Los alegatos de la memoria

Es medianoche. Mis películas y yo conversamos desde el sonoro silencio de mis pensamientos tardíos. La oscuridad de una habitación pasiva ante el avance de la madrugada posee el instante. Mientras tanto, y en pacífica connivencia con la ausencia de luz, mi mente continúa recapitulando y refrescando títulos, escenas, rostros y momentos. ¿Recuerdas los acordes de la guitarra ajada de Llewyn Davis? Recuerdo aquella semana en la que me sentía tan perdido y apático que no tuve más remedio que ver la película cuatro veces seguidas. ¿Y la pose hierática e impasible de Michael Corleone? Más bien aquel fin de semana en el que, teniendo yo diez años, hice un temerario y prematuro maratón de la trilogía. ¿Qué me dices de las botas raídas de Travis atravesando el desierto de Texas? O las incontrolables lágrimas de derrota que aquella melancólica película me robó. ¿Y aquel aterrador tiburón blanco que partió a Robert Shaw por la mitad? Recuerdo los tres veranos que pasé después de aquello desconfiando hasta de las bañeras.

Cada película tiene un momento personal e intransferible asociado en la memoria del espectador. La película que sonaba de fondo en tu primera cita, la primera película que con descaro se atrevió a desafiar la entereza de tus lagrimales, el primer gran clásico que se cruzó en tu camino, esa película a la que acudes cuando sientes que no hay otro sitio a donde ir… El cine es el mejor amigo del hombre. Lo acompaña, lo refleja con grandiosa (y dolorosa) verdad, lo viste de emociones y lo alimenta de sueños. Vivas en la evasión o en la victoria, seas de Texas o de Berlín, seas un cowboy de medianoche o un devoto del cielo de día, seas un rebelde sin causa o un concienzudo creyente en el valor de la ley, conspires en silencio o profeses el arte del grito, estés charada o atrapada por tu pasado, el cine siempre te acogerá con calurosa diligencia, haciendo gala de una alta fidelidad y repartiendo justicia para todos.

Y cuando ,en la noche, rutilantes estrellas hacen legar sin compasión los más profundos recuerdos, uno puede con algo de empeño reconstruir su vida película a película. Por eso, cuando estas vienen a conversar conmigo, yo me limito a escuchar. Porque frente a esta sinfonía de recuerdos a veinticuatro fotogramas por segundo no queda otra que dejarse arrastrar. Ser un atento visitante en tu memoria. En un éxodo interestelar hacia rutas salvajes, en busca del tesoro de Sierra Madre y sin más ayuda que la de un detallado atlas de las nubes. Una persona que ha vivido días de gloria gracias al cine es una persona que ha podido reinar, y por lo tanto, uno de los nuestros. El cine es un breve encuentro que dura de aquí a la eternidad.