La Navidad es ese tiempo de descanso y de encuentro con la familia. O tal vez no tanto, y no es sólo por las dichosas cuestiones de salud y restricciones en tiempos de Covid.
Como siempre el cine alberga interesantes segundas lecturas, muchas veces muy por encima del tono inocuo por cómico, absurdo o infantil que pueda aparentar.
De entre todas las películas de marcado cariz navideño, hay una que destaca en lo «filmeconómico»: Un padre en apuros (Brian Levant, 1996). También titulada en América Latina como ‘El regalo prometido’, por lo que ambas traducciones del título parecen de lo más acertados. Casualmente cumple 25 años y sigue siendo un referente en muchos aspectos para este periodo festivo. Es todo un clásico, a menudo poco valorado.
Seguramente el bueno de Arnold Schwarzenegger acostumbrado a situaciones de lo más embarazosas, no se habrá visto en tantos embrollos ni siquiera en Terminator. Imposible no empatizar con él ante los apuros y situaciones, que por otro lado no son tan pintorescas ni caricaturescas como a priori pudiera parecer.
¿Quién no se identifica con Howard Langston?, ese padre de familia que interpreta Schwarzenegger con el tiempo ya justito por sus ocupaciones laborales como para aventurarse en el mundo de las compras navideñas de última hora. También es cierto que al menos no ha de afrontar esa temida paradoja de la elección, esas muchas opciones o alternativas que terminan por bloquear la capacidad de decisión. Por suerte para él ya sabe el producto que tiene que conseguir: el muñeco de acción Turboman. Eso que se ahorra, aunque para su desgracia tendrá que tomar muchas otras decisiones. Por supuesto, económicas como veremos a continuación.
Si bien se ahorra el proceso de elección, no podrá rehuir de su mala planificación en la gestión de compra de los regalos navideños. No contaba con la escasez del producto, no tanto por problemas logísticos como los que se preveía ahora en 2021. Más bien por el enorme exceso de demanda del muñeco Turboman, el juguete estrella de aquellas navidades…
Si ya sabemos que en economía una premisa importante es que los recursos son limitados, quizá debería haber aprendido la lección como Matt Damon en Marte y Tom Hanks en Náufrago, imaginemos a todo el mundo queriendo comprar el agotadísimo Turboman. Por ello, la ignorancia económica de Arnold no pasa inadvertida para esos socarrones dependientes de la juguetería.
La consecuencia es clara: “siguiendo la Ley de la Oferta y de la Demanda, el precio de Turboman se ha doblado”. Su escasez y la enorme turba de padres desesperados por conseguirlo, son la tormenta perfecta que hace las delicias de los proveedores de este ansiado juguete. Lo que se conoce como demanda inelástica, da igual que el precio del producto se incremente ya que su demanda no va a cambiar.
Otro aspecto interesante de la película es que no falta tampoco la crítica al materialismo y consumismo creado por la publicidad y el marketing de la industria juguetera. Se personifica todo ello en ese Grinch moderno encarnado en el cartero pelma y archirrival de Schwarzenegger para obtener la última unidad disponible de Turboman. Un perfecto cuñado con su parte de razón.
Aunque el alegato del cartero no es del todo descabellado, el sueño americano se construye en cierta medida en la base de ganadores versus perdedores, este discurso a lo Tyler Durden en El club de la lucha que vimos en reflexiones peliculeras de la publicidad, ridiculiza un poco al propio personaje por quedar fuera de esa aura de espíritu navideño.
El bombardeo publicitario y la creación de necesidades materiales en los niños no es para nada una teoría conspiranoica de un alocado individuo. El deseo extremo generado es tal que lleva a Schwarzenegger a temer la posible frustración y malestar de su hijo «por ser un auténtico perdedor» al no tener un Turboman. Un tema bastante serio, que muestra por ejemplo el documental Jordan, un hombre y sus zapatillas acerca del marketing y algunas consecuencias indeseables de la exitosa promoción y repercusión de las zapatillas Nike Air Jordan.
Para aquellos que vean una feroz crítica al capitalismo, reflexión crítica haberla hayla. Sin embargo, el juguete Turboman llegó a convertirse en juguete real a partir de la ficción, y curiosamente (o no tanto) ha sido objeto de deseo por escaso. Seguro que aparecieron más como James Belushi y sus elfos para cubrir la demanda con las burdas imitaciones y juguetes falsificados que enojaron tanto al musculado Arnold.
La conclusión más evidente es que merece la pena disfrutar cada año de esta película. Pero sobre todo, aprender las moralejas del cuento y, entre otras reflexiones, no esperar a última hora para comprar el «Turboman de turno» de la lista de regalos de Reyes…