Dos intensos focos iluminan el cielo nocturno de La Habana. Los curiosos caminan por las calles del barrio ecléctico de El Vedado hasta que topan con el origen de los poderosos haces de luz, cual Torre Eiffel. Es el Cine Charlie Chaplin, sobre su letrero con el nombre del inmortal cineasta británico estos focos señalan el epicentro de todo un acontecimiento: comienza la 44ª edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (FINCL).
Estamos en la Calle 23, la calle de los cines. Unas cuadras más abajo está Línea o Calle 9, que es la de los teatros. Cualquier rincón de La Habana deja ver un pasado esplendoroso, que hoy se resiste a ser solo eso, pasado. Y pocas cosas en esa historia como la vida cultural que llegó a tener esta ciudad: en los 50 era uno de los lugares del mundo con más cines, y los más importantes estaban ubicados en esta Calle 23. Era el estilo de la época. Uno no puede evitar imaginarse recorriendo esa Habana en la que todo bullía y recorriendo los cines uno tras otro, sin percibir siquiera el final.
La situación actual con los cines es un buen reflejo del estado general del país, todo aún conserva una belleza y un esplendor sin igual, pero está en serio peligro de desaparición por el abandono, por la falta de recursos y cuidado.
Mucha polémica ha acompañado a la concepción de esta edición del festival, que será del 8 al 17 de diciembre. Finalmente han sido 199 las películas seleccionadas, de países de todo el mundo, aunque destacan Brasil, México y Argentina. Con respecto al país anfitrión tenemos varias cintas, aunque ahí radica el origen de la polémica, en el fantasma de la censura como una presencia incierta.
Pero aquí hemos venido a hablar de cine y lo que surja de él. La cuestión es: aún quedan cines en la Calle 23. Para el festival funcionarán el cine 23 y 12, sede de la Cinemateca Cubana, quizás el cine más activo de la ciudad con independencia del festival; el Charlie Chaplin, muy cerca del anterior, y situado junto a esa institución trascendental para la maravillosa producción artística de Cuba en los últimos 60 años: el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), que ha abarcado desde las grandes películas y series nacionales hasta discos de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, entre muchas otras cosas; el Yara, frente a la Heladería Coppelia que fue inmortalizada en la mítica cinta cubana Fresa y chocolate; y ya acabando la interminable 23, el cine La Rampa, muy cerca del malecón y ese ardiente mar Caribe.
Unas cuadras más arriba de 23, en 26 y 35 (en estos barrios las calles son nombres consecutivos, impar las horizontales, par las transversales), detrás del Cementerio Colón (una de las necrópolis mas interesantes de toda América por su riqueza y variedad cultural), el Cine Acapulco. Con este cine y con la Fundación Glauber Rocha cerramos los espacios sede del festival. Hay algunos cines más en La Habana, como el Riviera o la Sala Alfredo Guevara, pero centrémonos.
A las 10 de la mañana comenzó realmente el festival este viernes 8, pero digamos que solo estaban calentando motores. Caen las luces del final del día y los vampiros salen a la calle y los cinéfilos entran en los cines, hay un ambiente ferial y alegre, los jóvenes con sus credenciales al cuello y sus sonrisas largas, olor a palomitas en el aire de una Habana con problemas de abastecimiento alimentario, se escuchan acentos de otros lugares de la inabarcable Latinoamérica, importantes personajes locales pasean y algunos les piden fotos, parece que todo gira en torno a esta fiesta del cine.
Hoy haremos la primera parada inmersiva en el cine Acapulco. Bello cine de los años 50, estilo art decó, letreros californianos con luces de colores, letra cursiva, Acapulco. Paredes de madera barnizada y brillante, escaleras imposibles, fotos del Ché en los despachos, una sala inmensa con su propio gallinero y cortinas rojas a los lados a lo más puro Twin Peaks. Y gente esperando en la puerta antes de la proyección de las 8 de la tarde, que es ni más ni menos que Hojas de otoño, o Fallen Leaves, de Aki Kaurismaki, ganadora del Premio del jurado en Cannes, que se estrena el 27 de diciembre en las salas españolas.
