Es de noche. Las impertinentes agujas del reloj acarician avanzadas horas de la madrugada. Suena Dylan. No siempre suena Dylan, solo en ocasiones especiales. Cuando quiero recordar el pasado, por ejemplo. La feria del norte, el dile hola si la ves, el huracán carter, el cambio de guardia… Decididamente Dylan es solo para ocasiones especiales. Para cuando quiero sentirme poeta sin necesidad de escribir un poema. Somos muchos los escritores mediocres que nos hemos sentidos inspirados por él.
Es algo extraño esto de trasnochar. Los bullicios diurnos se ven sustituidos por el silencio sepulcral. La calle es de los gatos errantes. Las farolas son soles sustitutivos. Los que duermen descansan, pero los que velamos contamos estrellas y rememoramos. Cada suspiro es una historia. Cada recuerdo es un momento. Cada añoranza es una puñalada. La noche en vela es un peregrinaje digno del mejor Dean Stanton. La vida de los que nos emocionamos con los cantos de los silencios nocturnos es una melodía folk. Una de esas tristes en su fondo pero animadas en su forma. Somos pasta de Dylanismo. Somos amantes idiotas de la quietud.
Las películas forman parte indispensable de mis madrugadas. De noche somos ellas y yo. Yo y ellas. Me cuentan historias lejanas. Yo escucho de forma cercana. Me encaran insolentemente con relatos de otra gente en otros sitios. Yo asiento cándidamente y acepto las vivencias ajenas como propias. Por la noche soy vaquero, galán, canalla, villano, bailarina y aventurero. Por el día soy cobarde. Pero por la noche soy todo. El cine y la música me obligan a ser todo. Ojalá fuera siempre tan valiente como cuando veo películas. En esos momentos me atrevo con todo. Si hay luchar contra el monstruo, si hay que batirse contra el malo, si hay que ir a por la chica. Por la noche yo estoy dispuesto a todo siempre que sea dentro de una película y lo haga otro. Hasta los más cobardes nos sentimos valientes con las melodías de Morricone y las katanas de Tarantino. Hasta los más insensibles nos emocionamos con los sollozos tejanos de Travis y los príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.
La vida de noche es distinta. Hay más música y más cine. Más silencio y más luces artificiales. Más emociones de contrabando y más tipos duros volviéndose blandos. Más lamentos y más escritores frustrados. Más sinceridad en los sollozos y más libertad en los pensamientos. Porque por la noche suena Dylan. Como escribiera Hemingway una vez; Durante el día es extraordinariamente fácil dárselas de duro sobre cualquier asunto, pero por la noche es otro cantar.