Era el año 1993 y Krzysztof Kieslowski acababa de asaltar el panorama del cine europeo con La doble vida de Verónica, estrenada el año anterior en el Festival de Cannes y ganadora de los premios de la crítica, jurado y a mejor actriz. El director polaco ya había demostrado un gran interés por los debates existenciales y los grandes temas de la vida en El decálogo, su primera gran obra de renombre internacional y tres años antes de su muerte se propuso realizar una trilogía que versaría sobre los valores que acompañan a la bandera de Francia con el título Tres colores y los subtítulos Azul, Blanco y Rojo. Al acabar Rojo Kieslowski dijo que ya había dicho todo lo que tenía que decir. Hoy vamos a hablar de una de las grandes películas europeas de los años 90: Tres colores: Azul.
El gran objetivo de la película es tratar el tema de la libertad (concepto que representa el azul en la bandera de Francia) y para ello Kieslowski, y su gran guionista Krzysztof Piesiewicz, presenta a una mujer que acaba de sufrir un brutal accidente de tráfico en el que ha perdido a su marido y a su hija. Por consiguiente durante toda la película el espectador asiste al intento de liberación de este horrible suceso y recuerdo por parte de la mujer para poder seguir adelante con su vida. A partir de aquí Kieslowski articula un complejo lenguaje de colores (el más recurrente el azul), planos cerrados, movimientos de cámara, fundidos a negro y música operística para expresar el complejo mundo interior de la protagonista que lucha constantemente entre sus recuerdos y la libertad que anhela.
El recurso formal más recurrente es el del uso del color azul que, gracias a una fotografía completamente irreal, impregna toda la película de tonalidades y luces que desprenden el color azul y bañan así a los personajes de la película, especialmente a la protagonista, del primer color de la bandera francesa. Kieslowski le otorga un doble significado al color azul, representando así la propia dualidad de los sentimientos de la protagonista, que evoluciona a lo largo de la película: expresa tanto los recuerdos y el dolor que le anclan al pasado como la libertad que aguarda al final del oscuro túnel que transita a lo largo de la película. Esto se ve fehacientemente tanto en la propia fotografía de la película (la escena del accidente, el primer recuerdo que golpea a la protagonista, la escena final) como en símbolos repartidos por todo el metraje (la decoración azul que pone en su nuevo apartamento o la carpeta que contiene las partituras del concierto inacabado de su marido). No casualmente, cuando Julie consigue finalmente liberarse, o aceptarse, al final de la película, Kieslowski la encuadra fundiéndose metafóricamente con la decoración azul antes mencionada, el único símbolo que claramente alude a la libertad a lo largo de la obra.
Más allá del magistral uso del color Kieslowski también demuestra un profundo dominio de los demás recursos del lenguaje que utiliza para vehicular sus temas: tanto la subjetivización que realiza del punto de vista (todo lo vemos a través de los ojos de Julie, algo que reafirma al principio de la película haciendo que lo primero que veamos de ella sean sus ojos), como los fundidos que expresan tanto recaídas en el recuerdo y el dolor como breves momentos de felicidad.
Tres colores: Azul es una película de un director en estado de gracia y en el punto más álgido de su carrera, aquí Kieslowski cristaliza todo lo que había explorado a lo largo de su filmografía y realiza su mejor película: un bello e hipnótico poema sobre la necesidad de aceptar lo que se tiene para poder vivir una vida en libertad propia.