A esa misma hora es la inauguración oficial del festival, pero parece que muchos han preferido asistir a la proyección de la nueva película del peculiarísimo director finlandés. Afincado en Portugal, este director de personalidad aparentemente hierática nos muestra, por enésima vez, la misma película de siempre. Y, como siempre, funciona, nos alegra milagrosamente la vida, mantiene vivo el testigo de grandeza del séptimo arte.
No deja de ser curioso que veamos la película de Kaurismaki en Cuba. El director ha declarado en multitud de ocasiones su ideología comunista, en casi todas sus cintas hay reivindicaciones obreras (como en esta, con una atmósfera industrial retratada exhaustivamente en bellos planos de siderurgias, cementeras, almacenes de supermercados) y varios personajes de su filmografía se apellidan Marx. Sería interesante saber su opinión de este extraño país comunista, y que paseara como nosotros este precioso cine que la Revolución socializó, como todos esos coches de los años 50 que aún llenan las calles de La Habana y esos hoteles-casino de la mafia, hasta que llegó el comandante Fidel y mandó a parar.
La película funciona a ritmo de rock and roll y frases cortas, un minimalismo comunicativo (verbal y no verbal) que este cineasta ha hecho su estrella y que nunca deja de encandilar, de provocar carcajadas (memorable escena en el karaoke), sobresaltos trágicos (cuando el chico pierde el papel de la chica y no tiene cómo volver a verla) y romanticismo puro y duro, el de siempre (cómo el borrachín deja de beber para estar con la mujer a la que ama o cómo ella le recita crucigramas a él para que despierte del coma).
No faltarán la escena de la rocola o gramola en el bar que Kaurismaki pone en todas sus películas, ni la peculiarísima banda hierática, inmutable, que da un concierto que dinamita la narrativa de la película, ni los dramas por desempleo y falta de trabajo, ni los desengaños amorosos por la incapacidad de comunicación personal. Y sobre todo, como siempre, Kaurismaki nos deleita con un, imposible más simple, final feliz. Tonto, absurdo, irónico y, sobre todo, bellísimo. Porque la vida ya es lo suficiente difícil como para que el cine no nos haga irnos a casa con una sonrisa y el corazón encendido. Bien lo sabe Kaurismaki, que en su cinta nos pone una y otra vez la radio en la que no paran de hablar de la guerra de Rusia y Ucrania. ¡Maldita guerra!, grita en un momento de frustración la protagonista (inmensa Alma Poysti), canalizando las miserias personales con las miserias globales de la actualidad, que para el bueno de Aki parecen indisolubles. Como si no se pudiera ser feliz en un mundo en el que hay tanta gente pasando hambre, sin trabajo, o sufriendo la maldita guerra.
Por lo demás, cigarrillos sin parar, primeros planos recortados de personajes mirando hacia adelante sin hablar y sin hacer nada, o solo fumando y bebiendo. Ninguna risa, ninguna emoción que se muestre pero la película desarrolla toda su trama y toda su emotividad sin inmutarse. Es, sin duda, un cine único el de este director, la identidad de los países del norte deconstruida, ironizada, llevada al extremo. Él, que vive en Portugal con su mujer y su perra, parece que ya solo tiene de su país de origen su propia visión fantasiosa. Claro que sí, Aki, eso es lo que hace el artista.
Después de este gran viaje uno vuelve a las calles de La Habana, y para no olvidar otra bella fantasía (una real) uno vuelve a caminar por la Calle 23, ya con todas las sesiones de esta primera jornada acabadas. La calle está cortada para infierno de los taxistas, ya que La Habana está llena de baches en el asfalto que desbaratan los coches y 23 es de las pocas que está en buenas condiciones. Lo sentimos, honestos trabajadores, pero ahora en 23 hay un escenario con un buen concierto de música cubana y muchas sillas para la gente de los barrios y del festival, puestos en las aceras para comer y beber, según las capacidades económicas de cada uno, que en este país son tan dispares.
Y mañana habrá más. Esto no ha hecho más que comenzar, pero la magia de las películas ya se funde con la magia de La Habana y el intrépido espectador, el vampiro-cinéfilo no puede hacer más que disfrutar y recorrer 23 una y otra vez, para arriba y para abajo.