Festival de Cine de La Habana Día siete: Los océanos son los verdaderos continentes, Tommaso Santambrogio

Los océanos son los verdaderos continentes. Tan bello título es el de la película más poética del festival. A un día de la clausura, asistimos en el cine Acapulco a la proyección, con parte del equipo, de la primera obra del joven director milanés Tommaso Santambrogio. Días antes habíamos podido ver el precioso cartel repartido por los diferentes cines del festival, pues esta producción italo-cubana es de las más comentadas y recomendadas del plantel, junto con La mujer salvaje. Curiosamente, ambas son óperas primas.

Cartel de la película.

Antes de la proyección hay una breve presentación por parte de la actriz protagonista (Edith Ibarra) y el director de fotografía (Lorenzo Casadio). Este último es hermano del director, puesto que los dos estudiaron en la prestigiosa escuela de cine de San Antonio de los Baños, que fue fundada en 1986 por Gabriel García Márquez con el apoyo de Fidel Castro. Está situada en un pueblo a unos 40 kilómetros de La Habana y por allí han pasado ilustres como Francis Ford Coppola, Scorsese o Kusturica impartiendo talleres.

Luces fuera y comienza la esperada cinta. Entramos de lleno en una historia interesante y, por encima de todo, una fotografía absolutamente prodigiosa. Un blanco y negro excelente, que nos recuerda al mejor cine de los 50 y 60. Un no parar de poesías visuales que no pierden el norte y nos van contando una historia a tres bandas: una viuda anciana que perdió a su marido en la guerra y vive en profunda soledad; una pareja de jóvenes en la flor de la vida a punto de separarse porque la chica va a Europa y él no tiene pasaporte para acompañarla; y dos niños, que merecen mención aparte por las magnéticas actuaciones, casi inverosímiles de lo bien que están, que sueñan con ser jugadores de los New York Yankees.

El nexo común entre las tres historias, representando cada una una etapa de la vida, es su contexto: una Cuba difícil, en la que aún hay heridas del pasado, donde el futuro es incierto y el presente algo muy delicado, que obliga a estar siempre luchando, por encontrar alimentos, por un salario digno… Y a todos ellos también les une algo universal, que parece antecedido en el último: Los océanos son los verdaderos continentes, las distancias insalvables entre personas que se quieren. Un mensaje triste pero que emociona, con el que resulta difícil no sentirse identificado.

La película entera es casi un prodigio. La narración late lenta, como en una película de Dreyer o Bergman. El peso de todo lo llevan las bellas imágenes, que son imposibles de transcribir en esta crónica; el nivel es muy elevado, planos de las maltrechas calles cubanas, de aguaceros, de parejas caminando por la orilla de un lago, de niños que se cuelan en la noche a un campo de béisbol. Hay incluso espacio para un precioso show de marionetas de madera que dura diez minutos y en cuya digresión, la chica protagonista que está a punto de marcharse, se expresa. Una autentica delicia, muñequitos de madera sin rostro a los que de alguna forma vemos reír, llorar, despedirse… sin necesidad de palabras.

Y el final de la película alcanza la sublimidad total que la película llevaba rozando durante sus dos horas: un plano con zoom out, después de todo planos estáticos, de la estación de tren de San Antonio de los Baños. Allí están: la anciana, todavía esperando a su marido, desaparecido en la guerrilla cubana de Angola en los 80. Los jóvenes, en silencio, pues ella está a punto de marcharse, ¿para siempre? Y los niños. La vida entera representada en un solo plano, lleno de narración y velocidad con la llegada del tren, un plano inolvidable en el que casi alcanzamos la epifanía de entenderlo todo, como en las grandes historias.

Aún tiene tiempo el director para, acabada esa escena que parecía el final perfecto, mostrarnos una bella carta que le escribe el joven que se ha quedado en Cuba a su antigua pareja, que está ahora al otro lado. “Aquí la vida siempre es difícil, cuesta encontrar pollo, pescado… ya sabes cómo es”. Y todo con unas bonitas y emotivas fotografías de fondo que él le hiciera en algún momento.

Al salir tenemos oportunidad de charlar con el director, pues este festival ha sido en todo momento un espacio abierto donde hablar con cualquiera distendidamente, algo cercano. Nos cuenta que aunque es italiano ha estado viniendo siempre a Cuba, pues sus padres son unos enamorados del país, y que por eso es un placer para él hacer su primer largometraje cubano, pues prácticamente todo el equipo es de aquí. Y también nos habla de sus referentes, Rossellini, Pasolini, Fellini… y Landrián, del que ya hablamos en otra de estas crónicas y al que Tommaso hace un bello homenaje en su película.

Y hasta aquí esta penúltima actualización antes de la clausura y la gala de premios. Para quien escribe, esta película es la mejor hasta ahora en competición del festival, una cinta que también compitió en Venecia y que en España aún no tiene distribuidora en España. Pero que, sin lugar a dudas, apunta maneras. Al director parece esperarle un futuro muy interesante, pues esta ópera prima tiene muchas grandezas y un sinfín de belleza.