puede dejar de ser.

Este collage compuesto por la única pulsión de rodar materializa sobre todo la dificultad de amar en una país donde el amor parece ser una excepción. Las realidades queer se metaforizan desde el fantástico y la blasfemia («le dije al cura que me masturbé pensando en el Señor»), soñando así con una transverberación contemporánea, una nueva mitología y, sobre todo, un espacio de libertad sexual. Esta es una muestra de la incertidumbre sobre el futuro coreografiada en el más riguroso presente. Poniendo a dialogar Apichatpong Weerasethakul, a Gaspar Noé (¡los fans de Climax ya estrenan películas!) y a Carlos Reygadas —y siempre con el cine colombiano conduciendo este coche fúnebre—, Montoya perfecciona una estética de la sinceridad y el ahora.

  • Amb la boca petita (Mór G. Dulcet)

Dulcet firma un corto de terror que no lo parece, pero lo es. Un cuarto de hora le basta para poner en escena a los fantasmas del abuso, a esos horrores —personales y sociales— que se activan después del horror explícito. El sexo no consentido supone el motor de esta pieza sobre el aislamiento, la culpabilidad, el trauma y, sobre todo, lo injusto de todo lo anterior.

Amb la boca petita resulta magistral en un desenlace abierto que remueve, pues sabe a la perfección que es en ese mismo instante donde brota el verdadero horror. Dulcet sabe que este final no es más que el principio, que tras los créditos finales queda una vida trastocada al que quince minutos no le bastan para remidir. Quince minutos que, por otro lado, suponen un golpe en la mesa, una pieza contundente, directa y efusiva. Su mensaje es claro (y indiscutiblemente necesario): hay secretos que no pueden esperar un año.

  • Sóc vertical però m’agradaria ser horitzontal (María Antón Cabot)

Pocos lugares (quizás ninguno otro) hubieran teniendo el suficiente potencial «camp» como para poder acoger el imposible encuentro entre Sylvia Plath y Belén Esteban a parte de Benidorm. Parece que esta es una historia que esperaba a ser desenterrada de debajo de esos imponentes y absurdos rascacielos alicantinos y que Antón Cabot simplemente encontró mientras caminaba por su ciudad natal. Donde se podría reivindicar la parodia y el absurdo se encuentra uno con un cuento sobre la comprensión y la compañía, con un homenaje a dos mujeres y una ciudad a las que frecuentemente se les arrebata su humanidad.

Sóc vertical però m’agradaria ser horitzontal despliega un realismo mágico en la era Telecinco que reivindica el potencial fantástico de una Benidorm hauntológica. Esta es una historia de fantasmas que no lo parece, una justicia poética que tuvo que viajar en el tiempo para concederse. Con una cámara tan precisa como un Hopper en cuanto a eso de capturar la soledad, Antón Cabot firma una versión apócrifa de Retrato de una mujer en llamas donde Plath por fin podrá poner imagen y Esteban por fin podrá tener literatura. No porque nunca las hayan tenido, sino porque nunca nos hemos esforzado en verlas.

Sóc vertical però m’agradaria ser horitzontal