Esta copa que me sirve Lloyd no necesita una introducción. Hoy bebemos a morro. Y sobra decir que esta bebida contiene trazas de SPOILERS.
Espétame que me subo al carro marvelita, que soy un veinteañero con la opinión de un cincuentón o que Thanos es de color verde y no lila. Pero dejemos algo claro desde el primer sorbo: Avengers Infinity War es la más reciente obra maestra de la ciencia ficción. Muy por encima de ser una película de superhéroes convencional. Ya hablamos en nuestro primer Martini cómo Marvel superó a DC en el cine hace bastante, por lo que no vamos a servirnos de nuevo de esa botella.
Cuando nos sentamos en la sala sabemos de sobra a qué espectáculo nos enfrentamos: esta película no te va a explicar quién es Tony Stark, por qué Star Lord escucha música funky o qué le sucedió a Thor en su ojo derecho. Esta es la primera particularidad: es el comienzo de un desenlace. Ya han habido 18 cintas que nos han conducido a este abismo. Pocas sagas pueden atribuirse el mérito de reunir a todo su universo de una forma autoconclusiva en dos partes y… que funcione. Ya no solo que funcione, sino que exista una cohesión, un hilo narrativo entre una veintena de películas.
Las franquicias cinematográficas acostumbran a, como clímax dramático, malherir o matar a un personaje de cabecera cada X tiempo o en el final de la saga. Y como Poncio Pilatos, se lavan las manos. Los guionistas han hecho un sobreesfuerzo al tachar un nombre de la lista; hay que reconocérselo. *Cof, cof* IRONÍA *Cof, cof*. En Infinity War, la diferencia en este tratamiento es abismal por dos factores esenciales: la aleatoriedad de las muertes (la mitad de la población del universo desaparece, incluyendo a los superhéroes, sin un patrón específico) y lo inesperado en cuanto al momento se refiere. Mientras que en otro cine mainstream es visible a kilómetros el fallecimiento (el héroe se sacrifica por el conjunto o el villano retorna a la bondad), en esta película un simple chasquido de dedos es suficiente para provocarnos el lloro.
Dicho lo cual… ¿por qué el público reacciona tan ingenuamente ante la tragedia en el cine? ¿Por qué un evento cinematográfico como Avengers: Infinity War pilla tan por sorpresa a los asistentes? ¿Están las salas saturadas con superproducciones disneializadas? Obviemos por un momento el hecho de que son personajes que llevan acompañando años a muchos… Cuando asistíamos a ver la película, casi la entrada venía acompañada de una advertencia que rezaba «Vamos a impresionar matando a personajes importantes«.
Esta conclusión es una idea que lleva barruntando mi cabeza desde hace tiempo: lo irreal que resulta la constante victoria del bien sobre el mal. O de la existencia de la moral en la ficción. Un film sorprende por su guión pero no por su estructura. Hasta que un día llegan los hermanos Russo, plantean una tragedia clásica con Infinity War y el público reacciona como si fuera la primera vez que acuden a la incertidumbre, a lo inesperado, al orden lógico de las consecuencias. Porque, seamos sinceros: ¿de verdad los Vengadores y los Guardianes de la Galaxia tenían una mínima posibilidad contra Thanos?
Hace aproximadamente un par de años, me disponía a visionar un spaghetti western clásico, de manual: una producción franco-italiana de serie B llamada Il Grande Silenzio (Sergio Corbucci, 1968). Sergio Corbucci, su director y parcial guionista, se caracteriza por sus crudas y realistas historias. Yo, ajeno a toda esta información, y acostumbrado al otro Sergio (Leone), me vi sobrepasado por su amargo retrato de un paraje del Oeste que atraviesa una ventisca. Ésta, pese a ser mucho más antigua que Infinity War, no pienso spoilearla. Compruébenla, descubran el final por ustedes mismas (y mismos).
Ahora, una pequeña apuesta: me juego la cabeza a que no conocían El Gran Silencio, pero sí El Bueno, el Feo y el Malo. ¿Por qué, si desde luego la película de Corbucci es exponencialmente más destacable dada su historia y rotura de los moldes clásicos del cine (ya clásicos por aquellos sesenta)?
Quizás porque somos unos infelices que buscan desesperadamente el éxito de la vida en personajes de ficción con los que empatizar y sentirnos identificados.
O no.
Yo que sé.